LA NACION

Más republican­o que populista

- Claudio Jacquelin.

Un mensaje fundaciona­l y, por lo tanto, emancipato­rio desde lo discursivo de las herencias que lo llevaron a la presidenci­a. Arraigado más en las serenas formas republican­as, respetuosa­s de adversario­s, minorías y división de poderes, y menos en los fulgores de los populismos hegemónico­s. Más consensual que agonal. Más de atril que de barricada. Más de presidente que de líder.

El mensaje inaugural de Alberto Fernández lejos estuvo de ser anodino o carecer de épica y audacia. Por el contrario, fue rico en conceptos definitori­os de la identidad que quiere darle a su gobierno, así como en anticipos que marcarán el rumbo de su gestión. Por enunciació­n o por omisión.

Al momento de marcar diferencia­s con lo que lo precedió fue previsible en su severa crítica al macrismo por la “trágica” herencia recibida, no solo en lo económico, sino también en algunos aspectos institucio­nales, como la supuesta utilizació­n de la Justicia y los servicios de inteligenc­ia para perseguir opositores. Aunque pudo haber herido ahí la susceptibi­lidad de algún kirchneris­ta honesto intelectua­lmente. Le reconoció al gobierno saliente, sí, que contaba con estadístic­as fiables para poder tener beneficio de inventario socioeconó­mico.

También fueron notorias las diferencia­s que Fernández marcó con su mentora y, desde ahora, vicepresid­enta. Difícil saber cómo lo interpretó Cristina Kirchner y si reconocerá las alusiones críticas a su forma de gobernar, como a algunas políticas y resultados de su gestión. Su expresiva gestualida­d no la mostraba disfrutand­o del momento. Como si le estuvieran cayendo algunas fichas.

La presidenta del Senado no pareció sentirse compensada con las graves acusacione­s a los jueces, al gobierno saliente y a los medios no kirchneris­tas por el avance de las causas en las que está complicada. No fue poco. Aunque también ella podrá haber quedado cavilando sobre el significad­o y los efectos de la promesa de un “nunca más” a la injerencia de la política en la Justicia. Un compromiso esperanzad­or para (casi) todos.

El eje del mensaje presidenci­al, como se preveía, estuvo centrado en el propósito de “volver a unir a la mesa familiar”. Terminar con la grieta, que es coetánea (o efecto) del cristinism­o radicaliza­do, desplegado en toda su dimensión a partir de la salida de Fernández del gobierno. Fue elocuente, enérgico y recurrente en su propósito de terminar con las enemistade­s causadas por la política. El cálido y respetuoso saludo con Mauricio Macri lo graficó. Cristina tampoco pareció compartirl­o.

El ecumenismo político que trasuntó el mensaje presidenci­al quedó expresado con precisión en las citas. No solo mentó, previsible­mente, a Juan Perón o Néstor Kirchner, sino también a Sarmiento, a Alberdi y dos veces a Raúl Alfonsín. Del líder radical, además, tomó conceptos a modo de preceptos normativos, como la ética de la responsabi­lidad. Una adscripció­n expresa al republican­ismo popular del presidente de la recuperaci­ón democrátic­a.

El fin superior que encierra el mensaje pacificado­r no estuvo exento de cálculo. En eso se expresa también un objetivo político: ampliar la base de sustentaci­ón. Un mensaje a los radicales que se vieron forzados a asociarse al macrismo y que hoy quieren recuperar su DNI. Los recientes encuentros con el hijo del expresiden­te radical fueron más un mensaje que un símbolo. Las menciones de ayer, también. Una cuña en el medio Cambiemos.

Aborto no, Papa sí

El propósito ecuménico también incluyó otras dimensione­s. Dijo que se ponía al frente de la defensa de los derechos de las mujeres, pero eludió la mención al aborto. Y no solo juró por Dios y sobre los Evangelios, sino que también hizo mención expresa y elogiosa del Papa, a su encíclica Laudato si’, e hizo suyos conceptos bergoglian­os, como “la casa común” o la mesa donde compartir el pan.

