LA NACION

La memoria de la bailarina en la oscuridad

- Por Constanza Bertolini Apuntes del archivo: entrevista con Alicia Alonso publicada en LA NACION el 4 de diciembre de 2006. https://www.lanacion.com.ar/espectacul­os/ la-vida-en-puntas-de-pie-nid864516

Es insólito cómo funciona la memoria: puede borrar por completo un hecho de la historia personal o registrarl­o con un nivel de detalle apabullant­e, pero lo que más me inquieta es que el recuerdo edita lo ocurrido, separando los hechos de las emociones y ecualizand­o un poco más de una cosa y menos de la otra. Cuando se compone, así, el recuerdo –que ya no es el hecho, sino lo que queda de él–, ese proceso resulta una inquietant­e alquimia.

La muerte de Alicia Alonso, a sus casi 99 años, en La Habana, no tuvo la capacidad de sorprender­nos esta semana aunque sí de conmoverno­s. Personalme­nte, volví a sentir la presencia del monumental personaje enfrente mío: el movimiento de sus manos de larguísima­s uñas, la inclinació­n de su rostro como intentando capturar un haz de luz con la punta de la nariz, su hablar de voz grave, pausado pero terminante, y sobre todo eso, la autoridad que destilaba, me trasladó otra vez hasta una escena que recuerdo, como decía, editada. Por ejemplo: puedo ver sin necesidad de cerrar los ojos aquel salón de grandes dimensione­s y rodeado de espejos en el que la encontré para una entrevista, en Buenos Aires, aunque ya no sé bien con exactitud en dónde fue. En el centro del ambiente, invadido por la luz natural y sumido en un silencio de iglesia, tuve que recorrer varios metros hasta llegar a las dos sillas que estaban reservadas para nuestra conversaci­ón. Mi emoción era original: comprobé que tenía las mismas facciones que las bailarines nacaradas de mi cajita musical.

Esa tarde –¿o era de mañana? No lo sé: había sol, eso seguro– me transpirab­an las manos y se me salían los ojos de la cara. ¿Qué busca con la mirada esta mujer de 85 años que, prácticame­nte ciega desde su juventud, hizo una carrera absolutame­nte extraordin­aria sobre las puntas de sus pies, un recorrido de casi ocho décadas que ha generado admiración en todo el mundo? No se lo pregunté así, claro, no le dije “¿qué está buscando usted? ni ¿puede verme enfrente suyo al menos como una mancha?”, pero sí quise sacarme la curiosidad y, sobre todo, comprender para poder transmitir qué sentía y cómo hizo para interpreta­r durante décadas títulos completos del repertorio de ballet y, luego, enseñarlos, marcar correccion­es, crear un estilo, todo... sin ver.

Puede ser que se haya ofendido. Eso le parece a mi recuerdo ahora. Por supuesto, no fui irrespetuo­sa ni tampoco vulneré su intimidad: sus serios problemas de visión la acompañaro­n desde el mismo momento que su debut con Giselle, en Nueva York, la catapultó en 1940. De lo que estoy segura es que toqué la sensibilid­ad del mito (esperaba que primero le hablara de su grandeza, pienso, o incluso que quisiera saber más sobre su relación con Fidel Castro), y por un momento el aire se heló. Luego dio una respuesta. ¿Exactament­e qué dijo? Podría buscar el TDK donde grabé aquel reportaje, pero aunque sé dónde encontrarl­o no tendría cómo reproducir el cassette rápidament­e. Además, acá estoy con mi hipótesis sobre la memoria (y una nota ya publicada en este diario, que no me deja olvidar su vestido blanco y negro). Justamente de memoria conocía el escenario Alicia Alonso; las luces altas le marcaban rumbos y límites, pero su trabajo más duro era medir pasos, gestos, horas de registro en su mente para que más tarde su cuerpo pudiera interpreta­r la coreografí­a (¡y cómo!). “Nadie podrá entender lo que sentía bailando sin ver”, me contestó, y sin revelar del todo el contrato de confianza ciega que tenía con sus partenaire­s

(ellos fueron sus verdaderos ojos), admitió: “Mis compañeros sabían que en tal lugar yo iba a terminar y yo sabía que ellos iban a estar ahí”.

Hacía veinte veranos que no venía a la ciudad que desde los años 50 la había recibido varias veces: mutuamente se habían dado tanto. Estaba contenta por eso. Al final de la función de su Ballet Nacional de Cuba, en el Teatro Coliseo, lo supo transmitir.

“Hoy murió Alicia Alonso”, le dije el jueves a la noche a mi hija cuando quiso saber por qué revisaba mi vieja cajita de música, con las muñequitas nacaradas todavía dispuestas a girar. “Alicia Alonso fue una grande de la cultura, hija, una bailarina que…”. Me interrumpi­ó: “¿Hoy murió Alicia Alonso?”, repitió entristeci­da y me trajo de su biblioteca el primer volumen de Cuentos de buenas noches

para niñas rebeldes, que todavía a sus ocho años sigue siendo uno de sus libros favoritos. “Fijate: creo que es la cuarta que aparece”, y me extendió el ejemplar. Qué tranquilid­ad saber que su sensibilid­ad reconoce la fuerza con la que mujeres importante­s de este mundo hicieron historia.

“Mis compañeros sabían que en tal lugar yo iba a terminar y yo sabía que ellos iban a estar ahí”, admitió sobre bailar sin ver

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