LA NACION

La red que logró que más personas puedan recibir cuidados paliativos

Desde el Hospice San Camilo articulan con hospitales y vecinos para ampliar su modelo de acompañami­ento

- Teresa Zolezzi

Lorena vivía en un asentamien­to del Bajo Boulogne. Tenía una enfermedad muy avanzada y quería morir en su casa. Los dolores no le permitían moverse de la cama ni comer por sus propios medios. Gracias a la intervenci­ón del cura del barrio, un grupo de voluntario­s en cuidados paliativos se acercó con una enfermera, entrenaron al sacerdote para que pudiera alimentarl­a por sonda y sumaron a una vecina que se ofreció para ayudar. Lorena pudo morir en paz y como quería.

Tejer esa red fue posible gracias al trabajo del Hospice San Camilo, una organizaci­ón que brinda cuidados paliativos, acompañand­o con ternura y vocación a quienes transitan sus últimos días, semanas, meses o años. El San Camilo cuenta con la Casa de la Esperanza, ubicada en Olivos, donde hospedan a nueve pacientes, el número promedio de camas que tienen los 15 hospices que existen en nuestro país.

Consciente­s de esa limitación, para trascender las paredes de ese espacio y poder llegar a cada vez más personas con su modelo de cuidado, impulsaron un trabajo articulado con municipios, hospitales públicos, parroquias, salas de atención primaria, curas villeros, Damas Rosadas y otras organizaci­ones. Gracias a esto, hoy llegan a 30 pacientes por semana y a más de 190 al año.

Los cuidados paliativos son un área de la medicina que trabaja para promover el bienestar y disminuir el sufrimient­o de las personas con enfermedad­es crónicas que amenazan la vida o con enfermedad­es avanzadas. En la Argentina, si bien están contemplad­os dentro del Programa Médico Obligatori­o (PMO), el de emergencia (PMOE) y en legislacio­nes provincial­es, solo el 10% de la gente accede a estos cuidados, según datos del Atlas de Cuidados Paliativos en Latinoamér­ica.

“Si te ajustás a la cantidad de camas que hay en un hospice, cuyo costo individual es de 65.000 pesos mensuales, el alcance es más chico”, explica Socorro Ham, coordinado­ra voluntaria del San Camilo. Por eso, ella y los integrante­s del hospice salen a diario con sus delantales azules a brindar sus servicios en 29 hospitales públicos, en domicilios particular­es –cualquiera que sea la condición socioeconó­mica– y en salas de atención primaria en distintos rincones de la Capital y la provincia de Buenos Aires. A donde van iluminan con su sonrisa.

Mirada integral

Integrado por doscientos voluntario­s de entre 16 y 87 años, desde el hospice no solo cuidan a los pacientes para aliviar el dolor, sostener la mano del que está solo y calmar la incertidum­bre en momentos difíciles, sino que también son un apoyo clave para las familias.

Este modelo de atención ofrece un acompañami­ento personaliz­ado con una mirada integral que pone el centro en la dignidad de la persona. Cynthia Alvarado, codirector­a del hospice y licenciada en Enfermería, comparte: “Lo médico pasa a un segundo plano y nos enfocamos en recuperar a la persona que quedó perdida detrás de la enfermedad. Cuidamos como lo haría un familiar”.

Tisha Harrison, otra de las voluntaria­s, suma: “La casa tiene una limitación física. El amor que se vive ahí adentro excede las paredes. Si tenemos las redes, ese combustibl­e puede ayudar a muchos más”. Todas las semanas, Tisha visita en Tigre a una joven de 21 años que sufre una enfermedad renal. Cada encuentro es un motivo de alegría: además de asistirla y de charlar, muchas veces hacen juntas manualidad­es.

En ese sentido, las tareas de los voluntario­s son variadas, desde jugar a las cartas o ver juntos una serie hasta dar un baño de cama o gestionar un trámite médico. Cuando realizan visitas en las casas u hospitales, el objetivo es el mismo: enfocarse en la necesidad de cada quién. Se fijan cómo está el paciente, hablan con el médico que sigue su historia clínica, le dan de comer, lo afeitan o se llevan su ropa sucia para lavarla.

Esta actitud hace que el servicio de salud en los hospitales se tiña de una mirada más humanizada, convirtién­dose en un sostén para los equipos médicos. “Para los agentes de salud que vengan los voluntario­s es una tranquilid­ad y un apoyo. En las entrevista­s que hacemos con las familias de los pacientes, les contamos del servicio hospice”, asegura Gonzalo Sánchez Velazco, psicólogo del equipo de cuidados paliativos del Hospital de Vicente López.

Cada persona que acompañan plantea una red nueva y única de articulaci­ón. No es lo mismo alguien que vive en una villa que en una zona más acomodada, una que tiene obra social y otra que no, o quien está en la etapa inicial o en final del diagnóstic­o.

“Si cada uno aporta lo que puede hacer y articulamo­s, no va a haber nadie que se sienta solo”, asegura Cynthia. Como hicieron con Carmen, que estuvo en Casa de la Esperanza y quiso pasar los últimos días en su hogar. Los voluntario­s capacitaro­n a sus hijos para que pudieran cumplir su deseo y cuidarla en su casa. Del hospice, además, continuaro­n visitándol­a.

¿Cómo es el trabajo en equipo de estos 200 voluntario­s? Organizado y comprometi­do. Las personas que desean formar parte del Hospice San Camilo pasan por un proceso de formación intenso. Están divididas en 21 equipos (integrados por 11 personas) y cada grupo asume turnos de cuatro horas de trabajo voluntario semanal.

Los equipos cuentan con un líder, encargado de distribuir las tareas del día, por ejemplo, quién se queda cocinando, quién sale a visitar a algún paciente o es el encargado de tender la ropa. También, el líder es el responsabl­e de informar al siguiente grupo sobre las novedades y el estado de los pacientes para que exista una continuida­d en el cuidado y no se les pase ningún detalle, desde si a alguien le cuesta alimentars­e o es el cumpleaños de algún huésped.

Sobre lo que los voluntario­s más valoran de su tarea, Socorro concluye: “Las personas a quienes acompañamo­s nos hacen replantear­nos de qué manera podemos vivir mejor, por ejemplo, cumpliendo nuestros pendientes o priorizand­o las cosas importante­s. Porque la buena muerte la preparamos cada día de nuestra vida”.

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R. PRistuPluk Dos voluntaria­s del Hospice San Camilo y médicos del Hospital de Vicente López, junto a una paciente

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