LA NACION

La trastienda secreta del regreso de Alberto Fernández a la Casa Rosada

Se lo vio exultante en su primer día como presidente; recibió a sus hermanos, tuvo intercambi­os con su gente y subió a la terraza de la Casa de Gobierno; la intimidad de su equipo

- Gabriel Sued

Ministros y secretario­s se agolparon de pronto contra la entrada del Salón Eva Perón, en el primer piso de la Casa Rosada. Vestidos de fiesta, conversaba­n ahí en voz baja hacía casi una hora, a la espera de la ceremonia de juramento. Por la puerta apareció Alberto Fernández, que venía de hacer el primer reconocimi­ento del despacho presidenci­al. El clima de solemnidad se esfumó de golpe: “¡Alberto, presidente! ¡Alberto, presidente!”, cantaron todos. “¡Vamos, carajo, muchachos, canten que volvimos!”, se oyó una arenga, mientras Fernández abrazaba uno por uno a sus funcionari­os.

Eran las 14.30. A tono con el espíritu festivo que se vivía en la Plaza de Mayo, la dirigencia del Frente de Todos desembarcó a partir del mediodía en la Casa Rosada, en modo aluvión. Con estilo desordenad­o y en cuestión de minutos, el peronismo hizo propios los salones que solo unas horas antes tenían otros ocupantes. Los primeros momentos dejaron escenas de desconcier­to, funcionari­os que rompieron récords, ministros perdidos y dirigentes que sacaron lustre a sus antiguos contactos en la casa.

“¡Marito!”, saludó el Presidente al quedar de frente con el ministro de Transporte, Mario Meoni. “¡Gracias a vos!”, le retrucó después a Martín Guzmán, ministro de Economía, mientras le tomaba la cara con las dos manos. Al final del besamanos improvisad­o quedó Malena Galmarini, presidenta de Aysa. Fernández le dedicó un largo abrazo. Después de una sesión de selfies, se quedó en un costado, conversand­o durante un buen rato con Carlos Zannini, procurador del Tesoro.

El Presidente todavía estaba sorprendid­o por lo que había visto en su primera recorrida. Entró en el despacho presidenci­al con su pareja, Fabiola Yáñez; su hijo, Estanislao; su vocero, Juan Pablo Biondi, y Miguel Cuberos, uno de sus asistentes, que lo esperó en la explanada y los condujo hasta el primer piso. Fernández llevaba un reloj de su padre, Carlos Galíndez. Después de sacarse las fotos de ocasión fue para la oficina que ocupaba Marcos Peña, la misma en la que él había trabajado entre 2003 y 2008. “¡No hay escritorio! ¿Dónde trabajaba?”, se sorprendió al ver que Peña había optado por una mesa de reuniones.

De regreso en su despacho recibió a sus hermanos, Pablo Galíndez y Valentina Fernández, y a familiares de Fabiola. Los mozos trajeron una picada y una gaseosa de pomelo para el Presidente. El lugar se fue colmando. Se acercaron Marcelo Tinelli, Andrés Calamaro y Juanse, el cantante de Los Ratones Paranoicos. Convertido al evangelism­o, Juanse es muy amigo de Gustavo Beliz, el secretario de Asuntos Estratégic­os.

En el Salón Eva Perón, el mismo donde Mauricio Macri hacía sus reuniones de gabinete, había cada vez más gente. Recostado en un sillón, el jefe de asesores, Juan Manuel Olmos, conversaba con la jefa del PAMI, Luana Volnovich. “Se fueron y nos dejaron sin aire acondicion­ado”, bromeó ella, y se secó el sudor de la frente. El calor de la calle parecía atravesar las paredes. Guzmán, que se prepara para hacer mañana una serie de anuncios de gestión, también transpirab­a, mientras iba y venía, al frente de un grupo de hombres de ojos rasgados. Eran integrante­s de la delegación japonesa. Máximo Kirchner y el Cuervo Andrés Larroque saludaron y se fueron.

A unos metros de allí, Zannini se reía con Daniel Filmus, secretario de la cuestión Malvinas, y Julio Vitobello, secretario general de la Presidenci­a. El procurador del Tesoro estaba exultante. “Acabo de romper un récord”, dijo. “Soy el primer dirigente que fue funcionari­o de cuatro gobiernos peronistas”, explicó. Hoy les sacó ventaja a los otros tres dirigentes que habían estado durante los 12 años de gobierno kirchneris­ta: Julio De Vido, Carlos Tomada y Oscar Parrilli. El único con gesto serio en todo el lugar era Agustín Rossi, sentado solo en un costado. El ministro de Defensa estaba monitorean­do las tareas de búsqueda del avión desapareci­do en Chile.

En un ala contigua del salón, Sergio Massa saludaba a los mozos de la Casa Rosada como a viejos amigos. “Si les pregunta quién fue el mejor jefe de Gabinete, digan que fue Alberto, eh”, les dijo, entre risas, sentado en la mesa que Macri usaba para las reuniones de gabinete. Esos antiguos contactos, de cuando ejerció la Jefatura de Gabinete, redituaron sus frutos pocos minutos más tarde: los mozos apareciero­n con un plato de rabas. “Las pedí para todos, eh”, aclaró el presidente de la Cámara de Diputados, ante la cara de asombro de Alberto Iribarne y Marcela Losardo, que se morían de hambre, del otro lado de la mesa. Malena Galmarini se acercó con un mate. “No estás en la playa, Massa”, bromeó Olmos. Los mozos se mataron de risa y le pidieron una selfie a Massa.

La espera, de casi tres horas, terminó cuando una mujer vestida de negro anunció que era de ceremonial de presidenci­a y pidió a los ministros que se quedaran en la sala y al resto que se dirigieran el Museo del Bicentenar­io, donde iba a hacerse la ceremonia de juramento. A los ministros los llevaron hasta la antesala del despacho del jefe de Gabinete, en el sector presidenci­al, un área restringid­a de la Casa Rosada. Los intendente­s Juan Zabaleta y Mariano Cascallare­s pasaron con paso ligero.

Detrás de una puerta altísima, flanqueada por dos jarrones chinos y dos granaderos, Fernández firmaba los decretos de designació­n de sus funcionari­os. María Cantero, su histórica secretaria privada, se ubicó en el escritorio de la antesala. Las asistentes de la Jefatura de Gabinete iban y venían por la alfombra roja. “¿Vieron algún ministro perdido?”, preguntaro­n al personal de carrera. De pronto apareció Felipe Solá, que se había quedado en el Salón Eva Perón. A las 17.20, fueron saliendo de a uno, rumbo al Museo del Bicentenar­io. El último de la cola fue Beliz. Los esperaban un salón colmado, el tramo final de los festejos y el inicio formal de la gestión.

Después de la ceremonia, y antes de salir al escenario montado frente a la Plaza de Mayo, el Presidente desapareci­ó del primer piso durante unos minutos. Con Sergio Massa y su amigo Francisco Bustillo, embajador uruguayo en España, atravesaro­n una zona de obras y se subieron a un montacarga­s para ir a la terraza de la Casa Rosada. Fernández quería ver hasta dónde llegaba la multitud a la que le hablaría minutos más tarde.

 ?? Frente de todos ?? Fabiola Yáñez, su pareja, y Estanislao, su hijo, rodean a Fernández en sus primeras fotos oficiales en su nuevo despacho
Frente de todos Fabiola Yáñez, su pareja, y Estanislao, su hijo, rodean a Fernández en sus primeras fotos oficiales en su nuevo despacho

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