LA NACION

El millonario que provocó a la sociedad y desfiguró a su esposa

- Texto Gabriela Origlia

Empresario, playboy, aristócrat­a, político; en la primera mitad del siglo XX, escandaliz­ó a la aristocrac­ia de la cual provenía con su prosa incendiari­a; lloró a su primera mujer, que se mató en un accidente aéreo, y se casó con la hija del gobernador de Córdoba; en 1964, el día en que se iban a divorciar, le echó ácido en la cara y se suicidó de un tiro

Raúl Carlos Barón Biza siempre escandaliz­ó. Con sus obras literarias, con su vida de millonario excéntrico (a él se le adjudica la frase “tirar manteca al techo” como sinónimo de gastar sin límite), con su influencia en la política de la primera mitad del siglo pasado y con el crimen que marcó el final de su vida. Disfrutaba de las reacciones sociales ante sus actos. Provocó a la sociedad de la época con su máxima creación:

El derecho de matar, novela que se publicó cuando estaba preso por oponerse al gobierno de facto, en 1933. Millonario, playboy, un izquierdis­ta en el seno de la aristocrac­ia de su tiempo. Conocido como el “escritor maldito”, no solo él tuvo una vida compleja y trágica; la “maldición” de la que se habla en torno a él se extendió a su familia. Arrasó con todo.

Su segunda esposa, Clotilde, hija del líder radical y gobernador de Córdoba Amadeo Sabattini, pasó años tratando de recomponer las cicatrices que él le provocó en su rostro arrojándol­e ácido el 16 de agosto de 1964, el día que iban a terminar de acordar los términos de su separación legal.

Barón Biza terminó matándose, al igual que dos de sus hijos, María Cristina y Jorge. El “escritor maldito” se suicidó inmediatam­ente después de atacar y desfigurar a su segunda mujer, con la que había estado casado más de dos décadas. Tenía 64 años. No hubo velorio. “Que mi tumba no tenga ni nombre, ni flores, ni cruz”, escribió en su último libro, Punto final.

Así fue.

Su primera esposa, la actriz y aviadora suiza Myriam Stefford, se mató al estrellars­e el avión con el que pretendía unir 14 provincias. Hubo versiones acerca de que él había aflojado una chaveta de la aeronave al descubrir eventuales amores paralelos de ella. El escritor hizo erigir un fastuoso mausoleo en su honor en el camino a Alta Gracia, donde vivían en una casona por la que pasaron figuras famosas de los años 20, como homenaje al “amor”. Ese imponente obelisco, exponente del futurismo de los primeros años del siglo XX, aún se recorta, solo en medio de la nada, en la ruta que une la ciudad de Córdoba con el Embalse de Río Tercero.

El ataque a Rosa Clotilde Sabattini, quien ya estaba decidida a no regresar con él después de años de un vínculo siempre complicado, fue en un departamen­to de la calle Esmeralda, en la Capital Federal. Estaban a punto de firmar el divorcio cuando, delante de los abogados, Barón Biza tomó un vaso de whisky lleno de ácido sulfúrico y se lo lanzó a la cara; le produjo quemaduras en el rostro, en el pecho, los brazos, las manos y el cuello. Él escapó corriendo y ella fue internada en la clínica Otamendi. Al día siguiente, la policía encontró a Barón Biza con un disparo en la cabeza tirado en la misma habitación donde la pareja había discutido. Era el final de un drama que había empezado mucho antes.

Barón Biza nació en Villa María el 4 de noviembre de 1899. Era el menor de cinco hermanos. Su padre, Wilfrid, fue uno de los colonizado­res de La Pampa, y su madre, Catalina Biza, era una tucumana de familia tradiciona­l y católica de la alta burguesía.

Se educó en Europa, viajó por el mundo y en una de esas giras conoció a Stefford, con quien se casó en la iglesia de San Marco, en Venecia. Le pidió que dejara la ac

tuación y vivieron entre lujos. A él le encantaban las reuniones y disfrutaba de encerrar a los invitados que tomaban una copa de más en un calabozo; la sociedad porteña habló durante mucho tiempo de una fiesta de disfraces que dieron en su palacete de la avenida Quintana y a la que se debía asistir vestidos de prostituta­s, ladrones o mendigos. La sorpresa era que también algunos “de verdad” habían sido convocados.

Stefford comenzó a aburrirse de no hacer nada y decidió aprender a pilotear aviones; el 11 de agosto de 1931 consiguió su brevet y dos semanas después inició la aventura de un largo vuelo a través de la Argentina. Se mató el 26 de agosto cuando iba a San Juan; el motor del avión se paró y la nave (llamada El Chingolo) cayó y se incendió. Stefford tenía 26 años. Técnicamen­te se demostró que la unidad había perdido una chaveta y por eso se produjo la caída. Y aunque los rumores sobre cierta responsabi­lidad de Barón Biza nunca se detuvieron, él le construyó un obelisco camino a Alta Gracia como homenaje; allí, años después de su suicidio, también llegaron sus cenizas.

Después de ese accidente, el viudo, que tenía 32 años, empezó a mi

litar políticame­nte en el radicalism­o; contó esos tiempos en su libro Por qué me hice revolucion­ario, que escribió en Montevideo, donde se había radicado a fines de 1931.

En 1933 conoció y comenzó su amistad con Amadeo Sabattini, con quien trabajó en el diseño de estrategia­s partidaria­s. Ese mismo año publicó El derecho de matar. El libro fue censurado por “obsceno”. La Iglesia lo excomulgó y él se encargó de provocarla enviando un ejemplar –revestido en plata y con una carta de puño y letra– al papa Pío XI.

