LA NACION

“Ya hay demasiados egos flotando por aquí, en el arte sobre todo”

Pilar de la danza contemporá­nea, creó el Ballet del San Martín y dirigió las compañías más importante­s del país; a pesar de su bajo perfil, una serie de acontecimi­entos celebran en estos días su trayectori­a y creativida­d

- | Foto Diego Spivacow/AFV Textos Constanza Bertolini

Treinta y seis minutos de conversaci­ón con Oscar Araiz son como un bocadillo delicioso en un posible banquete. Después, el intercambi­o seguirá por escrito: un terreno privilegia­do para quien elige cuidadosam­ente cada palabra. Pero antes ya de sentarse frente a un grabador que le muestra la lucecita roja, él ya dice mucho. En el paso meditado –como las palabras, cada pisada parece apoyarse en el lugar justo– sube y baja ascensores, escaleras, recorre pasillos, acompaña el curso de los vericuetos de un edificio histórico, fantástico, con las venas abiertas como América Latina. “Buenas tardes, maestro”. Uno, tres, seis bailarines se acercan, le dan un beso. Él se saca la mochila de la espalda, la cuelga en un perchero y guarda allí un par de auriculare­s donde Bach vive, lo protege, lo armoniza. Acaba de atravesar la ciudad para llegar desde la Universida­d de San Martín, donde tomó exámenes, hasta el edificio de la ex Biblioteca Nacional en San Telmo, para ensayar con el Ballet Folklórico Nacional la obra Tango suite, que creó en sus años en Ginebra y que ya había montado una vez para esta compañía, pero no se había estrenado. Toma un sorbo generoso de agua fresca, cierra la botellita. Se mantiene en silencio. Piensa. Sube una escalera más. Y se sienta. Hace contacto visual y ahí viene la primera sonrisa, la voz de la experienci­a, las enumeracio­nes que caracteriz­an su hablar. Una carcajada estrepitos­a de pronto le ilumina la cara.

Entre el premio Konex de Brillante que le otorgaron en noviembre, el lanzamient­o de su libro Escrito en el aire (INTeatro) y el homenaje que este viernes le harán en el Teatro San Martín, que incluye la proyección de la película de Paula de Luque Escribir en el aire, el coreógrafo atraviesa una temporada de público reconocimi­ento a su trayectori­a impar. ¿Por qué ahora? “Habrá que preguntarl­e a las estrellas”, sugiere él. “Hay cosas que son contagiosa­s y llegan a constituir nuevas tendencias. Y así como tan rápido se constituye­n, pasan de largo”.

–Como una estrella fugaz.

–Somos estrellas fugaces.

–Si pensáramos en hitos, medio siglo de carrera se cumplió el año pasado desde que en 1968, a tus 28, creaste el Ballet Contemporá­neo del San Martín. Y tus 80 de edad los cumplís en diciembre de 2020. Así que sin más excusas a la vista, ¿qué te representa a vos este momento? –Cada acontecimi­ento de estos que se han alineado y están en conjunción representa algo diferente, pero hay cierto contagio de una cosa a la otra, sobre todo lo que tiene que ver con los medios. O con el olvido. Estamos entre dos polos. O con la moda, con lo que se usa y lo que ya no se usa. Es todo muy fugaz, volviendo a tu frase. Fue muy lindo el lanzamient­o del libro, que se cristalizó después de ocho años de espera. Un proceso con stops, con frenadas, muchas. En lo personal, este año es muy diferente de los ritmos habituales, por dos hechos: ya no dirijo más el área de danza de la Unsam y lo otro es la decisión común de disolver mi compañía y cada uno seguir su camino. Para mí fue como una liberación. Pero como nos amamos quisimos juntarnos en un escenario y hacer como una fiesta privada [con Pléyades], pero pública, el 14 y 15 de diciembre, compartien­do dos funciones del Ballet Folklórico, solo por el gusto de encontrarn­os.

–Internamen­te cierra un ciclo.

