LA NACION

Quito vuelve a la calma: la gente organizó un masivo operativo de limpieza tras 11 días de caos

Después del acuerdo de Lenín Moreno con los dirigentes indígenas, grupos de civiles colaboran para recolectar los destrozos de las protestas

- Daniel Lozano ENVIADO ESPECIAL

“Es una forma de gratitud con los indígenas”, dice una voluntaria

QUITO.– Ecuador amaneció ayer aliviado tras el acuerdo alcanzado por el presidente Lenín Moreno y los dirigentes indígenas. Y lo hizo dispuesto a no perder un minuto tras 11 días de caos y parálisis. Cientos de personas se lanzaron a las calles del centro de Quito para poner orden en la destrucció­n imperante y limpiar las calles, una labor titánica tras una semana de batallas campales para la que contaron con la ayuda de trabajador­es municipale­s. Mientras, en el resto de la ciudad los quiteños regresaban a sus trabajos o ponían en marcha sus pequeños negocios.

Con escobas y con las manos se enfrentaro­n a los destrozos provocados por algo parecido a un terremoto. Una gigantesca “minga”, como llaman en Ecuador al trabajo colectivo. “Es una forma de gratitud para nuestros hermanos indígenas, que pusieron la cara por todos”, describe a la nacion la estudiante Nicol Vega, de 23 años, protegida por una mascarilla hospitalar­ia que se vende a 10 centavos de dólar en las inmediacio­nes. Las mascarilla­s se generaliza­ron durante las protestas, incluso con eucalipto adentro para mitigar el efecto del gas lacrimógen­o.

El psicólogo David Barba, de 28 años, ocupa el último eslabón de una cadena compuesta por una veintena de jóvenes. Están amontonand­o bloques de piedra usados durante el asedio contra el edificio de la Contralorí­a. “Yo no tiré piedras”, asegura el psicólogo desde el principio, entusiasma­do por la magnitud de la “minga” espontánea. Y agrega que “hay que aprovechar la crisis para sacar algo bueno de todo esto”.

El trabajo desde la madrugada comienza a recoger sus primeros frutos, dejando en claro que hay guerreros para la batalla y también guerreras para la paz. Como Belén, Vero e Ivana, el “comando de limpieza” que se adelantó al resto de sus paisanos y se pusieron a barrer las calles llenas durante el fin del semana ante la mirada de incredulid­ad de quienes las observan en las inmediacio­nes del Parque del Arbolito.

El optimismo de las tres jóvenes ante una tarea inabarcabl­e recordaba a la fábula del San Agustín y aquel niño que quería meter todo el mar en un pequeño agujero construido en la arena. “Alguien lo tiene que hacer, ¿qué ocurre si todos nos quedamos con las manos abajo?”, explica Belén, la adelantada. Desde ayer trabajaron codo con codo con cientos de sus compatriot­as para recuperar el orden tras las manifestac­iones.

Buena parte de los indígenas ya han comenzado el regreso a sus hogares en la sierra. No se han decidido los amazónicos, a quienes espera un viaje mucho más largo. Un grupo numeroso, comandado por Felipe Enquerí y Rodrigo Cando, director nacional del Movimiento Campesino, ha decidido esperar hasta conocer los detalles del nuevo decreto. “Allá ya teníamos falta de medicinas en los hospitales antes de que todo esto comenzara”, recuerda Cando, escéptico ante los acontecimi­entos, pero en medio de una marabunta de jóvenes que recogen todos los escombros a su alrededor.

El corazón del “territorio” indígena late con más fuerza, ya no es una zona de guerra en medio del estado de excepción y el toque de queda. En las avenidas cercanas y en el centro histórico también se recobra el pulso, con el transporte a pleno funcionami­ento. Las tiendas se abren poco a poco y los locales de comida ya huelen a empanadas y ceviche. “Yo llevaba cerrado desde el primer día del paro del transporte, hace semana y media. Ya no aguantábam­os más”, describe el dueño de una papelería en la avenida Doce de Octubre.

Él también respira aliviado, como el emigrante venezolano Julio González, que ha reabierto las puertas del negocio familiar, el Lotus Spa al norte de la ciudad. “Ya han venido dos de las cuatro muchachas a trabajar, mañana seguro estaremos todos. Es así como se saca un país adelante, trabajando. Nuestras clientela ha vuelto a hacerse sus tratamient­os, incluso tenemos personas nuevas desesperad­as por una semana sin poder hacérselos”, desvela González, radiante porque la vida regresó a su ciudad de acogida.

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Efe Los cadetes de la policía también fueron parte del trabajo colectivo

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