El encuentro con el destino

Atravesaba el fuerte oleaje de ese escándalo cuando conoció a Clotilde Sabattini, hija de su amigo, en una fiesta en un hotel de Alta Gracia. No pasó mucho tiempo para que Barón Biza comenzara a cortejarla; el padre de la joven, que entonces tenía 15 años, la mandó pupila a un colegio de Córdoba. En febrero de 1936, el escritor la raptó y huyeron a Uruguay, donde se casaron en secreto. Ella había cumplido 17. Nueve meses después nació el primero de los tres hijos de la pareja: Raúl.

La amistad entre Barón Biza y su suegro se terminó. El matrimonio se instaló en Alta Gracia, en la misma casa donde Barón Biza había vivido con Myriam Stefford.

Clotilde debió retirar el retrato de la aviadora para no tener que ver ese rostro cada vez que entraba a su propio hogar; volvió a estudiar y se recibió de maestra. Daba clases en la escuela que su marido había construido para los hijos de sus peones. Después se trasladaro­n a Buenos Aires, al piso de la calle Esmeralda donde ocurriría la tragedia que marcó su historia. Cuando el peronismo llegó al poder, el matrimonio se fue primero a Montevideo y después a Europa. Regresaron en 1948 y se instalaron en la ciudad de La Falda. Las cosas ya no iban bien entre ellos.

En octubre de 1950, Barón Biza peleó con su cuñado, Alberto “Tucho” Sabattini, sacó su arma y le disparó. El otro también estaba armado. La discusión empezó porque Clotilde había llegado a refugiarse a la casa de su familia en Villa María. Barón Biza envió un telegrama para reclamar algunas cosas, después telefoneó y finalmente se presentó. El tiro que le acertó Tucho lo dejó rengo para siempre. En su declaració­n posterior lo exculpó: dijo que había intentado suicidarse, como ya lo había hecho en 1917 y 1918, y que su cuñado intervino para desarmarlo y por eso lo hirió.

En diciembre de 1950, la Cámara en lo Criminal y Correccion­al de Villa María procesó a Barón Biza por el delito de lesiones graves y le dictó prisión preventiva. Estuvo detenido primero en una clínica y después en la cárcel villamarie­nse. Hay relatos que dan cuenta de que siempre tenía whisky de primera calidad que convidaba a los guardias. Que se manejaba como un “dandy” y que logró tener a varios presos que le servían limpiando la celda y lavando su ropa.

Clotilde lo visitaba; se veían en el despacho de una de las autoridade­s; en uno de esos encuentros ella quedó embarazada de su tercera hija. Cuando le dieron la excarcelac­ión, a cambio de una fianza millonaria para la época, Barón Biza organizó una cena de lujo en el Palace Hotel. Terminó sobreseído en 1957 por la prescripci­ón de la causa.

En 1958, el entonces presidente Arturo Frondizi designó a Clotilde Sabattini presidenta del Consejo Nacional de Educación. Ella es la autora del primer Estatuto Docente. Se dedicó íntegramen­te a su profesión y se transformó en una referente de la educación en la Argentina. Pero la relación con Barón Biza era cada vez peor, más complicada. Tras idas y venidas, en 1964, decidió que se divorciarí­a.

“La relación entre ellos era ‘ni contigo y ni sin ti’. Trataban de separarse, pero después alguna fuerza misteriosa los volvía a unir. Intentaron la vida en común durante 20 o 30 años. Sin dudas, había un vínculo pasional muy fuerte”, cuenta Andrea Sabattini, sobrina de Clotilde, en el libro El escritor maldito, de Candelaria de la Sota. También dice que ella “admiraba a su marido”, de quien “le fascinaban su elegancia, su inteligenc­ia, incluso su cinismo”.

“Coty: cada día que pasa continuamo­s arrancándo­nos un pedazo de carne. Es increíble confirmar que seres que se han amado como nosotros puedan llegar a odiarse tanto”, dice la última carta que él le mandó. El 16 de agosto de 1964, en el departamen­to de la calle Esmeralda, se encontraro­n los dos con sus abogados. Tenían que resolver la división de bienes.

Jorge, el hijo escritor de la pareja –se suicidó en 2001, al tirarse de un piso 13 en Córdoba–, contó el instante del horror de esa reunión en su novela El desierto y su semilla. Usó nombres de ficción: “La cara ingenuamen­te sensual de Eligia empezó a despedirse de sus formas y colores. Por debajo de los rasgos originario­s se generaba una nueva sustancia: no una cara sin sexo, como hubiera querido Arón, sino una nueva realidad, apartada del mandato de parecerse a una cara”.

Clotilde, quien tenía 44 años, viajó por Europa e intentó varios tratamient­os para borrar las cicatrices del ataque. En 1970 se instaló en La Porfiada, una estancia de General Alvear; desde allí solía ir a Buenos Aires. En 1978 se arrojó del balcón del mismo departamen­to donde Barón Biza la había arruinado.

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Barón Biza y Clotilde (a la izquierda), en un típico banquete
 ??  ?? El mausoleo en homenaje a Myriam Stefford, con su obelisco que representa un ala mirando al cielo
El mausoleo en homenaje a Myriam Stefford, con su obelisco que representa un ala mirando al cielo
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Raúl Barón Biza, en sus noches de aristócrat­a
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Gentileza la voz del interior

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