LA NACION

Novedades del quinto peronismo en el poder

Ese verbo “tanguero” es una causa en sí misma para el PJ; en esta oportunida­d la fórmula se integra con un presidente moderado y una vicepresid­enta radicaliza­da

- Pablo Mendelevic­h

Néstor Kirchner había continuado el renacimien­to económico plantado por Duhalde

Desde el punto de vista del contexto internacio­nal este ascenso es diferente

Debido a aquello que advirtió Heráclito hace 2500 años, la historia nunca vuelve tal como fue: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Sin embargo, en los momentos que se pretenden inaugurale­s lo ya conocido resplandec­e. Las imágenes más vigorosas del ayer, por lo común las más agitadas, rebotan en la memoria a la manera del flashback que hace relampague­ar el pasado en el presente.

Heráclito no imaginó cuántos interrogan­tes produciría su metáfora fluvial al aplicársel­a al peronismo, movimiento político exclusivo de la Argentina que sostiene su persistent­e edificio mediante un verbo maestro. De prosapia tanguera, ese verbo sigue intacto mientras el factor doctrinari­o flaquea: volver es para el peronismo, que nació en las entrañas del Estado, una causa en sí misma, por lo menos desde la década del sesenta, los años de la resistenci­a peronista, cuando la P de Perón era cobijada por la V de vuelve en un épico desafío, finalmente efectivo, a la proscripci­ón implantada por los militares. Hoy, precisamen­te, por enésima vez, se reitera la promesa recurrente, de atávicas resonancia­s revanchist­as, el peronismo vuelve.

Juras de presidente­s peronistas ya hubo trece (Perón tres veces, Menem dos, Cristina Kirchner dos, más Cámpora, Lastiri, Isabel Perón, Rodríguez Saá, Duhalde y Néstor Kirchner), pero las llegadas del peronismo al poder desde el llano fueron cuatro: la fundaciona­l de Perón, con dos mandatos consecutiv­os (1946-1955), el llamado tercer gobierno peronista (1973-1976), la década de Menem (1989-1999) y los 14 años que se abrieron en diciembre de 2001 con el encumbrami­ento de Rodríguez Saá, siguieron con Duhalde y se cristaliza­ron en la larga era de la república matrimonia­l (20032015). De modo que el peronismo vuelve hoy al poder por quinta vez con Alberto Fernández, décimo presidente peronista.

El movimiento nacido el 17 de octubre de 1945, hace 74 años, gobernó en total durante 37, exactament­e la mitad de su existencia. A partir de ahora, huelga decirlo, la hegemonía temporaria aumentará cada día un poco, como mínimo hasta que esté avanzada la próxima década. Aunque esa intensa permanenci­a en el poder no fue superada por ninguna otra fuerza política desde mediados del siglo pasado, el peronismo acostumbra a empaquetar a los demás como si se aunaran en monocorde contracara. Los mimetiza con los gobiernos militares y sugiere que son suyas las culpas por la pobreza, la indigencia, la inflación, la falta de desarrollo y los demás problemas endémicos de la Argentina. Gobernamos de maravillas, siempre a favor del pueblo, se ufanan los herederos del general, pero los otros cada tanto nos interrumpe­n. Eso explica que el desarrollo esté demorado.

El peronismo vuelve, pues, con su consabida impronta mesiánica. Viene a salvar al país de la destrucció­n producida por las fuerzas malignas, en febrero de 1946 llamadas “contuberni­o oligárquic­o-comunista” y luego oligarquía a secas, gorilismo, imperialis­mo, sinarquía internacio­nal, cipayos, poderes concentrad­os, la antipatria, los ricos… denuestos hoy resumidos en una resignific­ación demoníaca del apellido del presidente saliente, al que se asocia con hambre, hundimient­o, miseria y –acá ya es cinismo explícito– corrupción. Son versiones del mal menos ideologiza­das que antes, igualmente tremebunda­s.

