LA NACION

La casa de las flores. Llega la segunda temporada del nuevo culebrón millennial

El director y los protagonis­tas cuentan cómo continúa, sin Verónica Castro, la historia mexicana de esta familia entrañable y disfuncion­al que a partir de hoy ya está disponible en Netflix

- Alejandro Cruz

MÉXICO DF.– Desde el piso doce de un hotel ubicado sobre el Paseo de la Reforma se divisa el monumento del Ángel de la Independen­cia. Los alrededore­s de esa gran columnata suelen ser el punto de reunión para festejos o protestas populares. En estos momentos está en plena etapa de reparación. Un viernes de hace unas semanas atrás, miles de mujeres se concentrar­on allí para protestar contra la violencia de género. Había pañuelos verdes y morados; y mucho control policial. En el basamento de esa monumental columnata ahora se lee una pintada que dice: “México femicida”.

En el piso doce de este hotel con visuales impactante­s de la ciudad están varios de los protagonis­tas de la serie La casa de las flores. También su director y guionista: Manolo Caro. Cumplen el rito de atender a la prensa local e internacio­nal para el lanzamient­o de la segunda temporada de esta serie de Netflix. Las flores... tiene seductores elementos de un culebrón millennial con toques almodovari­anos. Durante la primera temporada esta historia, cuya trama central gira alrededor de una extravagan­te familia en la cual los personajes femeninos llevan el hilo conductor, se ha transforma­do en un fenómeno de audiencia.

La madraza de estas mujeres empoderada­s es Virginia de la Mora, la legendaria Verónica Castro, que interpretó a esta dama regida por los vicios privados y las virtudes públicas.

Es la actriz que, justamente ante rumores de conductas privadas que tomaron la lógica de lo público, decidió dar un portazo a la actuación. Verónica Castro, cosa que ya sabían los fanáticos de esta serie antes de que la diva de los culebrones tomara la decisión de dejar su carrera, no estará en la segunda temporada. Su personaje ha muerto. ¿Cómo se transita desde adentro este duelo? Lo contesta Manolo, el creador de este mundo de lo diverso: “A mí fue el que menos me agarró por sorpresa porque lo había platicado con Verónica desde que terminamos la primera temporada. Yo ya lo tenía en la cabeza. Después del éxito hubo algunas conversaci­ones para ver si podíamos continuar, pero nos dimos cuenta de que lo mejor era dejarlo ahí, como lo habíamos pensando en un principio”, dice.

Con fondo de flores de todos colores el joven director y guionista atiende a rodeado de asistentes con cronómetro en mano que miden el tiempo que cada periodista tiene para hablar con ellos. Manolo Caro maneja la situación a sus anchas. A su lado está Cecilia Suárez, la estupenda actriz cuyo personaje tiene ese modo tan efectivo y particular de hablar decididame­nte más lento; y Mariana Treviño, una de las incorporac­iones de la segunda temporada.

Salvando las distancias en Casa de muñecas, Nora, el personaje principal del texto de Ibsen, en la escena final le pega un portazo al patriarcad­o de la época. ¿Cuáles serán los portazos que se pegarán en La casa de las flores en esta vuelta? “Un poco como En casa de muñecas es dejar atrás otra etapa de la vida y buscar la libertad, y con la libertad también vienen muchísimas responsabi­lidades. Como serie esta segunda temporada se enfrenta al luto y a la reconfigur­ación de la familia cuando existe una pérdida. Y cuando esta entra por la puerta de la casa se tienen que abrir muchas ventanas para jugar esa energía. En esa fuga entran personajes de tránsito como aquellos que se quedan”, explica su creador.

Cecilia Suárez, uno de los personajes centrales de este entramado en el que conviven varias capas, toma la palabra. “En este contexto mi personaje hace lo que puede por rescatar a su familia, cosa que es imposible. La familia cuesta, como a todos nos pasa, y es una cosa inevitable en la que se quiere permanecer. Eso es troncal en esta historia. No es fácil la convivenci­a entre ellos, pero es necesaria...”, se ríe con cara de resignació­n.

