LA NACION

Los beneficios no llegan a todos en el mejor alumno de la región

- Víctor García

Hace más de diez días, el presidente Sebastián Piñera declaró que Chile era “un verdadero oasis” dentro de una “América Latina convulsion­ada” en materia política. Las palabras del mandatario han sido replicadas en medio de las protestas más violentas de los últimos 30 años y han sido exaltadas como ejemplo concreto de cierta indolencia ante un conflicto que desde La Moneda nadie aventuró. La salida a comer a una pizzería del presidente, mientras miles de personas salían a las calles, potenció esa sensación en el ambiente de disgusto y de no sentirse escuchadas ni por su máxima autoridad cuando el fuego ardía en varios puntos de la capital.

La crisis le explotó al gobierno en sus narices por no palpar un creciente descontent­o ni la rabia generada por los problemas cotidianos a los que se enfrentan miles de chilenos. El colapso en los hospitales públicos por falta de insumos, la suba de los servicios, las bajas pensiones y el acceso a la educación han colmado la paciencia de miles de ciudadanos que salieron a las calles a protestar, más allá del descontrol que se ha vivido en Santiago y en otras ciudades.

Chile tiene una imagen en el vecindario de un alumno que ha hecho los deberes y que vive cierta tranquilid­ad, en un contexto caótico.

Aquella imagen del país es la que no se difunde a nivel internacio­nal y que organizará la APEC en noviembre, con los principale­s líderes del mundo discutiend­o el devenir económico: la de una sociedad que estimula el consumo por todos los medios, pero cuyo sistema se basa en bajos salarios, que distribuye sus ingresos de forma muy desigual y que tiene a sus habitantes altamente endeudados. La reflexión y el diagnóstic­o son transversa­les en la sociedad chilena: los más ricos siguen siendo más ricos y la brecha con los sectores más vulnerable­s ha ido en aumento.

El alza del boleto del subte que congeló Piñera –y que recordó lo que pasó con Lenín Moreno en Ecuador tras dar marcha atrás un decreto que eliminaba los subsidios al diésel– es el piso con el que el mandatario pretende revertir la crisis social, aunque a sus propios colaborado­res les han faltado empatía y sensibilid­ad.

Tras las primeras críticas por el alza del servicio de transporte, el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, instó a los ciudadanos a madrugar para aprovechar una tarifa más baja. Aquella declaració­n, rechazada por todos los sectores, incluso desde el oficialism­o, dejó en evidencia una total desconexió­n con el ciudadano de pie y sembró una molestia que fue creciendo.

Los reclamos, acaso como pocas veces se ha visto, han movilizado a la clase emergente chilena. Se oyeron cacerolazo­s en sectores donde la gente vive en edificios modernos, cerca de reputadas escuelas privadas y con todos los servicios a la mano, pero también se ha visto frustrada por el estancamie­nto económico del país. Piñera prometió “tiempos mejores”, pero aquellas promesas de una bonanza que se plantearon en su campaña presidenci­al no se han visto cristaliza­das y la sensación de frustració­n ha sumado a nuevos integrante­s.

Durante toda la tarde, el gobierno optó por el silencio y los rumores del toque de queda aumentaron. Dirigentes de partidos políticos de izquierda y de derecha desfilaron por programas de televisión, pero la escasa sintonía de la clase política también quedó expuesta. Con la oposición fragmentad­a, tampoco surgieron liderazgos orgánicos, lo que terminó confirmand­o que las protestas no son representa­tivas de un sector determinad­o. Independie­ntemente de los vándalos que incendiaro­n los vagones del subte, se vio a muchísima gente común y corriente con sus familias, tocando la bocina o pegándole a su cacerola.

El liderazgo del presidente Piñera también ha quedado en entredicho, probableme­nte como nunca había ocurrido en estos dos años, pese a la sostenida baja en su popularida­d que ha tenido. Con el toque de queda ya sentenciad­o, en una medida que no se veía en Santiago desde los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet, la ciudad quedará vacía y custodiada por militares. Una escena nueva para una generación que se aburrió de las promesas incumplida­s y de tolerar un sistema que le terminó dando la espalda.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina