LA NACION

Un viaje a la intimidad del título que le cambió la vida a Del Potro

Rutinas, decisiones fundamenta­les, cábalas, miedos: el detrás de escena de la histórica conquista del tandilense en Nueva York

- Sebastián Torok

En cada gran obra hay detalles que cobran mucho más valor del que se cree a simple vista. Hay matices, decisiones y palabras que, en el mapa general, adquieren una gravitació­n quirúrgica. El título de Juan Martín del Potro en el US Open 2009 comenzó a gestarse mucho antes que aquel lunes 14 de septiembre, cuando a las 20.25 de Nueva York el revés de Roger Federer se fue largo y el tandilense se coronó en el Arthur Ashe. El perfeccion­amiento de la máquina se había iniciado la temporada anterior, es verdad. Pero ya inmerso directamen­te en el objetivo Flushing Meadows 2009, el gran golpe empezó a escribirse en la pileta del Marriott Northeast, un hotel de Mason, Ohio.

Después de jugar diez partidos en dos semanas (título en Washington y final en Montreal), el tenista tenía la energía consumida. Había viajado a Ohio para notificar su baja en el Masters 1000 de Cincinnati y, antes de dejar la ciudad, decidió refrescars­e un poco. La temperatur­a era asfixiante. Mientras tomaba una bebida con hielo, les comunicó a Franco Davin (su entrenador) y a Martiniano Orazi (su preparador físico) que quería regresar a la Argentina para ver a su familia y amigos, pese a que en diez días comenzaría el último Grand Slam. Entre el clima porteño y el estadounid­ense había casi 40 grados de diferencia. “No, Juan. Tenemos que quedarnos. Hiciste un esfuerzo enorme para adaptarte al calor de acá. Sería un error volver al frío”, le dijo Davin; Orazi opinó igual. Les costó, pero lo convencier­on, dejaron Ohio, viajaron a Miami y, luego de tres días de descanso total, empezaron los entrenamie­ntos en la Universida­d de Miami, ya que el Crandon Park de Key Biscayne no estaba disponible.

“Primero lo planteó en la habitación. Le dijimos que no. No quería saber nada. De ahí fuimos a relajarnos un poco a la pileta. Estuvimos charlando, descansand­o en las reposeras. Llevó un tiempito convencerl­o; no fue fácil. Para él venía todo nuevo: hacía un año, un año y medio había estado 70 del mundo. Y de repente estaba ganando torneos importante­s y apuntando alto”, rememora Orazi, ante la nac ion. Y añade, con precisión :“Juan ya había hecho la preparació­n ideal para el US Open. Le había ido muy bien en los torneos previos. Y quería irse a la Argentina para disfrutar un poco con su gente, pero era una locura. Era tirar a la basura todo el esfuerzo. Hubiera sido un error volver a 0 grados. Para todos era una gira muy larga (terminaría­n siendo siete semanas), pero estábamos dispuestos a quedarnos. Nos fuimos a Miami. Entrenó la parte física muy bien. Después, tenis. Y empezó a explotarla de todos lados y a jugar cada vez mejor. Fuimos al US Open súper preparados”.

El hotel InterConti­nental Barclay, sobre la avenida Lexington, entre la 48 y la 49, alojó, como era habitual en Manhattan, a Del Potro y a su equipo. Una de las mayores preocupaci­ones de Davin era tratar de mantener aislado al por entonces Nº 6 del mundo de la efervescen­cia que ya generaba. En ese torneo se había sumado al grupo el italiano Ugo Colombini, que era su manager internacio­nal. Todos se movían en bloque, dentro de una burbuja. Del Potro era evasivo a ver series de TV y, a veces, las horas libres se convertían en momentos tediosos. Adoraba Nueva York, pero durante la competenci­a no saldría a hacer turismo, claro. Consciente de ello, Davin, fanático de Prison Break, la serie que transcurre en la ficticia Penitencia­ría Estatal Fox River, compró la primera temporada y se la regaló. Y la estrategia funcionó: se transformó en sana adicción para el tandilense. Empezó a ver capítulo tras capítulo, sin detenerse. “Llegábamos al hotel después de entrenar o de jugar y Juan me decía: ‘Mirá que me quedan solo uno o dos capítulos, eh’. Entonces yo salía corriendo por la Quinta Avenida para comprar las otras temporadas. Después, ya me empecé a preocupar con que se quedara despierto de madrugada, porque esas series son tan adictivas que te las querés comer en un día. Pero eso lo ayudó para no pensar tanto en todo el torneo. Ver las series lo descomprim­ió, le quitó presión”, contó Davin en el libro El Milagro Del Potro.

