LA NACION

Tinariwen: el rock del desierto africano cabalga hacia nuevos horizontes

Con un disco nuevo, Amadjar, grabado en unas carpas en el Sahara, los tuareg regresan con sus guitarras afiladas y melódicas

- Juan Manuel Strassburg­er

Grabar en el desierto. Entre las dunas del Sahara y los peregrinos en camellos. Con la luna guiando los espíritus. Y luego de años de haber conocido varios de los mejores estudios en plaza. ¿Existe? ¿Es un paso atrás? ¿O todo lo contrario? Suele pasar -y no sólo en la música- que luego de la rápida profesiona­lización que en seguida significa provenir de la periferia y ser muy exitoso en los países del centro, le siga un periodo de cierta estabiliza­ción con algún riesgo de aburguesam­iento (no siempre, aclaramos). Y finalmente la tentación de dar marcha atrás. Volver a las raíces. Aunque con la experienci­a enriquecid­a, claro, del camino recorrido. Un poco lo que ocurrió con Tinariwen, banda emblema del llamado “blues del desierto” -un rock percusivo y centrado en el trance y la guitarra eléctrica que viene desarrollá­ndose desde hace décadas en África del Norte-, que acaba de sacar Amadjar, su octavo disco (editado aquí por Ultrapop), grabado en carpas sobre la arena. Literalmen­te.

“El desierto es el mejor lugar para sentir la inspiració­n. Nos gusta estar alrededor de la fogata, tocar algunas canciones sin la presión del estudio. Estar bajo el cielo y las estrellas es el mejor estudio del mundo”, sostiene Ibrahim Ag Alhabib, líder fundador de este grupo de formación variable que logró reconocimi­ento mundial con

Aman Iman: Water is Life, su tercer álbum, una hipnótica colección de mantras eléctricos con sabor a grieta, piedra y polvo. “Queríamos volver al origen de nuestra música. Por eso grabamos en el camino, en la noche principalm­ente. Queríamos recrear el ambiente de cómo se creó esta música, hace 30 años, cuando unos amigos se juntaban a tocar la guitarra alrededor de una fogata. Eso sí: no queríamos que sonara como una vieja cinta sino como un disco actual con el alma del pasado”, relata sobre el disco que contó con varios invitados, entre ellos Warren Ellis, el reconocido colaborado­r de Nick Cave. “Estamos contentos con lo que hizo porque logró que su violín suene como el tradiciona­l violín tuareg, el Imzad. Nos encantó”, elogia.

Pertenecie­nte a la nación tuareg, pueblo nómade que habita amplias zonas del Sahara, Ibrahim vio morir ejecutado a su padre -un activista rebelde de Malí- cuando apenas tenía cuatro años. Desde entonces, tanto la música como la política (la pelea por el territorio y la reivindica­ción tuareg) conviviero­n en su día a día. “Nada cambió demasiado desde las primeras revueltas en Malí. No tenemos escuela, ni hospital, ni banco, ni administra­ción. La situación sigue siendo muy difícil para la gente que vive allí”, informa a la vez que revela la importanci­a de poder entender su particular­idad nómade. “El desierto es nuestra tierra. Puede ser algo difícil porque los elementos naturales son fuertes: el viento, la arena, el frío en la noche, el calor en el verano, la sequía. Pero es nuestro hogar y aprendemos a vivir con esto. Asentarnos en una ciudad sería más difícil para nosotros”.

Con público importante en Francia, Inglaterra, España y demás países de Europa, los Tinariwen incursiona­ron los últimos tiempos en Sudamérica, donde Los Espíritus (banda local comandada por Maxi Prietto que tiene a los de Tinariwen entre sus favoritos) ya habían calentado el ambiente para su llegada. “Nos gusta recorrer Sudamérica, ya tocamos varias veces en Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México y Argentina. El público es genial y ama nuestra música, ¡queremos volver!”, avisa. Y promete que será pronto. Sabe que lo esperan.

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La banda toca con su vestimenta tradiciona­l

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