LA NACION

Los funcionari­os siguieron la marcha junto con la gente

Vidal escuchó a Macri subida a una camioneta y Bullrich estuvo a puro abrazo y selfies

- Mariano Obarrio

María Eugenia Vidal no pudo llegar al escenario y vio la marcha desde la caja de una camioneta F-100. Elisa Carrió pegó el faltazo: se quedó en Capilla del Señor por el cumpleaños de su hija Victoria. Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli llegaron al palco abriéndose paso como rockstars entre abrazos, besos y selfies frente al Obelisco. Patricia Bullrich miró el discurso de Mauricio Macri entre la gente que la abrazaba y ovacionaba. Su gestión en Seguridad le dio más popularida­d.

El clima de fiesta y esperanza era sobrecoged­or. Entre exclamacio­nes de “Sí se puede” y el jingle “Mauricio lo da vuelta”, el Presidente ingresó por la manga de vallas tubulares de 150 metros desde Diagonal Norte acompañado por un guardaespa­ldas camuflado de civil. Estaban todos los funcionari­os de la Presidenci­a pese a ser acto de campaña y no oficial. Pero vestían ropas de calle. La custodia presidenci­al de la Casa Militar estaba escondida, pero estaba.

Macri se juntó con Juliana Awada en el escenario, no antes. Larreta y Santilli llegaron con sus respectiva­s parejas, Bárbara Diez y Analía Maiorana. “Horacio, mirá la remera que tengo”, le gritó un fan, abriendo su chaqueta. Se leía: “La camiseta de Larreta”. “Diego, te quiero”, le gritó una señora madura a Santilli, que sonreía.

Macri recibió el cariño de su público mayormente femenino: “¡Te amo, Mauricio!”; “¡Lo damos vuelta!”, “Qué no vuelva Cristina”. Paula, cincuentañ­era de ojos celestes y mal carácter, dijo a la nacion: “No lo voté en las PASO, pero no quiero que vuelva el kirchneris­mo”. Era de los enojados que Macri quiere “ir a buscar”.

Otra preguntaba: “¿Quién es el rubio que está con Mauricio?”. Era Fernando de Andreis, secretario general de la Presidenci­a. Un paso atrás lo seguía Hernán Lombardi, coordinado­r de la caravana del “Sí se puede”.

Miguel Pichetto fue ovacionado como nunca lo había sido antes en el peronismo. Larreta (de remera negra), Santilli y Marcos Peña (ambos de camisa celeste Pro) se treparon a un camión de TV para saludar a 30.000 personas que quedaron atrás del palco y que no pudieron verlo de frente. Los popes macristas revoleaban los puños gritando: “¡Sí se puede!”. Luego invitaron a subir a Macri y a Pichetto. El Presidente lucía emocionado y casi lagrimeaba. Pichetto, un duro, no podía evitar la sonrisa.

Vidal había quedado en encontrars­e a las 17 con su gabinete en Libertad y Viamonte, para llegar al acto a pie. Estaban Federico Salvai, Gabriel Sánchez Zinny, Cristian Ritondo y Santiago López Medrano, entre una veintena de funcionari­os. Al llegar a Cerrito, la caminata fue imposible. Vidal tardó una hora y media en llegar a Lavalle. Fotos, selfies, autógrafos, abrazos y besos. “¡Vamos, María Eugenia, sí se puede!”, le gritaban. Todo se desmadró. Perdió de vista a sus colaborado­res. Encontró lugar en la caja de una camioneta F-100 con su hija Camila. Era de un vendedor de agua mineral fanático de la causa. “¡Claro, subí, María Eugenia!”, exclamó.

A la gobernador­a le regalaron banderas, rosarios y cartitas. Se sacó fotos y siguió el discurso de Macri con aplausos y vivas: “¡Sí se puede!”, “Hacemos patria, hacemos historia”.

Tras terminar un animado almuerzo en Capilla del Señor, por el cumpleaños de su hija, Carrió recibió el informe de un colaborado­r: “La Panamerica­na está muy cargada”. “Entonces no vamos”, dijo Carrió. Pero prometió ir el martes a Rosario.

Los demás ministros estuvieron diseminado­s entre la gente. Guillermo Dietrich se encontró con una vieja amiga: “¡Guillo, invertí en una bandera de $300, hagan algo!”. Frente al palco estaban Larreta, Santilli, Lombardi, Gerardo Morales, Mario Negri, Luis Naidenoff, Oscar Aguad, Maximilian­o Ferraro, Cristian Ritondo y Adrián Pérez, entre otros. Detrás del escenario, quedaron Peña y De Andreis. Iván Pavlovsky grababa videos para las redes. Las calles laterales desbordaba­n y los subtes habían colapsado. La estación Tribunales de la línea D era un comité Pro. Tras su discurso, en el que por momentos hizo caso omiso del texto del teleprompt­er, Macri abrazó y besó a su esposa, Juliana, que se secó una lágrima de la emoción.

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