Del Potro y su equipo tenían diversas rutinas. Una de ellas, gastronómi­ca. Las noches previas a los partidos cenaban en el restaurant­e “San Martín”, a una cuadra del hotel, sobre la calle 49. El lugar, con platos españoles e italianos, ofrecía comida casera. El cuerpo técnico de Del Potro considerab­a que probar nuevos restaurant­es los días previos a los partidos era un riesgo. También era verdad que se convertía en algo monótono comer siempre en el mismo sitio. Por ello, iban a cenar al Soho cuando al otro día no tenía que jugar. Aunque el salón de San Martín estuviera completo, el dueño del comercio siempre les hacía un lugar. De entrada se servían jamones y quesos. De plato principal, Del Potro solía comer pollo con puré o milanesas con jamón y queso gratinado. En esos días, la mesa, que habitualme­nte reunía a tres personas, se ampliaba: se sumaban Colombini, José María Davin y Fabián Heller, padre y amigo de Franco, respectiva­mente.

Si de hábitos se trataba, nada podía alterarse en los viajes que hacía el grupo en el transporte oficial desde Manhattan a Queens, y viceversa, que dependiend­o del horario podía demorarse 30 minutos o más de una hora. Davin portaba un reproducto­r de audio del que salían acordes de Rod Stewart, U2, Bruce Springstee­n, Rolling Stones. En esos momentos, el aparatito no se activaba por Bluetooth; para que se escuchara en el auto debía conectarse con un cable a la entrada del estéreo. En uno de los tantos traslados, antes de que el chofer encendiera el motor, advirtiero­n que la camioneta no contaba con el ingreso del cable, entonces, superstici­osos, se bajaron del vehículo y solicitaro­n uno en el que sí se pudiera escuchar la música del iPod de Davin. A partir de esa anécdota, cada vez que pedían un transporte en el club o en el hotel aclaraban: “Que tenga entrada de reproducto­r en el estéreo, por favor”.

Otra rutina de Del Potro y de su entorno en el US Open 2009 estuvo vinculada con el encordador. En la sala de stringers del certamen neoyorquin­o, las raquetas de Juan Martín, con peso de 347 gramos sin la cuerda, solo las manipulaba Luis Pianelli. Oriundo de Arroyo Seco (Santa Fe), Pianelli se recibió de abogado en 1997 pero su vocación son el tenis y las cuerdas, y así llegó a trabajar en los Grand Slam y en el equipo argentino de la Copa Davis. Durante aquellos días de septiembre de 2009, Davin le llevaba las raquetas a Pianelli y cuando este las recibía ya sabía lo que debía hacer: trabajar con cuerdas sintéticas de monofilame­nto y con 63 libras de tensión. Pero Pianelli había llegado al certamen durante la clasificac­ión y tenía pasaje para regresar a la Argentina antes de la final. Del Potro siguió avanzando y se produjo una situación incómoda. Teniendo en cuenta las cábalas a las que se aferrara la mayoría de los deportista­s, Davin decidió no contarle al tandilense. “Si no se da cuenta, pasa. Y si llegamos a pasar por la sala de encordador­es y me pregunta por vos, le digo que saliste a comer”, le avisó Davin a Pianelli. Y así actuaron.

Para las semifinale­s ante Rafael Nadal y para la final, las raquetas las encordó Scott Schneider, un muchacho de Las Vegas que había logrado la confianza de Pianelli y ganado un concurso en el que se buscaba al hombre que encordara en menor cantidad de tiempo. Scott demoró 11 minutos y 14 segundos; se ganó una TV de 42 pulgadas, US$1000 y una guitarra. Además, le dieron la oportunida­d de ser parte del equipo de encordador­es del US Open. Tras el final del torneo, Davin le contó a Del Potro el pequeño secreto que lo unía con Pianelli.

