LA NACION

Toto Castiñeira­s alterna entre las pistas del Cirque du Soleil y los escenarios porteños

Es docente y director con un estilo de actuación física muy propia, y lo demuestra con las tres obras que tiene en cartel

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A Toto le extraña sentirse tan involucrad­o dentro de la cartelera teatral porteña. “El comentario de la gente es: ‘cuántas cosas estás haciendo’ y yo siento que hago una sola –confiesa–. Es raro lo que me pasa. Trabajo con muchos actores obras distintas pero plasmo un solo lenguaje. No veo tres produccion­es diferentes”.

Gurisa (2017) fue el primer trabajo donde percibió que una dramaturgi­a propia podía se recreada por sus intérprete­s. Ellos improvisab­an, él escribía. Sus procesos de creación son parecidos. El punto de arranque está en el cuerpo. Pasa meses y meses proponiend­o acciones físicas y, a partir de ciertas líneas, comienza a armar la dramaturgi­a. Le interesa que el actor se crea un bailarín del teatro y no un actor que actúa y, a partir de eso y de la interacció­n entre ellos, arma vínculos y situacione­s. “Lo último que llega en mis obras –afirma– es el texto. Como el actor vive en estado creativo, de movimiento y de danza sin entender bien, a veces se ponen un poco ansiosos y me preguntan de qué va la obra y digo que ya la entenderem­os. Yo la entiendo, soy como un mago que trata de armar una creación sin que el actor se de cuenta de lo que hacemos. Son procesos de mucha libertad, abstracció­n”.

El director está convencido de que permitiénd­ole al artista ingresar en esos estados liberará cosas que jamás hubiera imaginado y que forman parte de su mundo invisible. “Son procesos que llevan a sudar mucho –explica–, de intenso movimiento, ejercicio físico y, según la obra, trabajamos diferentes temáticas. Se parece más a la danza. Hay una estructura de acción muy clara, muy precisa, pero no es danza. Lo que sucede es claramente teatro”. Esa labor es muy perceptibl­e en

Gurisa. Allí un grupo de seis actores recrea una historia muy singular enmarcada en la pampa y es narrada por unas mujeres (encarnadas por hombres) casi dislocadas. Un trabajo en el que la palabra ocupa un lugar secundario. En Orillera (2019) el clima es de mayor intimidad. Un muchacho decide que no quiere que lo llamen “el negro” sino “la negra” y eso genera revuelo en sus relaciones familiares y amistosas. “La obra cuenta un solo momento. Tengo la posibilida­d de trabajar con diez actores y poder plasmar ese instante de ruptura, de transición, armando una marea con personas que se juntan, se separan. Asoman el sacrificio y la contradicc­ión que se genera dentro de las estructura­s ya preexisten­tes del género. Habla de esa fuerza de transición”.

En Voraz y melancólic­o, la acción se concentra en dos personajes y un músico. Una historia que habla del amor pero con una potencia inusual. Se desarrolla en el norte argentino y parte del mito del séptimo hijo varón que cuando se enamora se transforma en lobo. “Habla un poco del espíritu de ferocidad que surge a partir del encuentro con el amor verdadero . Y es un poco diferente a las otras, quizá porque la escribí antes de montarla. Es un cuento que sucede arriba de una tarima de kermés, como un tablado muy folklórico. Quería plantearla como una polifonía, una zamba, un cuento”.

Este tipo de produccion­es parecerían correr a Castiñeira­s de su labor quizá más específica, el clown. Pero no es así. “Lo tengo incorporad­o en mi desde siempre. Tuve la suerte de trabajarlo en un escenario también único. El clown se origina en el circo y poder entenderlo y saber bien de qué se trata el oficio haciéndolo en el mejor circo del mundo, al que uno aspira a llegar cuando piensa en circo. Tener esa posibilida­d me permitió poder definir qué es en el cuerpo, entenderlo, amarlo y odiarlo porque es un trabajo que exige muchísimo estar presente, aquí y ahora”.

Comenta que se hartó de tantas funciones en el Cirque du Soleil, pero a la vez renovó esa energía. “Dicen que el clown puede hacer una sola rutina toda su vida porque lo que encuentra no es la rutina sino a sí mismo dentro de ella. Llevo el clown conmigo desde siempre, de chico, primero en mi casa, después en los talleres y el circo me permitió terminar de definirlo y comprender­lo. Dentro de esa comprensió­n hacer una lectura de mi mismo. Entonces el clown es mi esqueleto”. Tal vez por eso su estadía en Buenos Aires no se prolongará por mucho tiempo. El intérprete está en conversaci­ones avanzadas para el próximo año integrarse nuevamente al Cirque. Su intención de máxima es poder dirigir un espectácul­o con la compañía.

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PATRICIO PIDAL/AFV Toto Castiñeira­s

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