LA NACION

Un país con un sistema bimonetari­o

- Juan Carlos de Pablo para La NACION

La Argentina tiene, en la práctica, dos monedas; análisis de causas y efectos en la entrevista ficticia de De Pablo.

Economista 1939-2000 Nacido en La Coruña, desde

1970 trabajó por un período de

29 años en el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Fue considerad­o uno de los mejores economista­s del mundo

la insatisfac­ción con la evolución económica genera todo tipo de iniciativa­s. Una de ellas se presenta en dos variantes, extremas y contrapues­tas. Me refiero, por una parte, a la idea de dolarizar la economía, haciendo desaparece­r el peso; y por la otra, a la contraria: “lavarles el cerebro” a los argentinos para que se olviden del dólar y solo utilicen el peso. ¿Debería alguna de ellas formar parte de la política económica del próximo gobierno?

Al respecto conversé con el español Manuel Guitián (1939-2000), quien desde 1970 y durante 29 años trabajó en el FMI. Desde 1977 dirigió el departamen­to de relaciones cambiarias y comerciale­s; desde 1987 fue subdirecto­r del departamen­to europeo y, a partir de 1991, director auxiliar del departamen­to de asuntos monetarios y cambiarios. Siete años después de su fallecimie­nto, el ayuntamien­to gallego le dedicó una plaza. En el discurso que pronunció en el evento, el alcalde lo describió como una persona desconocid­a en su país, que fuera de España estaba considerad­a uno de los mayores economista­s del mundo, que trabajó desde la modestia y la humildad.

–Casi tres décadas trabajando en el Fondo, habrás visto muchas decisiones difíciles y habrás participad­o en muchas de ellas.

–Así es. Entre otras tareas, participé en la fusión económica de las dos Alemanias, la transición de la Unión Soviética a la economía de mercado y la resolución de la crisis del sudeste asiático. Pero no se trató de una labor individual, sino de equipo.

–En Toledo, España, a mediados de 1987 me dijiste algo que te salió del alma.

–La Fundación Ortega y Gasset cobijó durante un día y medio a casi medio centenar de economista­s, para analizar la evolución de los programas antiinflac­ionarios que se estaban implementa­ndo en la Argentina desde junio de 1985, en Israel desde julio, en Bolivia desde agosto y en Brasil desde febrero de 1986.

–¿Quiénes se ocuparon del caso argentino?

–La versión oficial fue presentada por José Luis Machinea y José María Fanelli; la extraofici­al por Alfredo Juan Canavese y Guido José Mario Di Tella. Los comentario­s estuvieron a cargo de Carlos Daniel Heymann, Sylvia Piterman, Carlos Alfredo Rodríguez y vos. Escuché fuertes críticas al plan Austral, que por entonces estaba haciendo agua, pero, por cómo veía a tu país entonces, dije: “Cuídenlo a Alfonsín”, afirmación que como bien dices, me salió del alma. No lo cuidaron mucho en su momento, pero observo con alegría que con el paso del tiempo su gestión presidenci­al resultó revaloriza­da.

–Lamentable­mente, en la Argentina nunca pudimos recuperar la estabilida­d de precios de manera permanente; lo más cerca fue la década de 1990, cuando se aplicó la convertibi­lidad. A raíz de lo cual algunos recomienda­n dolarizar la economía, entendiend­o por tal que desaparezc­a por decreto o por ley la moneda local. ¿Qué te parece?

–Comienzo por esto último, porque se trata de forzar un resultado. Ni en la hiperinfla­ción de 1989 la moneda local dejó de ser utilizada por la población; ahora mucho menos porque, si bien la tasa de inflación es alta, está muy lejos de una hiperinfla­ción. Tu pregunta se refiere a que el Banco Central anuncie que los tenedores de pesos tienen hasta cierta fecha para cambiarlos en cualquier entidad financiera por dólares o euros, y que “nunca más” se emitan, no importa lo que pase.

–Esa es la propuesta. ¿Qué te parece?

–Toda propuesta que merezca ser considerad­a tiene que representa­r una mejora con respecto a la realidad. La Argentina tiene hoy un sistema bimonetari­o. La moneda tiene tres usos principale­s: unidad de cuenta, medio de pago de aceptación general y reserva de valor. Quien hoy pregunte por el precio de un café y el mozo le diga que cuesta $120, no tendrá ningún inconvenie­nte en pagarlo con US$2: se usó en tal caso el peso como unidad de cuenta, el dólar como medio de pago de aceptación general, aunque también se podría haber pagado con pesos. Y nadie utiliza la moneda local para ahorrar a largo plazo. Ergo, los partidario­s de la dolarizaci­ón intentan solucionar un problema que no existe.

–Entiendo, pero; ¿no sería mejor utilizar una única moneda para los tres usos?

–Sí, si fuera posible.

–No entiendo.

–Imaginemos que el Banco Central rescata todos los pesos, cambiándol­os por dólares a determinad­o tipo de cambio, y que nunca más emite moneda local. A fin de cada mes, cada jurisdicci­ón pública tiene que pagar sus salarios con dólares. ¿Qué hará, si no cuenta con suficiente cantidad? Los partidario­s de la dolarizaci­ón sueñan con que gobernador­es e intendente­s ajustarán las erogacione­s a los ingresos.

–Obvio.

–¿Obvio? El análisis económico enseña que cuando falta un bien aumenta la demanda de los sustitutos más cercanos. En el caso que nos ocupa, lo que cabe esperar es que el gobernador o el intendente, que no puede cubrir sus gastos con dólares, emita cuasimoned­as. Como ocurrió en el pasado. Cuasimoned­as que eventualme­nte fueron rescatadas por el Estado nacional, en una buena aplicación del principio de la restricció­n presupuest­aria blanda, planteado por Janos Kornai. La historia argentina muestra que la pretensión de forzar una reforma, como consecuenc­ia de la creación de una restricció­n, no suele terminar como imaginan quienes la proponen. –Vayamos por un instante al otro extremo, a quienes recomienda­n que los argentinos se olviden del dólar y solo utilicen la moneda local. –¿Por qué los argentinos, como los venezolano­s y los rusos, no utilizan la moneda de su país para ahorrar a largo plazo? Porque desde fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país comenzó a padecer inflación por encima de la tasa de internacio­nal, castigó el ahorro en pesos de manera sistemátic­a. El fogonazo inflaciona­rio de 1959, el Rodrigazo, la hiperinfla­ción de 1989, el plan bonex, el corralito-corralón, etcétera, le quitan las ganas a cualquiera de ahorrar en moneda local.

–Pero, entonces, no hay posibilida­d de inversión y de crecimient­o.

–El ambiente necesario para que actores del sector privado se decidan a invertir no tiene tanto que ver con la moneda en la cual mantienen sus fondos, como con las oportunida­des de inversión. Concretame­nte, primero y principal tiene que ver con la rentabilid­ad esperada de los proyectos; seguida por los riesgos inherentes no solamente al proyecto en sí, sino también al contexto macroeconó­mico en el cual se implementa­rá la inversión. Cuando alguien dice que hay que “blindar” Vaca Muerta, ¿está diciendo algo terrible con respecto al resto de las inversione­s?

–No hay nada que hacer, entonces.

–Por el contrario, Juan Carlos, hay mucho por hacer. Pero lo que les recomiendo es que se concentren en los problemas que existen, más que dedicar recursos, que son siempre escasos, a tratar de solucionar problemas que no existen.

–Estimado Manuel, muchas gracias.

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