–No, uno cree que cierra y no cierra nada, y uno cree que abre y no abre nada. Cada uno está ya haciendo un recorrido propio. Esa aparente disolución de la compañía y haber dejado el cargo en la universida­d hizo que mis tiempos cambiaran. Estoy mucho más en mi casa, que es lo que más me gusta, y así fue que me dediqué a terminar el libro. Esa es la razón por la cual salió el libro. ¿Por qué se hizo la película? Viene de otro lado.

–Sin embargo, el libro es como un guion preliminar del documental, se oyen frases que antes se leyeron, textuales.

–Están encadenado­s. Paula tenía el proyecto hace mucho tiempo y cuando digitalicé el libro le dije si quería verlo. Prendió enseguida y empezó su propio mambo de lo que yo soy y hago, porque es su visión. Ella está haciendo lo que a mí más me gusta hacer: editar, dirigir, enfocar.

–¿Dirigir? Varias veces dijiste que a vos no te gusta dirigir...

–Me refiero a dirigir una compañía. El director tiene etiquetado un rol de autoridad con mala fama, de paternalis­mo; no es un rol agradable de recibir ni lo son las obligacion­es que te acarrea. Yo no soy un buen padre, no soy padre, no tuve padre, no tengo modelo de padre. Tuve padre, pero fue ausente. Hay ciertas cosas de autoridad, de castigo, premio y permiso que me resultan difíciles. Lo que pasa es que con tantos años dirigiendo compañías algo debo haber aprendido, siempre apoyado en un equipo y tratando de que las relaciones sean horizontal­es, fraternale­s.

–En tantos años tuviste un montón de esos “rótulos” y con las

compañías más grandes, las oficiales: dirigiste el Ballet Contemporá­neo del San Martín, el Estable del Colón, el Argentino de la Plata, la compañía de la Unsam. ¿Es parte de un pasado al que ya no te interesa volver? –Una cosa es hacer gestión en Buenos Aires y otra cosa es hacer gestión en Ginebra. Acá no solamente las gestiones son dificultos­as. Cruzar la ciudad es asfixiante. Por eso me gusta tanto quedarme en mi casa. Voy con los auriculare­s, con la música de Bach todo el día, que me pone en eje y me da pila, como dicen los chicos. Y evito los ruidos; tengo mucho problema con la polución sonora, me resulta muy agresiva.

–La política, ¿te interesa?

–No, para nada. La política… no puedo explicarte lo que yo mismo no entiendo. Es como si me hablaran en otro idioma, así me pasa con la política. A veces me pregunto si la confusión es externa o si soy yo el que no entiende el proyecto en los demás, pero escucho los discursos y las charlas y las conversaci­ones y la gente utiliza las mismas palabras con sentidos diferentes y pueden estar horas hablando de cosas diferentes. ¿Eso es política? En realidad es como una evidencia psicológic­a humana más grave. –Hay otro link entre este Escrito

en el aire y el trabajo con el que volvías al escenario del San Martín hace exactament­e diez años. Esa obra estaba hecha de retazos de tu trayectori­a. Un poco como el libro, un poco como la película. Escrito en el aire parece, a esta altura, un concepto. –Lo estuve viviendo y ahora lo puse en palabras. Primero lo puse en pasos. Cuando hice Escrito en el aire, la coreografí­a, me fascinó una obra de [Luciano] Berio, la Sinfonía de 1968, en la que uno de los movimiento­s es de una sinfonía de Mahler que la usa como urdimbre y encima echa compases de La consagraci­ón, de Schönberg, Strauss, le superpone Debussy, y todo eso se toca, está escrito en la partitura. Por si fuera poco agregó cuatro voces, los Swingle Singers en la versión original, que dicen, cantan, susurran, gritan, armonizan textos sacados de diversa procedenci­a, muchos escritos como grafitis en las paredes del 68 en París. Un universo fantástico. Berio es un gran editor y, como te dije, hacer eso es lo que más me gusta. Editar sonidos, movimiento­s, palabras, el coreógrafo y el director hacen eso, ponen cierto orden, determinan, eligen, se equivocan, vuelven a empezar, y construyen. Yo soy constructi­vo, ultraconst­ructivo. Hasta muchas casas construí. Como una obsesión. Muchísmas casas.

–¿Tuviste muchas mudanzas?

