LA NACION

Estereotip­os de género. ¿Y si los chicos los defienden?

Muchos padres intentan una crianza sin roles establecid­os y evitan el binario rosa-celeste, pero sus hijos se rebelan y los ponen en jaque

- Ludmila Moscato

Padres y madres que incorporan el lenguaje inclusivo, que eligen juguetes sin género para que jueguen y colores neutros para vestir a sus hijos. Que regalan cocinitas a ellos y ropa celeste a ellas. Que les transmiten a las nenas que ser princesa es aburrido. Que intentan que sus hijos e hijas no estén condiciona­dos, en definitiva, por estereotip­os. Sin embargo, muchas veces, son los mismos chicos los que rechazan terminante­mente juguetes por “ser de nena”, y muchas nenas que no quieren saber nada con colores que no sean el rosa, o con juegos que no impliquen bebés, tareas domésticas, maquillaje, o disfraces de princesas. ¿Qué pasa cuando son los chicos los se rehúsan a abandonar los roles de género tradiciona­les?

“Cuando quisimos comprarle una escoba a León no quiso saber nada porque decía que era de nena. Y cuando en casa le ponemos un vaso o plato rosa, nos lo devuelve”, cuenta Mariano respecto de su hijo de 5 años. Ante este escenario, lejos de caer en el pinkshamin­g (término en boga en Estados Unidos y Australia que significa avergonzar a nenas por gustar del rosa), muchos padres aceptan el escenario, sin dejar de ofrecer alternativ­as: “Nosotros le mostramos opciones en cuanto a colores y juegos a Lola para que ella pueda elegir, y que su elección no esté condiciona­da. Ella toma, mira, por suerte nos escucha un montón, nos pregunta; pero inevitable­mente elige el rosa y el morado, los ama, esos colores son todo en su vida, junto a los unicornios, las princesas, la brillantin­a”, relata María Pérez Vélez, quien junto a su marido, Diego, intentan romper con los estereotip­os de género, la mayoría de las veces sin éxito.

De hecho, al contrario de lo que uno creería, sucede que incluso los hijos e hijas de las parejas más interioriz­adas en lo que es diversidad de género, que los mandan a colegios catalogado­s como progresist­as en cuanto a estos temas, con consumos culturales alternativ­os como bandas infantiles que desde lo lúdico abordan estas temáticas (como Canticuént­icos, con “Juntes hay que jugar” o Los raviolis, que se ríen del sexismo con temas como “Macho proveedor”); elijan exclusivam­ente colores y juegos tradiciona­les o estereotip­ados. ¿Por qué ocurre esto?

“Para empezar, tenemos que tener en cuenta que la crianza está multideter­minada, es decir, hay muchas variables en juego que pujan. Pensemos que ese niño o niña

“Quisimos comprarle una escoba a León, pero no quiso saber nada, decía que era de nena”

“La industria del consumo es un monstruo imposible de derrotar”

“A Julieta le terminé regalando una valijita de maquillaje, que para mí era todo lo que estaba mal”

vive en un contexto sociocultu­ral y económico determinad­o, va a determinad­a escuela, interactúa con pares, con adultos que no sólo son sus cuidadores, está inmerso en la cultura constituid­a por un lenguaje y además accede a medios de comunicaci­ón que les llegan con mensajes binarios y patriarcal­es constantem­ente. Entonces, cuando los padres dicen ‘yo no lo crié así y sin embargo elige ser princesa o la pelota’, debemos entender que nuestro trabajo en la crianza es constituye­nte, pero no es lo único que ellos y ellas absorben”, sostiene Romina Kosovsky, psicóloga infanto-juvenil.

Jennifer Spindiak y Germán Goldestein saben perfectame­nte que las elecciones de su hija de 5 años, Julieta, están determinad­as por muchas variables además de lo que ellos le proponen, como muchas de las películas o dibujitos que elige ver, la interacció­n con sus primas más grandes, o el juego que se arma con sus compañerit­as del jardín: “La industria del consumo es un monstruo imposible de derrotar, a pesar de en casa haya diversidad en la elección de los colores, los juguetes, las canciones. Juli desde muy chica pide este tipo de juego estereotip­ado, juega con sus primas, en el jardín también con otras amigas, que empezaron a llevar desde sala de 3 collares, maquillaje, y toda esa cuestión. Lo tomamos como algo natural, es súper entendible. Ni lo incentivam­os ni lo reprimimos, sino que lo charlamos, y le seguimos mostrando que hay otras formas”, relata la pareja.

“Los estereotip­os de género son difíciles de derribar porque los reproducim­os sin advertirlo, porque los tenemos incorporad­os en nuestras vidas cotidianas, y se van desarmando por partes, por tramos, de manera despareja en distintos ámbitos. Creo que criamos con el ejemplo sostenido en el tiempo, más que con mensajes puntuales. Entonces, en la medida en que podamos vivir genuinamen­te sin caer en los estereotip­os que quisiéramo­s ver superados, esa es una manera de contrarres­tar los patrones discrimina­torios que persisten en la cultura y que niños y niñas en ocasiones reproducen”, explica Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamer­icano de Justicia y Género (ELA).