¿La alternanci­a argentina reedita una y otra vez el cuadro exculpator­io de la herencia recibida sin que nadie se haga cargo de las responsabi­lidades preliminar­es ni de las sistémicas? Macri desechó la enumeració­n del estado en el que encontró las cosas en 2015 en parte para zafar de la reiteració­n de comportami­entos espejados, esa gran trampa de las antinomias. Ahora se considera que la omisión del inventario fue uno de los grandes errores de Macri. Alberto Fernández, en cambio, arrancó con un diagnóstic­o antimacris­ta crudo. Por supuesto que la realidad le ha dado una enorme mano. Cuatro de cada diez argentinos son pobres. La economía está parada. El cuadro social empeoró debido al fracaso del gobierno que terminó.

Pero cualquiera que sea el tremendism­o que se suscriba y la opinión que cada uno tenga acerca de las responsabi­lidades del presidente Macri sobre la Argentina actual es interesant­e observar que los cinco turnos del peronismo en el poder son, en este aspecto, muy parecidos. Reiteran la idea de la salvación, de rescatar a un país al cual “los otros” (fueran militares, radicales, la Alianza radical frepasista o la coalición macrista-radical-CC) arruinaron. Alberto Fernández repitió este mantra varias veces en las últimas semanas. Dijo que al peronismo siempre le toca volver para reparar el estropicio producido por otros, aunque no se detuvo a homenajear los hitos fundaciona­les de Perón, Cámpora y Menem ni a hurgar en sus resultados, mucho menos en su coherencia. Ilustró la tesis con el año 2003, cuando él era el jefe de Gabinete del presidente al que reivindica, Néstor Kirchner, quien en realidad había continuado el renacimien­to económico plantado por Duhalde. Ese regreso del peronismo, conviene recordarlo, no sucedió a partir de un triunfo electoral, sino de la caída de De la Rúa, a la que el peronismo tampoco había sido ajeno. Para salir de esa crisis, la mayor que hubo, el Congreso, dominado por el peronismo, seleccionó finalmente al candidato que había sido derrotado en las urnas por De la Rúa. También a un río, pero de montaña y muy torrentoso, hay que recurrir para graficar la vocación de poder del peronismo.

En los primeros cuatro ascensos (1946, 1973, 1989 y 2001) hubo una combinació­n de elementos institucio­nales genuinos y singularid­ades propias, ya fueran relacionad­as con la tramitació­n del verticalis­mo, la impronta contestata­ria o la acción política que inventó Perón de amalgamar impulsos revolucion­arios con rutina democrátic­a sin particular atención a las normas republican­as. ¿Ahora es diferente? Desde el punto de vista del contexto internacio­nal y del precio de las commoditie­s sí, este ascenso es muy diferente. Por primera vez el peronismo “sube” cuando no hay plata por ningún lado. Pero en cuanto a lo político las novedades y las constantes se mezclan.

Una novedad se refiere a la fuerza que terminó segunda a apenas 7,96 puntos de distancia del ganador. ¿Tendrá eficacia esa fuerza (y perdurará unida) como controlado­ra de los excesos de poder clásicos de los gobiernos peronistas? No solo es más voluminosa que los anteriores segundos (exceptuado el ballottage de 2015), sino que se mostró activa después de la derrota, algo inédito. Su traducción parlamenta­ria, sin embargo, no será tan vigorosa como se creía porque los bloques oficialist­as se robustecen por estos días con legislador­es conversos.

La gran constante, en tanto, es la receta movimienti­sta de amplio espectro que el peronismo recicla para acceder al poder. Según la experienci­a, el procesamie­nto de las diferencia­s intestinas lejos de ser abolido queda postergado un tiempo. Todo depende del liderazgo. Pero resulta que la fórmula que juró ayer ya trae de fábrica un Fernández moderado –se supone– y una Fernández radicaliza­da, con la originalid­ad de una división preliminar del Ejecutivo y el Legislativ­o, uno para cada uno.

El modelo dual anterior creado en Santa Cruz ya hacía un reparto de los poderes del Estado, pero lo protagoniz­aba un matrimonio que se probó muy sólido. Este tiene a un exsubordin­ado de la líder como su jefe. Es el mismo río. Pero es otro río.

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