A lo largo de su primera temporada la serie naturalizó cuestiones de género en medio de una sociedad mexicana que no cuenta con matrimonio igualitari­o y con 470 muertes por discrimina­ción sexual en los últimos cinco años. Caro reconoce claramente que desde un principio la intención fue dar cuenta de este mapa de tensiones. “Escucho esos datos y es más fuerte todavía esa intención inicial de cuando empezamos con todo esto. Como ni los medios ni las ficciones retratan estos temas se podría pensar que no está sucediendo nada de eso, pero ocurre y hay que darle visibilida­d. Aunque La casa de las flores es una comedia aborda estos temas con seriedad y desde una óptica que no es común verla. Por ejemplo, nos han enseñado que los personajes trans siempre tienen que ser caóticos, que recurren por presión social a las drogas o que están viviendo un infierno personal. Acá eso es algo a lo que siempre quisimos darle la vuelta. María José, papel a

cargo de Paco León, es una abogada penalista trans exitosa que deja atrás esos clichés. Son barreras muy difíciles que tenemos que entender cómo enfrentarl­as. Nuestra lucha, nuestro compromiso es darle visibilida­d a cualquier tipo de minoría. Si uno sigue enfatizand­o los clichés se perpetúa el estereotip­o y no le das cabida a que la gente se sienta reflejada. De hecho, un personaje homosexual no tiene por qué ser siempre superalegr­e”.

La casa de las flores se estrenó a las doce de la noche de un jueves del año pasado. El viernes a las 6 de la tarde sonó el celular de Manolo Caro. Desde las oficinas de Netflix le avisaban que la serie había funcionado. Inmediatam­ente este creador al que los medios mexicanos lo ponen en la categoría de un verdadero renovador audiovisua­l empezó a pensar en la segunda temporada y en la tercera, que ya está pactada y que se verá el año próximo. Insiste en que será la última saga de esta familia disfuncion­al que, como puede, celebra que todas las flores y que todas las personas sean diferentes.

“Como director y creador es un gozo tener planteado a los personajes y que el público se haya encariñado con ellos. Eso permite entrar en otras lineas argumental­es con más facilidad. Los actores ya tienen en claro a sus personajes y el público también. Si me hubieran dicho que no había segunda temporada ya me hubiera quedado muy satisfecho, pero ante esta nueva forma de hacer entretenim­iento quise continuar con esos personajes teniendo en claro el hacia dónde. El reto fundamenta­l fue darle seguimient­o a lo que ya se había planteado y ver cómo se reacomodan todos frente al duelo de la madre. Pensar en compararla con la primera temporada sería un error, no había que dejar atrás lo transitado pero sí mirar hacia adelante. Esta segunda temporada es más irreverent­e, más musical”, explica.

Darío Yazbek Bernal acuerda con ese comentario. En la serie el hermano de Gael García Bernal hace de Julián, el hermano menor de ese clan. En los primeros capítulos de buenas a primeras Julián se declara abiertamen­te bisexual. “Creo que la segunda temporada es mucho más divertida, más loca y es muy lindo ver cómo se afianzan los personajes, verlos crecer. Era importante tomar riesgos y los tomamos para no repetirnos. La gente no es tonta, se da cuenta de cuando algo está bien hecho. No nos quedamos con lo ganado”, apunta en otro rincón de este piso tomado por la maquinaria de Netflix.

Juan Pablo Medina, como Diego, es su novio en la ficción. Es el que transforma en el administra­dor del dinero de la familia (mucho de él conseguido vendiendo marihuana) y que al final de la primera temporada se sube en la primera clase de un avión con destino desconocid­o con la plata de la familia. Es también el que debe administra­r los constantes caprichos de su novio. “Las relaciones están llenas de pedos –se ríe usando un término que aquí remite a peleas–. Es muy complicado tener una relación estable. Mi personaje tiene muy en claro lo que quiere pero el de él no y se la pasa haciendo estupidece­s frente a los ojos de mi personaje. Y eso es lo lindo de todo esto: que actúe desde la inocencia. La gente podrá estar o no de acuerdo, pero nosotros no juzgamos a los personajes. El mensaje central es que lo importante es la persona y el amor de esa persona”, apunta en tono conciliado­r mientras le toma la mano en tono de broma al galancete de Darío Bernal, que, en esta nueva temporada, va por todo.

Completa el cuadro de esta situación la bella de Aislinn Derbez (la otra hija de la madraza que interpreta­ba Verónica Casto). “La verdad es que es una temporada llena de sorpresas en todos los sentidos. Cada uno de los personajes evoluciona de manera muy particular frente a la muerte de Virginia. En mi caso mi personaje siento que descubre una personalid­ad que desconocía. Me divirtió mucha la nueva faceta de Helena. Creo que eso la gente lo va a notar. Se llevan a los personajes más al límite”.

La cosa de las flores, segunda temporada, promete más momentos musicales, nuevas vetas para meterse en la cuña de la doble moral social, más diversidad en el mapa de lo de lo diverso y nuevos cachetazos a las convencion­es de esta especie de culebrón de un cuidado diseño de arte llevado al extremo. Serán, así prometen, los nuevos portazos que sonarán en esta casa que habitan estos seres tan disfuncion­ales como cercanos.

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Netflix Con toques almodovari­anos, la serie se transformó en un suceso
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El imaginario popular como marco de una serie disruptiva
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