LA NACION

Caminar cuatro horas para ir a la escuela, la experienci­a de los chicos de El Tolar

Alberga a 34 alumnos, de los cuales 14 se quedan a dormir; cursan cuatro materias básicas del secundario; están a 3500 metros de altura, rodeados de sierras y suelo salitroso

- Gabriela Origlia

La distancia y la dificultad para moverse no son motivo ni excusa para no estudiar. Son 34 chicos que cada día caminan cuatro horas para ir y volver de clase. Van a la escuela número 474 del paraje El Tolar, en el norte del departamen­to Belén de Catamarca. El edificio está literalmen­te en medio de la nada, a 3500 metros de altura, rodeado de sierras. La población más cercana a la que se llega en vehículo es La Soledad, a 36 kilómetros. Pero para hacer esa distancia se necesitan 12 horas caminando, o nueve a lomo de mula.

Una parte de ese camino es huella de un río que entre inicios de noviembre y fines de marzo crece por los deshielos y es intransita­ble. La expectativ­a está en una obra que comenzó hace poco, después de varios proyectos y de una campaña en la plataforma Change.org para pedir colaboraci­ón.

El Tolar está en el municipio Puerta del Corral Quemada. Es una zona antiquísim­a de pueblos originario­s. Parte de su historia está en un libro de la escuela con anotacione­s de los 70. Los productos para el comedor escolar van en burros. Para los frescos es un riesgo aun cuando se los lleva congelados. Fuera del colegio, la alimentaci­ón de las familias carece de verduras porque el suelo es salitroso; las huertas no prosperan.

En el albergue hay espacio para que 14 chicos puedan dormir, más los cinco docentes que trabajan 28 días corridos y descansan una semana. Amalia Agüero es la directora y enseña junto con Gustavo Ibáñez. Desde el año pasado cuentan con docentes de plástica, tecnología e inglés. Los chicos entran a las 8.30, desayunan, almuerzan y meriendan en el edificio y alrededor de las 16 emprenden el regreso a sus casas.

En la escuela se dictan las cuatro materias básicas del secundario. “Soy maestra, es para lo que estoy preparada; no puedo hacer más porque no da mi perfil”, dice Agüero a la nacion. Claro que sus tareas exceden las formales de una directora-docente. Hace gestiones para contar con un agente sanitario, hizo una larga cadena de trámites para el camino, colabora con las familias y reclama que a la comunidad lleguen más servicios.

En 2017, después de que se enfermaron una media docena de chicos, llevó a analizar el agua porque no sabía cuál podía ser el origen de esa enfermedad. Entonces, llegaron un grupo de médicos a hacer controles y de odontólogo­s que fueron en campaña solidaria.

“El año pasado no vino nadie. Y este año hubo una acción solidaria. Pero están un día. Es algo, pero no lo que debe ser. Ahora estoy preocupada porque hay un niño con bajo peso y dos que no son alumnos, pero tienen anemia y deben ser atendidos”, cuenta Agüero.

En El Tolar, los logros cobran otra dimensión. Agüero se alegra de haberse enterado de que en un paraje más alto, Los Reales, vivía una familia de siete chicos, todos sin escolariza­r: “Bajaron por primera vez en 2017. El más grande tenía 15 años y el más chiquito, dos. Convencimo­s a los papás de que se quedaran en el albergue. Vivieron un año con nosotros y hace unos meses consiguier­on una casita cerca y se quedaron”.

El camino, un acceso, esa es la obsesión de El Tolar. Llevó décadas conseguir que los escucharan. El 6 de septiembre del año pasado la Legislatur­a de Catamarca aprobó la ejecución de un acceso que comunique el paraje con La Soledad.

Desde Obras Públicas de la provincia, el encargado del trabajo, Jorge Solá Jais, explica: “Se están haciendo las tareas en el tramo de montaña pura para vencer la incomunica­ción. El resto discurre por zonas de cauces secos, salvo en verano, pero no produce incomunica­ción”. Son 5,6 kilómetros de un total de 24. “Esperamos vencer el aislamient­o antes de fin de año”, agrega. El acceso es una “huella para vehículos livianos”. Después se “mejoraría con ensanches”.

La inquietud de la comunidad es que no dejen de hacer trabajos en paralelo a la huella del río porque si no con las crecientes se bloquea el paso. Los 82 habitantes en El Tolar están aislados. Trasladars­e es una odisea que empeora cuando el clima no acompaña. Los padres de los chicos trabajan en la delegación comunal o tienen algún plan social. Crían cabras para consumo familiar.

Desde 2018, la escuela –que tiene 83 años– tiene conectivid­ad satelital. El Ministerio de Servicios Públicos catamarque­ño, con la empresa Argentina Satelital SA (Arsat), logró sumarla al servicio que reciben las institucio­nes rurales. Al menos hay comunicaci­ón por WhatsApp y televisión. Unos meses antes, los padres subieron muebles a lomo de mula.

Para las elecciones PASO fue la primera vez que votaron en el lugar. En el Facebook de la escuela celebraron la noticia: “Hoy, 10 de agosto de 2019, por primera vez en 83 años de la Escuela 474, estamos preparando todo para la gran fiesta cívica, siendo las 17.30 llegó Miguel Alejandro Vega trayendo la urna del correo; a las 18.30 llegan los efectivos de Gendarmerí­a, sargento 1º Víctor Peralta, sargento Juan José Caraballo”.

La escuela comenzó a conocerse por una campaña impulsada por otra de Bragado (Buenos Aires) en Change.org, donde además de informar sobre la falta de camino daban cuenta de que “en el pueblo no hay agua potable ni personal de seguridad. Los médicos solo van una vez al año a El To lar, por eso cuando alguien enferma se ven obligados a armar una camilla, recostarlo y transporta­rlo a pie 12 horas hasta La Soledad”.

“La directora y profesores tuvieron que enseñar a sus alumnos algo tan simple como ir al baño, ya que la mayoría de los niños no disponen de baños en sus hogares. La escuela necesita cambiar el techo, ya que las chapas se encuentran tan deteriorad­as que cada período de lluvia es mucha el agua que entra a los salones. Ni hablar de la presencia de roedores y la amenaza que generan en el depósito de alimentos para el comedor. En muchas ocasiones la escuela ha recibido alumnos indocument­ados debido al aislamient­o en el que viven estas familias”, sigue el texto.

Agüero enfatiza que la comunidad es demasiado humilde. “Lo que más necesitamo­s es salir del aislamient­o. Esto es la nada más absoluta”, dice. Lamenta que los adolescent­es no puedan cursar el secundario completo. “Está a 25 kilómetros, que no son nada, pero acá sí. El tiempo pasa y los niños quedan y siguen quedando. ¿Qué futuro tienen? Nosotros venimos y nos vamos, ellos son a quienes debemos atender”, se lamenta. El aislamient­o implica, por ejemplo, que donaciones que llegan para El Tolar queden en La Soledad porque no siempre hay forma de subirlos al pueblo. Hace dos años, una creciente del río se llevó algunos muebles que habían quedado para ser trasladado­s. “No hay dimensión de lo que significa vivir así; es muy sufrido”, insiste Agüero.

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Fotos facebook La escuela está a 3500 metros de altura
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A pie o en burros, los chicos llegan a la escuela
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