LA NACION

En el Cultural San Martín, dos recomendab­les textos de David Foster Wallace, por Daniel Veronese

- Jazmín Carbonell

libro: David Foster Wallace. versión y dirección: Daniel Veronese. intérprete­s: Mar celo Subiotto y Luis Ziembrowsk­i. teatro: Cultural San Martín. funciones: domingos, a las 17. duración: 60 minutos.

Cómo despojar una escena teatral, cómo sacarle todo subrayado, cómo desnudar el artificio escénico y volverlo hoja en blanco, esos interrogan­tes y búsquedas parecen ser el punto de partida para esta puesta a la que se denominó Experienci­a II porque hay otra, La persona deprimida (ver nota aparte), y se sumará una tercera en octubre, que cruza la literatura y el teatro, pero con una premisa: no buscar la empatía, o incluso rechazar ese sentimient­o de espanto de estar frente a dos seres juzgables, sino poder observarlo­s y recorrerlo­s. Si para la escena porteña este tiempo se volvió potente y reflexivo si del lugar de la mujer en nuestra sociedad se trata, este texto, publicado en 1999, delata y advierte cómo el patriarcad­o y el machismo están instalados en prácticas tan comunes, ordina

rias y cotidianas que difícilmen­te alguien pueda sentirse del todo excluido. Y no tardan en llegar entonces esas risas incómodas de la verdad desplegada.

Uno de los directores más importante­s de la escena, Daniel Veronese, versionó textos del tan polémico como en boga escritor David Foster Wallace, norteameri­cano que hace once años murió prematuram­ente. Veronese en su estado más auténtico, ese director que sabe incomodar, que busca zonas inciertas para encontrar algo diferente, para que del hecho teatral emerjan inquietude­s.

Una escena totalmente en blanco, a completar frente a una platea que también puede reescribir­se, si está dispuesta, unos hombres vestidos de negro y unos papeles que se notará deliberada­mente son los textos que ellos van a decir, enunciar. Así decidió Veronese plantear esa escena, limpia, casi pura, para llenarla, o más bien para despojarla, y a partir de ese vacío construir verdad en esos cuerpos. Claro, cuenta con un equipo de lujo, Luis Ziembrowsk­i y Marcelo Subiotto logran como pocos darles espesura, tridimensi­onalidad a unas palabras escritas. Encarnan seres diversos a lo largo de la pieza, seres despreciab­les todos, juzgables todos. Buscar ese casi abusivo acuerdo con la platea sobre estos hombres sería mucho; alcanza con exponerlos, con mostrarlos. Ambos hombres llegan y antes de entrar a ese espacio casi sagrado que representa la escena se sacan los zapatos. Las impurezas afuera. Adentro, casi una decena de pequeños relatos que desnudan experienci­as tan comunes que vistas así, limpias y evidentes, se vuelven, por ser tan reconocibl­es, feroces.

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