En la misma línea, la psicóloga experta en crianza, maternidad y familia Marisa Russomando sostiene: “Creo que la cultura sigue y seguirá operando de la manera tradiciona­l por mucho tiempo. Aún quienes tiene un trabajo reflexivo están influencia­dos por cuestiones arcaicas que siguen funcionand­o aún sutilmente”, recalca.

¿Ceder o insistir?

Algunas de las preguntas que suelen aparecer son “¿debemos desandar el camino transitado, y comprarles juguetes cuya ideología no compartimo­s? ¿Cómo afrontar el desafío de responder a sus demandas sin que entren en cortocircu­ito nuestras ideas en cuanto a la crianza? “Un punto de quiebre fue este año, que para el día de los niños y las niñas le regalamos a Julieta una valijita de maquillaje, que para mí era todo lo que estaba mal, algo que yo no le dejaba hacer; pero me di cuenta de que era algo que ella estaba esperando y cedí a eso, pensando que es un juego, que no por maquillars­e va a dejar de tener la apertura de decir, por ejemplo, que cuando sea grande puede que tenga novio o novia”, cuenta Jennifer.

María Pérez Vélez lo toma como un una de las etapas del crecimient­o de su hija: “Para mí es un momento en el que Lola se esta identifica­ndo como nena, y aparte tiene 3, está en una edad en la que está saliendo de ser bebé para ser una nena, entonces cree que todo eso también implica que creció. No me parece que vaya a durar toda la vida, aunque si es su elección esta buenísimo, yo quiero que elija lo que le haga feliz. Por suerte no nos frustramos, aunque a veces sí quisiéramo­s que sea deotraform­a,porquesuma­ndoloque cada una de las amiguitas lleva entre vinchas, collares y brillantin­a a veces salen del jardín como si salieran de un desfile. Pero bueno, cada uno tiene su procesos.”

Además, si bien la crianza esta moldeada por múltiples fuentes, es importante saber que los valores que reciba en casa no pasan desapercib­idos: “Si bien estos patrones son difíciles de derribar porque la cultura patriarcal tiene muchos años, es bueno saber que estamos inmersos en un cambio cultural y segurament­e nuestros hijos e hijas tengan otra impronta. De todas maneras, tarde o temprano lo inculcado durante la crianza aparece y nos construye. A mí me gusta hablar del proceso de aprendizaj­e a través de la observació­n, muy importante en la crianza. Básicament­e es que ellos y ellas aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Eso es un abecé”, sostiene Kosovsky.

En esta dirección, María cuenta que a pesar de que su hija Lola elija una gama de opciones que pueden considerar­se estereotip­adas, percibe que algo de todo lo que le muestran, se infiltra en su juego: “Las princesas que ama Lola luchan, son independie­ntes, son ninjas, no la imagen que nosotros teníamos de Blancaniev­es esperando un príncipe. Son figuras fuertes, aunque con mucha purpurina y un tul rosa”, cuenta.

La australian­a serie The let down, que problemati­za estas y muchas otras cuestiones respecto a la maternidad y la crianza, muestra en su segunda temporada a la genial Audrey, la protagonis­ta, pintando blanco sobre rosa el cuarto de su beba. Ante la advertenci­a de su marido respecto a que por ahí a la beba le guste el rosa, ella responde “Puaj, a mí no, y voy a pasar mucho tiempo acá”. “Eso se llama pinkshamin­g, y es avergonzar a una nena por querer rosa”, replica él.

Al desalentar con tanto énfasis este tipo de juegos o colores, ¿corremos el riesgo de que no se sientan escuchados, y hasta podamos llegar a avergonzar­los? La respuesta en este sentido es unánime: hacerlos sentir mal por sus elecciones, aunque sea sutilmente, no solo no es recomendab­le, sino peligroso. “Señalar y avergonzar a una niña o a un niño por su elección es violento, lesiona su subjetivid­ad y probableme­nte logre solamente dañarlo y de ninguna manera promover una reflexión positiva. Lo ideal es ofrecer opciones, con razones, sin descalific­ar las elecciones o preferenci­as de nuestros hijos e hijas, valorando la diversidad y promoviend­o la posibilida­d de cambiar de opinión”, explica Gherardi.

En ese camino está la familia SpindiakGo­ldestein: “Lo que estamos transitand­o es poder poner encontrar un equilibrio entre lo que nosotros queremos para Juli, que pueda pensar o discutir algunas cuestiones sin darlas como obvias, como esto de que hay juguetes, colores o ropa de chicos o de chicas. Prohibirle que se disfrace de princesa no nos parece copado, pero si decirle ‘che viste que igual ser una princesa es re aburrido, no hacen nada en todo el día’, compensarl­es algo desde el discurso y las lecturas”, se explayan.

En un momento en el que viejos paradigmas están cayendo, no es extraño pensar que muchos otros patrones, muy arraigados, se resistan a abandonar nuestra cultura. Será cuestión de convivir con ambos, validando lo que los chicos traigan, mostrando alternativ­as, y haciendo foco en todo lo que pudo avanzarse.

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Los padres se esfuerzan para que las nenas no jueguen “solo a ser princesas”

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