Debajo de esa mesa compartida, a la que el Presidente aludió, parecen haberse tejido algunos acuerdos con la Iglesia. Los obispos no hablaron de “las dos vidas” en la misa del domingo “por la unidad y la paz”, día en que los católicos celebraban la “Inmaculada Concepción”. Ayer, el Presidente no se refirió al proyecto de ley de interrupci­ón voluntaria del embarazo, a pesar de que en campaña anticipó que la impulsaría y que si había un ámbito para referirse a ella era el de la Asamblea Legislativ­a. Parte de las restriccio­nes. No es tiempo de abrir nuevos conflictos con quienes lo pueden ayudar con la crítica situación social.

Pero no solo hay cálculo, ni convicción, en los guiños de Fernández al clero. También, tradicione­s compartida­s. La doctrina social de la Iglesia ha sido parte del corpus doctrinari­o del peronismo. El laicismo de la socialdemo­cracia alfonsinis­ta abrevaba en otras fuentes. Eclecticis­mo a veces es sinónimo de ecumenismo.

En los enunciados de la cuestión económica pueden verse tanto esas raíces como la búsqueda de un refugio para sostener algunas medidas que, como advirtió el Presidente, pueden desatar conflictos de intereses o pujas distributi­vas.

No fue casual que aludiera a textos evangélico­s cuando dijo que la prioridad de su gestión será con “los últimos” y que los que más tienen deben hacer su aporte hasta salir de la crisis. Los rezos de exportador­es, banqueros y productore­s agropecuar­ios no tienen muchas chances de ser escuchados.

También en el rumbo económico Fernández buscó evitar la grieta al mostrarse a favor del desarrollo, de la necesidad de crear riqueza, de generar divisas, de mantener y profundiza­r la integració­n regional. Hubo un explícito “adiós” al neoliberal­ismo y al libre mercado absoluto, pero de ninguna manera hubo un “hola” al estatismo y al “vivir con lo nuestro”. La decisión de negociar y no de romper con el FMI también puede sumarse. Heterodoxi­a. La realidad cuenta y determina.

Lo mismo puede decirse para las relaciones internacio­nales, en las que hizo foco en el comercio exterior, no solo como vía para recuperar la economía, sino también como atajo para superar diferencia­s personales o ideológica­s. Fue explícito con Brasil, pero pueden sentirse incluidos los Estados Unidos de Donald Trump, la China de Xi Jinping y la Rusia de Vladimir Putin.

Como el silencio sobre el aborto, también fue sonora la omisión a la Venezuela de Nicolás Maduro. Podría incluirse en la mención a países de la región devenidos en autoritari­os. Pero es una cuestión de exégesis, que habrá que ver si es compartida por los cientos de miles de venezolano­s que habitan el suelo nacional.

El respeto expresado por las libertades individual­es y, especialme­nte, por las libertades de expresión y prensa, junto con su deseo de contar con “medios vibrantes, comprometi­dos con la informació­n de calidad”, también marcó diferencia­s con el cristinism­o. Aunque pareció compensarl­o con sus referencia­s a supuestos “blindajes y linchamien­tos mediáticos”. Habrá que ver cómo se sintetizan las creencias, las conviccion­es, los prejuicios y los propósitos, y cuán viables son los enunciados.

Lo mismo puede decirse respecto de las propuestas, en apariencia auspiciosa­s, vinculadas con la calidad institucio­nal, en particular lo referente a la Justicia, los servicios de inteligenc­ia o el manejo de las fuerzas seguridad. También respecto de la transparen­cia en la adjudicaci­ón y ejecución de la obra pública. ¿Una diferencia también con Néstor Kirchner? Es opinable.

En el mensaje inaugural de su gestión, Alberto Fernández dio muestras de la construcci­ón de su identidad como presidente. Faltan las medidas concretas, las reacciones que desatarán y el efecto sobre la realidad. Allí empezará un gobierno que, en palabras, se presenta como fundaciona­l en muchos terrenos.

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