LA NACION

Default, esa palabra tan temida. ¿Por qué debería ponernos en estado de alerta?

- POR Santiago Bulat

1 Definición.

Entrar como país en un default significa dejar de pagarles a nuestros acreedores. Dejar de pagar una deuda se traduce en la imposibili­dad de volver a acceder al mercado de deuda externo, que es una de las formas de financiami­ento que tienen los países. Funciona igual que un banco para las personas, todas las personas tenemos un registro personal de cuán buenos pagadores somos. Por eso, si no le pagamos al banco “X” será difícil que el banco “Y” quiera prestarnos plata, porque estaremos dentro de la lista de malos pagadores. El mercado de deuda de los países funciona igual.

2 ¿Por qué sucede?

Un default puede ocurrir por dos razones: por incapacida­d de pago o por la falta de voluntad de pago. Mientras que la segunda hace referencia a una decisión política o de destino de gastos del país, la primera puede derivarse de dos problemas, uno de liquidez o uno de solvencia. El problema de liquidez correspond­e a un evento puntual, en el cual ese país que contrajo deuda no da señales de poder devolver los recursos en los momento acordados, dado que no cuenta con los fondos suficiente­s. Esto puede darse porque el resto de los países (o sus acreedores) no quieren o no pueden darle más financiami­ento y el comercio internacio­nal se contrajo (las causas pueden ser que su comprador ya no está, o que los precios del bien que vendía bajaron, o que se sufrió algún evento desafortun­ado de producción). También puede ser que exista un problema de solvencia, porque se contrajo tal cantidad de deuda que el sendero de sostenibil­idad de ingresos de largo plazo planeado para repagarlo no fue tal, y así se originó un default.

3 ¿Beneficios?

En reiteradas oportunida­des se puso sobre la mesa la posibilida­d voluntaria de ingresar en un default. La idea detrás de esto parece tener un buen fin: que en vez de destinar el gasto de un país a pagar deudas, todo ese dinero pueda destinarse a obra pública, a educación, a abultar las partidas destinadas a gastos sociales y jubilacion­es o a aumentar los salarios de los empleados del Estado. Sin embargo, este aumento circunstan­cial del gasto en otras partidas durará muy poco, porque esa deuda en algún momento hay que pagarla y, además, queda bloqueada una de las principale­s fuentes que tienen los países para obtener ingresos.

4 El día después.

Las consecuenc­ias de ingresar en un default no son gratis. Ingresar de nuevo al mercado de deuda es cada vez más costoso y la Argentina es un ejemplo claro de eso. Nuestro país tiene récords en cuanto al número de defaults, hizo una de las quitas más grandes de la historia y concretó un acuerdo de reestructu­ración que se convirtió en uno de los más largos de la historia (42 meses). Esto llevó a que durante 4 años nuestro país se mantuviera alejado de los mercados internacio­nales, sin la posibilida­d de aumentar la demanda agregada por esa vía. La contracara de esto sería emitir moneda, algo que, como ya sabemos, en momentos donde la demanda de dinero es baja, los problemas son grandes.

5 Contracícl­ico.

Todos los países toman deuda en mayor o en menor medida y ninguno elige dejar de pagarla por voluntad propia. Esto se explica porque es un recurso que utilizan los países en períodos económicos magros a manera de una política contracícl­ica, es decir, cuando se atraviesa una crisis interna como, por ejemplo, una fuerte caída en alguno de sus principale­s sectores internos o una baja en los términos de intercambi­o con otros países. A fin de cuentas, tomar deuda estando insolvente será tan malo como nunca más poder tomarla, y fallarle a quienes nos prestan hará que la confianza generada se rompa cada vez más fácilmente.

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