LA NACION

Un intento de criminaliz­ar la investigac­ión periodísti­ca

- Diego Cabot

Ala Argentina de los tiempos cortos, de la memoria inmediata, de la palabra rebozada en pólvora le cuesta tomar perspectiv­a del avance de un fenómeno desconocid­o en democracia: la criminaliz­ación de la investigac­ión periodísti­ca.

Escondido detrás de los ruidos de la campaña, la Comisión Provincial de la Memoria presentó un informe en el que concluye que consultar fuentes, confrontar los hechos, chequear la informació­n y publicar una noticia es hacer espionaje.

El trabajo de un periodista se ha convertido en un delito que bien podría pagarse con la cárcel. La simplifica­ción de la idea no solo es propia de esta nota, que debe compilar lo importante en los primeros párrafos, tal como enseñan las facultades de comunicaci­ón –o de espionaje, según el dictamen–, sino que es el más acabado resumen argumental de 191 páginas que claramente quedarán en la memoria.

La hipótesis es simple. Un personaje (Marcelo D’Alessio) supuestame­nte es espía, mentiroso, manipulado­r y mercader de informació­n. Un periodista se encuentra con los datos o los busca –da lo mismo–, los corrobora y publica los que puede probar. Conclusión de la comisión: es delito.

La profundida­d del problema queda en evidencia en varios aspectos. El primero es que la Constituci­ón protege la labor periodísti­ca: otorga el derecho de guardar silencio sobre la identidad de la fuente. No hay dudas doctrinari­as sobre la motivación de los constituci­onalistas. Entregaron una enorme herramient­a para que el incentivo de buscar la verdad le ganara al temor de investigar al poder.

Ahora bien, esto no significa que el periodista esté fuera de la normativa. Lo que se protege es la investigac­ión, no la actividad. Claro que si en el proceso se cometen delitos, el Código Penal se aplica como a cualquiera. Además, existen todas las responsabi­lidades ulteriores por las calumnias, injurias, difamación, instigació­n a cometer delitos y una batería de tipos legales que se encuadran en la actividad de la prensa.

Y eso no es todo. El periodista paga la mala informació­n que propaga con lo más preciado que tiene: la credibilid­ad. Los consumidor­es de noticias premian o castigan a diario a los comunicado­res cuando los eligen o los descartan. El costo de equivocars­e es enorme. La inmediatez de las redes y la cobardía del anonimato que en ellas se esconde son otra factura que se paga ante un error.

Y, como si fuese poco, los implicados en la informació­n incorrecta tienen sus acciones posteriore­s. Son las reglas de juego y hay que aceptarlas. Lo que es imposible hacer es determinar que el juego es delito.

En este caso, la Comisión de la Memoria que preside Adolfo Pérez Esquivel considera que Marcelo D’Alessio hacía espionaje. Dicho esto, todos los periodista­s que intercambi­aron informació­n con él participar­on de sus operacione­s ilícitas. Jamás se les ocurrió a los auxiliares convocados por el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, hacerse una pregunta básica: ¿son verdaderos o falsos los hechos que se publicaron?

Para que el único premio Nobel vivo de la Argentina trabaje, el juez le entregó todas las pruebas que secuestró en los procesos de allanamien­to y detención de D’Alessio. Básicament­e, archivos digitales.

La comisión transcribe cada una de las carpetas y los archivos guardados en los servidores, en los discos rígidos o en los reservorio­s de los celulares que les fueron entregados por la Justicia. Gran parte de la informació­n que el dictamen detalla como espionaje es de Enarsa, la petrolera estatal creada por Néstor Kirchner en 2005 que devino en una enorme caja oscura, por no decir negra, para importar energía. D’Alessio recolectó mucha informació­n de negocios y delitos que se cocinaban a la luz de la crisis energética.

Ahora bien, el falso abogado era directivo de la compañía puesto por el kirchneris­mo. Es decir, tenía informació­n de la empresa en la que el gobierno lo había nombrado. Unos pocos días duró en el cargo con este gobierno.

El informe es el basamento ideológico que necesita gran parte del kirchneris­mo para lograr un objetivo tan simple como previsible: hacer que la investigac­ión periodísti­ca sea delito. Y es probable que jamás se llegue a ver un periodista preso. Pero a no equivocars­e: ese no es el fin. El objetivo es que la prensa deje de investigar. Saben perfectame­nte que los vientos políticos que mueven la veleta de la Justicia no suelen determinar tan fácil la conducta de los buenos en el oficio.

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