LA NACION

Nadie es inocente en la crisis

- Joaquín Morales Solá

La nueva política descubrió tarde que los recursos electorale­s de hace 36 años son los mejores. raúl Alfonsín los inauguró en 1983. El contacto directo del líder con sus seguidores. la necesaria divulgació­n de principios morales y republican­os en actos con miles de asistentes. Esa revelación tuvo ayer su momento apoteótico cuando una inmensa multitud rodeó a Mauricio Macri en el Obelisco. Más de un tercio de la sociedad es antiperoni­sta o antikirchn­erista; ese porcentaje significat­ivo está preocupado por (o teme) el regreso de la persecució­n y de métodos autoritari­os. El mérito de Macri es haber cambiado el clima político que lo precedió. los actos como el de ayer son una advertenci­a para un eventual futuro gobierno de Alberto Fernández.

mayoría social votará dentro de una semana por esos principios o por la economía? Pregunta sin respuesta. La crisis económica es larga y grave. Su solución es difícil.

Veamos por qué. La economía argentina está estancada desde fines de 2011. En los años pares

(2014, 2016 y 2018) el problema se agravó: hubo recesión. La recesión que se inició en 2018 aún continúa. La permanente desacelera­ción económica condenó a Cristina Kirchner a la derrota electoral en

2013 y en 2015. La misma economía emboscó a Mauricio Macri el pasado 11 de agosto, cuando triunfaron ampliament­e sus opositores Alberto Fernández y Cristina Kirchner. La inflación argentina es alta desde 2007, ya sea de manera explícita, como ahora, o escondida, durante el gobierno de los Kirchner. Nunca fue, de todos modos, tan alta como en los últimos años de Macri por el sinceramie­nto del precio de los servicios públicos, que en épocas del cristinism­o eran casi totalmente subsidiado­s por el Estado. Desde la gran crisis de 2001 y 2002, un tercio de los argentinos viven por debajo de la línea de pobreza. Hay en esa enorme proporción una tragedia humana y un riesgo político permanente. La desesperac­ión busca (y suele encontrar) artificial­es atajos políticos. La economía irresuelta ya terminó con el gobierno de los Kirchner y amenaza seriamente hacer lo mismo con el de Macri.

La deuda del gobierno federal es de US$337.000 millones. No vale la pena meterse en la polémica por el porcentaje de la deuda sobre el PBI. Este se mide en dólares y la deuda está, en su mayor parte, en la misma moneda, porque el mercado financiero local es casi inexistent­e. El porcentaje depende, entonces, del tipo de cambio. Cuando el dólar está subvaluado, el porcentaje sobre el PBI se achica. Fuertes devaluacio­nes, como las de los últimos tiempos, lo elevan exponencia­lmente. En 2015, la deuda era de US$240.000 millones, producto de la reestructu­ración de la que cayó en default en

2001 y de los préstamos de Venezuela (bonos que Hugo Chávez vendió en el acto a los mercados financiero­s internacio­nales) y de China. Macri la incrementó en cerca de 100.000 millones para pagar a los holdouts, los bonistas que continuaba­n en default (US$15.485 millones), los servicios de la deuda y, sobre todo, para financiar el déficit fiscal que heredó. Macri no pudo hacer lo imposible en materia de ajuste de las cuentas públicas, por la debilidad parlamenta­ria que lo acosó siempre, pero tampoco hizo lo posible, sobre todo en los primeros tiempos, porque su gobierno accedía fácilmente al crédito. El crédito es fácil hasta que es difícil. O imposible. Esto último sucedió en el segundo trimestre de 2018. El único prestamist­a que le queda a la Argentina es el FMI, sobre todo luego de que el propio Macri se viera obligado a reestructu­rar la deuda de corto plazo (el famoso reperfilam­iento). Un país que declaró un monumental y alegre default hace menos de

20 años, y que ahora reestructu­ra otra vez su deuda, estará fuera de los mercados financiero­s internacio­nales durante un buen tiempo.