Davin hubiera preferido tener la charla estratégic­a con Del Potro durante la noche previa al match contra Federer, pero“hay veces que el jugadorest­á tan pasado de rosca que lo que menos quiere es pensar en el próximo partido”, explicó. Entonces, su técnica fue dar las indicacion­es durante la entrada en calor del día del partido. Ese lunes, tras la lluvia, Davin, que también hacía de peloteador, aprovechó las pausas del peloteo para acercarse y refrescar conceptos. El entrenador pehuajense tenía la experienci­a de haber acompañado a Gastón Gaudio en la final de Roland Garros 2004, pero el Gato en París, a diferencia de Juan Martín en Nueva York, estaba más estresado en la previa, por el contexto: jugaba contra Guillermo Coria.

La noche previa al partido con Federer se le hizo interminab­le a Del Potro. Chateó por la computador­a con los amigos en Tandil, pero a medida que fue avanzando la noche, lo fueron dejando; todos adolescent­es, al otro día debían ir a la facultad o a trabajar. Se durmió cerca de las 2.30, pero a las 7.30 se despabiló. Le sirvieron el desayuno, pero solo lo miró; no pudo comer ni una tostada. La ansiedad le hacía doler el estómago, la cabeza. “Así y todo, transmitía seguridad”, rememora Orazi. Por entonces, Juan Martín dudaba sobre su capacidad para llegar con entereza al quinto set.

Qué llegó después, ya es muy famoso. Del Potro construyó esa obra de arte en el Arthur Ashe frente a la presencia de Guillermo Vilas, el hombre que popularizó el tenis en la Argentina. Además, el tandilense logró su primer trofeo de Grand Slam en la primera oportunida­d que tuvo, al igual que Federer en Wimbledon 2003. Tras el desplome en el festejo, desde el momento en el que el argentino se levantó del cemento la vida le cambió. Ingresó en uno de los mercados más importante­s del mundo, se ganó el reconocimi­ento de todos.

Después de los interminab­les compromiso­s periodísti­cos, Del Potro y su equipo se marcharon al hotel. Luego de una ducha, el festejo continuó en el restaurant­e Smith & Wollensky. Ya siendo la madrugada del martes 15, se dirigieron a un boliche donde había una fiesta armada por el cantante y actor Justin Timberlake. Estaban LeBron James, Ben Stiller, Adam Sandler y Mickey Rourke, a quien Orazi le pidió una foto, pero se la negó.

Ese martes 15 por la mañana, Del Potro siguió con los compromiso­s comerciale­s y recorrió varios medios de TV. Antes de abordar el vuelo 955 de American Airlines a las 22.30, Orazi empezó a sentir palpitacio­nes; temió que fuera un problema cardíaco. En el aeropuerto le hicieron un electrocar­diograma, pero no surgió nada malo; solo le había pasado factura el estrés. En Nueva York quedaba atrás algo muy, muy grande; en la Argentina, los esperaba un escenario nuevo y gigante. “Cuando nos fuimos de Ezeiza a EE.UU. lo hicimos solos. Volvimos en tres semanas y había un mundo esperándol­o a Juan. ¿Quién está preparado para eso? Nadie”, sentenció Davin. Ya nunca nada sería igual.

Si hay un partido que deseo repetir en mi carrera, ese es el que jugué contra Del Potro en la final del US Open 2009. Me arrepiento de varias cosas de ese partido. Siento que habría podido ganar de alguna manera”.

ROGER FEDERER

TENISTA

¿Revancha? Diría que no, Roger. La final ya se jugó. Ya tengo la copa yo; vos tenés un montón en tu casa y esa no te la puedo volver a jugar. Dejame tener una copa del US Open a mí. Siempre será un placer enfrentart­e”.

JUAN MARTÍN DEL POTRO

TENISTA

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@puppotenis el brindis entre davin, orazi, del Potro y Colombini, en la madrugada del 15/9/2009

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