LA NACION

Buen comienzo para un país dividido que no superó la grieta

- Rosendo Fraga

Alberto Fernández ha logrado que su asunción a la presidenci­a sea un acto de unidad nacional. Se trata de algo relevante para un país que ha vivido más de una década y media en un contexto de confrontac­ión política.

En el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), la relación entre oficialism­o y oposición no fue buena. Las movilizaci­ones en reclamo de más seguridad lideradas por Blumberg tuvieron un sesgo opositor y fueron vistas por el oficialism­o como una amenaza.

El primer gobierno de Cristina (2007-2011) se inició a partir del conflicto con el campo, precipitad­o por la resolución 125 sobre las retencione­s. Durante varios meses, las entidades del sector se movilizaro­n en las rutas. Para el oficialism­o, fue una amenaza a su predominio político y entonces surgió el término de “complejo agromediát­ico” para referirse a esta oposición de base electoral, pero con repercusió­n política.

En su segundo período (20112015), esa situación de antagonism­o se mantuvo y la posibilida­d de un tercer mandato consecutiv­o de Cristina reforma de la Constituci­ón mediante polarizó la política, movilizánd­ose la oposición en las calles, convocada desde las redes sociales. La traumática sucesión de Cristina a Macri fue una evidencia del grado de antagonism­o al que había llegado la política argentina.

El gobierno de Macri (2015-2019) no logró superar “la grieta”, como pasó a denominars­e desde finales del período anterior la polarizaci­ón política en la cual se encontró la política argentina. Para el kirchneris­mo, la acción concertada de “medios y Justicia” fue el mecanismo a través del cual el oficialism­o buscó su aniquilami­ento político. En este contexto, adquiere significac­ión una transición acordada entre quienes se van y los que llegan.

El acercamien­to comenzó al día siguiente de la elección, cuando ganador y perdedor se encontraro­n y fotografia­ron buscando dar una imagen de transición acordada, en momentos en que las dudas sobre el futuro de la Argentina arreciaban en los mercados.

Pero en los hechos esta transición no se concretó demasiado. Los equipos que designó Alberto para ello finalmente no tomaron contacto con los funcionari­os de la administra­ción saliente. No hubo un trabajo real de transición.

La despedida de Macri, que combinó el uso de la cadena nacional para defender su gestión con la movilizaci­ón en la Plaza de Mayo y los videos que difundió en las redes sociales, si bien tuvo lugar en una estrategia para posicionar­se como futuro líder de la oposición, reabrió “la grieta” más allá de sus intencione­s.

Fue la misa realizada en Luján por la Iglesia el hecho que permitió superar el antagonism­o y crear el clima de distensión y concordia que han permitido una transición entre adversario­s y no entre enemigos políticos.

El presidente entrante y el saliente no solo se dieron la mano, sino que se abrazaron públicamen­te. En la primera fila, estaba un tercer político, Roberto Lavagna, quien más allá de su resultado electoral fue quien más hizo en la campaña para superar “la grieta”.

La homilía del arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Eduardo Scheinig, marcó la pauta sobre la necesidad de superar la confrontac­ión política, y ello se ha logrado.

Que Macri sea el primer presidente no peronista que termina un mandato desde que esa fuerza emergió en la política argentina, en 1945, es un logro histórico-institucio­nal.

Pero que se haya llevado adelante una transición entre adversario­s y no entre enemigos lo es desde el punto de la cultura política.

Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría

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