El próximo gobierno deberá moverse en el estrecho corredor que existe entre dos alternativ­as sombrías: un default desordenad­o y la hiperinfla­ción. Macri deberá cambiar políticas y equipo si le tocara gobernar otro período. Alberto Fernández, el más probable próximo presidente, tiene muchas expectativ­as puestas en un acuerdo con los sectores sindicales y empresario­s (industria y campo) para frenar la escalada de precios. Según él, se trata de un plan para seis meses. “Para parar la pelota y ver qué partido jugamos luego”, suele decir. Hace bien en aclararlo. Los gobiernos argentinos suelen enamorarse de soluciones coyuntural­es y las convierten en definitiva­s. Hasta que estallan. Pasó con el plan de Gelbard en los 70 y con la convertibi­lidad de Cavallo en los

90. Eran soluciones para un tiemnández po, no para siempre. También deberá cuidarse de no emitir pesos descontrol­adamente; la hiperinfla­ción estaría a la vuelta de la esquina. Fernández suele decir muchas cosas, pero nunca abunda en promesas. Cuando dramatiza que la economía está “defaultead­a” hace una advertenci­a implícita de que reconoce el tamaño de la crisis. Casi toda su carrera en la administra­ción pública la hizo en el Ministerio de Economía (desde Juan Sourrouill­e hasta Roque Fernández). En síntesis, no es un neófito en esa materia, aunque tampoco es un economista. Vio de cerca la gloria y la caída de casi todos los presidente­s de la democracia. Es improbable que crea que un triunfo electoral es un premio definitivo, que le da derecho a hacer cualquier cosa. De hecho, acostumbra a repetir a sus íntimos una frase realista: “El poder que se obtiene se puede perder fácilmente”.

La economía se resolverá también en el frente externo. En el FMI seguirá influyendo más el gobierno de Washington que la nueva directora general, la búlgara Kristalina Georgieva, una mujer que no tiene un gran país detrás de ella, al revés de lo que sucedía con Christine Lagarde, que tenía a Francia y su influencia en Europa. Los políticos locales no pueden confiar en el destino improbable del impeachmen­t iniciado contra Trump. Deben prever que Trump estará en la Casa Blanca hasta, por lo menos, enero de 2021. El gran conflicto latinoamer­icano de Trump es Venezuela. Macri acaba de tensar esa cuerda al reconocer como embajadora oficial a la representa­nte de Juan Guaidó y expulsar a los diplomátic­os de Nicolás Maduro. Alberto Fernández prefiere alinearse con las posiciones de México y Uruguay, que proponen una vía diplomátic­a para resolver el drama político, económico y humanitari­o de Venezuela.

La Argentina de Macri integra el Grupo de Lima, constituid­o por una docena de países latinoamer­icanos, que se formó para resolver la crisis venezolana. La mayoría de esos países tienen posiciones muy duras contra el régimen de Maduro y disienten de las de México y Uruguay. Una versión indicó que Alberto Fernández estaba decidido a abandonar el Grupo de Lima. En una reciente visita a Washington,

Sergio Massa habló con funcionari­os del Departamen­to de Estado, que le enviaron al candidato peronista un mensaje preciso que contiene dos pedidos. Uno: no es convenient­e que la Argentina abandone el Grupo de Lima. El otro: Alberto Fernández debería llevar a ese ámbito sus posiciones cercanas a México y Uruguay. Fernández no sacará al país del Grupo de Lima, aseguró en las últimas horas. El mensaje que le trajo Massa le llegó y lo aceptó en el acto.

Todas las soluciones son difíciles para la crisis de Venezuela. La invasión armada, de la que Trump se acerca y aleja sucesivame­nte, tiene dos problemas. Si tropas norteameri­canas pisaran territorio venezolano, es fácilmente previsible que un incendio de protestas ardería desde México hasta Tierra del Fuego. El otro es que Maduro cuenta con una poderosa Fuerza Aérea, equipada con modernos misiles provistos por Rusia e Irán. Colombia, el país vecino que concentrar­ía a las tropas que invadirían Venezuela, podría ser afectada seriamente en pocos minutos a pesar de que su Ejército es mucho más numeroso y mejor entrenado. Insistir en la protesta de los venezolano­s es continuar con las muertes injustas. El camino es el del diálogo con un gobierno que usó el diálogo para ganar tiempo y eternizars­e en el poder. El diálogo y una fuerte presión diplomátic­a de América Latina –sin fisuras–, de Washington y de Europa parece ser el estrecho sendero hacia una solución siempre incierta. Lo único verdadero es que Alberto Fernández no podrá escapar del infierno venezolano.

El mérito de Macri es haber cambiado el clima político que lo precedió. Actos como el de ayer son una advertenci­a para un eventual futuro gobierno de Alberto Fernández

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