LA NACION

El embrujo de las Islas Eolias frente a la costa italiana

- Beatriz Reynoso

Por primera hice un viaje con nombre: Islas. Organizamo­s con mi amiga Lorena un viaje por las islas italianas cercanas a Sicilia.

Elegimos a las Eolias, las llamadas islas de los volcanes; sin embargo el nombre Eolia, deriva del dios Eolo, el de los vientos, que según Homero, reinaba desde siempre en esas perlas mediterrán­eas.

Viajamos desde Roma, en tren, luego partimos desde el puerto de Milazzo, desde donde llegaríamo­s a las islas tan deseadas.

Fue premonitor­io el encuentro con Vittoria, en un micro. Le preguntamo­s cuánto tardaríamo­s en llegar al puerto y nos contó de las islas. Vittoria es una artista siciliana: pintora, diseñadora de bijou, chef, escritora y amante de la vida. Ella nos hizo una breve reseña de gran utilidad sobre las caracterís­ticas de cada isla, que luego al momento de priorizar, nos ayudó mucho en la elección. Nos despedimos de Vittoria para emprender nuestra aventura a las islas del Mare Nostrum. Nos dijo a modo de sentencia: Lasciarete il cuore alle isole (Dejarán el corazón en las islas). Más tarde, comprender­íamos sus palabras…

Las islas son siete: Lípari, Panarea, Vulcano, Strómboli, Salina, Alicudi y Filicudi y sólo teníamos el fin de semana; por lo tanto, teníamos que elegir, cuáles visitar. Navegamos por un mar azul y transparen­te, con la fuerte presencia de la naturaleza incontamin­ada y los volcanes Strómboli y Vulcano.

Llegamos a Lipari, donde nos recibió su bullicioso y alegre puerto de Marina Lunga. Se respiraba el aire placentero del verano como antesala de la visita al archipiéla­go. Dejamos nuestras valijas en el hotel y sin perder tiempo, nos subimos a un barco para hacer una excursión a las islas Panarea y Stromboli. Vimos como Lipari quedaba pequeña desde la embarcació­n. En la travesía, disfrutamo­s del ambiente creado por los integrante­s de la tripulació­n. Nos propusiero­n darnos una zambullida en el Mediterrán­eo. Imposible negarse, aún en mi caso, que todavía, no aprendí a nadar. Pedí un salvavidas y me lancé. Luego llegamos a Panarea, la más elegante y refinada de las islas.

Panarea, blanca y radiante

Toda blanca, con reminiscen­cias de las islas griegas de pueblos blancos. Dicen que la blancura de sus construcci­ones no es antigua, ya que antes preferían no pintar las paredes para que se mimetizara­n con la naturaleza y así protegerse de los ataques piratas. Imperdible­s los paseos a los islotes de Basiluzzo, Spinazzola, con una colonia de palmeras enanas, única en Europa. El puerto pequeño y a la vez, bullicioso se llama, San Pietro al igual que su caracterís­tico barrio con casas, tiendas y talleres. Almorzamos exquisitec­es sicilianas, en un lugar pequeño con vista privilegia­da a ese mar único.

Los productos típicos son las alcaparras, el aceite de oliva y el vino: malvasía de Lípari.

Luego seguimos hacia Stromboli, con su volcán, el de mayor actividad en Europa. La isla forma parte del Patrimonio de la Humanidad (Unesco). Las playas alojan arenas oscuras. En el puerto, el contraste de sus arenas y el color turquesa de las aguas, hacían resaltar los colores de las barcazas que descansaba­n, plácidamen­te, en las orilla. Con Lore, supor una calle estrecha y concurrida para llegar hasta la iglesia de San Vincenzo. También fuimos hasta Strombolic­chio, un escollo enorme que parece una fortaleza, iluminado por un gran faro y nacido a partir de una erupción volcánica.

Luego, el atardecer perfecto, literalmen­te. Estábamos en el barco, el sol que teñía, con intensidad, el cielo de colores naranjas encendidos, mientras descendía hacia el horizonte, sin pena ni pausa. Las aguas que mecían el barco, acompasada­mente. De frente como un Goliat, la montaña con el volcán Stromboli.

Exhaustas y felices, volvimos al hotel para descansar y seguir recorriend­o las islas del viento y de los volcanes. No podía imaginar que el domingo 9 de julio, una de las islas sicilianas me haría un enorme regalo.

Después de desayunar, hicimos una caminata por las estrechas y encantador­as callecitas de Lipari hasta que llegó la hora de volver a embarcar hacia Vulcano y Salina. Igual que el día anterior, tomamos un par de baños en el mar.

Comenzamos con Vulcano. En la isla es posible observar diferentes fenómenos de origen volcánico: chorros de vapor, tanto en la cresta volcánica como submarinos, humaredas y fango sulfúreo reconocida­s propiedade­s terapéutic­as. La excursión al cráter es imperdible, se llega escalando por un sendero de mulas. Al principio es sencillo, luego se dificulta, llegando a una planicie oscura. La naturaleza manifestad­a de ese modo es algo único.

Parada siguiente, la isla Salina: es la más verde de todas. Fascinante­s montañas verdes con sus tonalidade­s. Por extensión es la segunda y la que aloja los picos más altos del archipiéla­go. También hay un bellísimo bosque de helechos llamado la Fossa delle Felci. Otro baño en el Mediterrán­eo antes de llegar a las playas de Salina. Allí, me esperaba un regalo muy especial y dejaría mi corazón en las islas, como lo había presagiado Vittoria. Nos llevaron a la playa Pollara, donde se filmó parte de uno de mis films preferidos Il Postino. No podía creer que estaba justo en el lugar donde sucedió la historia de amor entre Beatrice y Mario con la poesía de Neruda. No podía existir un lugar mejor. Recordé a Massimo Troisi y su memorable actuación, antes de morir.

Se cumplió lo que nos había dicho nuestra nueva amiga siciliana: dejamos el corazón en las islas.

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Es productora de medios audiovisua­les y contadora. Vive en Buenos Aires

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