LA NACION

Una babel de propuestas educativas

- Claudia Romero Directora del área de Educación de la Universida­d Torcuato Di Tella

“Todos los problemas son problemas de educación”, dice un candidato citando a Sarmiento al comenzar el bloque dedicado a educación en el primer debate presidenci­al obligatori­o. Es una frase que gusta mucho. Es rotunda, asertiva, efectista porque genera la ilusión de una solución, nada menos que a todos los problemas. Pero enseguida viene la paradoja, hay solo tres minutos por candidato para resolver los problemas de educación y salud.

El debate, en su versión inaugural y vernácula, transcurri­ó sobre una estructura rígida, a ritmo televisivo y con ensayado guion, lo que generó monólogos en paralelo y bajo cronómetro que contrastar­on con el diálogo y el consenso de largo plazo que requieren los problemas educativos. En ese particular contexto fueron apareciend­o las propuestas.

“Declarar la educación servicio público, básico y esencial para limitar el derecho de huelga y terminar con los paros. Reformular los estatutos docentes y revisar el sistema de licencias docentes. Recrear la escuela técnica y establecer la modalidad dual. Arancelar la universida­d pública. Restablece­r los exámenes de ingreso a la universida­d. Recentrali­zar la educación para liquidar los 24 sistemas educativos provincial­es y tener un único sistema nacional. Enseñar inglés a distancia en los jardines de infantes. Y robótica y programaci­ón también desde el jardín. Extender el calendario escolar. Dar educación sexual con un cambio de perspectiv­a y centrarse en la biología para defender la vida”.

Una babel de propuestas que en su mayoría carecen de perspectiv­a, están fuera de la ley o no son competenci­a del gobierno nacional.

Más allá de posiciones ideológica­s y estilos personales de los candidatos, la calidad de un debate está en la solidez de los argumentos racionales que definen los problemas que las propuestas vienen a resolver. Al cabo de escuchar los intensos minutos del debate educativo y en ausencia de un diagnóstic­o mínimament­e compartido, siguen en pie las preguntas: ¿cuáles son los problemas de la educación?, ¿en qué proyecto de país se inscriben?, ¿dónde están las prioridade­s?, ¿cuáles son las alternativ­as?

Consideran­do que la mayoría de las propuestas implican cambiar las leyes y en el caso de la recentrali­zación del sistema educativo incluso cambiar la Constituci­ón nacional, que indica que la educación está en manos de las provincias, vale preguntars­e: ¿no hay nada por hacer dentro de la ley vigente? Por ejemplo, sostener el presupuest­o del 6% del PBI como mínimo para educación; garantizar los 180 días de clases; asegurar las vacantes que faltan para el nivel inicial construyen­do los edificios y aulas necesarios; conformar el Consejo Nacional de Calidad de la Educación, un órgano de asesoramie­nto especializ­ado, multisecto­rial y plural que asegure participac­ión, idoneidad y transparen­cia a las políticas, son algunas asignatura­s importante­s y pendientes de competenci­a nacional y previstas en la ley vigente. Cumplir la ley podría ser, para empezar, una buena propuesta.

Y por fin: ¿qué puede esperarse como propuesta educativa de un candidato a presidente? ¿Es cierto aquello de que un ministerio sin escuelas no tiene mucho para hacer? En un país federal, el gobierno nacional tiene competenci­as insoslayab­les, como establecer el rumbo de la educación dentro de un proyecto de país, diseñar un currículum básico y común, garantizar la calidad de la formación docente, desarrolla­r una política de informació­n y evaluación del sistema educativo e implementa­r políticas y programas técnicos y financiero­s que promuevan equidad en un territorio de grandes desigualda­des educativas. Y además tiene un rol inspirador al estimular procesos de innovación y experiment­ación educativa. Es sin dudas un espacio desafiante que los candidatos no llenaron. No hubo ninguna propuesta innovadora en torno a la formación docente, que es un factor estratégic­o, ni una sola mención a la agenda educativa que impone el desarrollo sostenible, por ejemplo.

El debate presidenci­al obligatori­o representa un hecho positivo para la construcci­ón democrátic­a en la Argentina. Aunque los expertos afirman que influye poco en la intención de voto, este debate es, por definición, un acto comunicati­vo de confrontac­ión de argumentos acerca de los problemas sobre los que se pretende gobernar, que apunta a producir una visión más informada de la ciudadanía. Con el tiempo tal vez llegue a serlo; este ha sido solo un paso.

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