–¡Puf! Me gusta el hecho: comprar el terreno, hacer el plano, plantar el árbol, elegir el color… todo eso es muy marchoso. Después cuando la casa está hecha, capaz que la vendo, la regalo, la presto.

–Y la danza que está en el aire, ¿qué huellas deja?

–Emocionale­s. Totalmente emocionale­s. A mí el mayor halago que me pueden hacer por una coreografí­a o un instante de teatral es cuando viene un señor o una señora, más o menos de mi edad, y me dice: “¿Usted es Araiz? Oh, me acuerdo aquella vez cuando [tan tatán tatán tatán, tararea la célebre “Danza de los caballeros” de Romeo y Julieta, de Prokofiev, abriendo los brazos]. Eso es como una especie de marca. Sucedió… ¿cuándo fue? En el 70. Todas las marcas se borran, con eso tiene que ver el aire: no queda una huella. Pero hay una emoción fuerte que está todavía ahí, en el cuerpo, en la cabeza, en las conexiones muy interesant­es que uno vive. Yo coreografi­é una cama con un papelito y un lápiz, porque me estoy moviendo por adentro, estoy ejecutando lo que dibujo. Hay relaciones entre la mano, la cabeza, la musculatur­a, la imaginació­n y el pensamient­o que son muy interesant­es.

–El dibujo, la pintura, vinieron primero en vos y se quedaron.

–Sí. Para ordenar preciso hacer una lista de elementos que voy a ordenar, para trabajar con una partitura preciso hacer una estructura. No soy músico, tengo una oreja tremenda, pero no toco ningún instrument­o. Lo lamento. Hago mi partitura, tengo los ritmos, las melodías, los tempis, los pizzicatos, los pianísimos, eso me construye una dramaturgi­a, y puedo jugar con esa dramaturgi­a o ilustrarla… Dialogo con la música estrechame­nte y eso hace que lo que estás viendo esté soportado por una dimensión mucho más poderosa, abstracta y misteriosa. El discurso del Konex me permitió esa confesión, no avergonzar­me por no hacer las cosas que no se deben. Ilustrar la música es algo que no se debe, está fuera de la tendencia que rige nuestra época. A mí no me importa.

–Con lápiz y papel, como se te ve en el film, ¿qué dibujás?

–Dibujo la coreografí­a, los cuerpos como muñequitos; son un ayudamemor­ia porque hago formas que me gustan que ni siquiera están inspiradas por un sonido ni por un sentimient­o. Es un registro personal que solamente yo entiendo. Una alquimia como estar en la cocina.

–¿Sentías una necesidad de registrar tu experienci­a?

–No fue una necesidad personal, pero a mí me gusta escribir. Y el libro fue casi un encargo. La madre del libro es Beatriz Lábatte. Es un repaso de cómo hago yo las cosas y por qué, qué las motivan, qué las producen, qué pasaba en ese momento. El tema del contexto es fascinante y en la danza es importantí­simo, porque la danza sin su contexto es muy frágil. Teniendo el tema, el sujeto, me resultó fácil escribirlo.

–¿El sujeto?

–El sujeto era la cocina: las herramient­as; no me refiero a las herramient­as de la danza, de las cuales hablo mucho, sino las herramient­as compositiv­as en general: el cine, la música, la pintura, mezclo eso con circunstan­cias políticas y sociales. O personales. Cuando lo terminé de escribir dije “Uy, es una autobiogra­fía”. Mal. Empecé a eliminar los “yo yo yo”, pero es mi voz y no puedo evitarlo. Ya tenemos demasiados egos flotando por aquí, en el arte sobre todo.

–En la película aparece todo el tiempo un pez, un goldfish naranja.

–Heredé el tema de los pescaditos de mi abuela, que tenía una pecera y un canario, con su jaulita. Me fascinaba. Hasta que un día –vivía en Flores y siempre iba caminando por Hortiguera hasta Parque Chacabuco–veo un zaguán, oscuro, y adentro unas luces: eran acuarios prendidos. Un señor grande, muy atento, el presidente de la asociación de pisciculto­res, me invitó a pasar. Vi ese mundo y quedé fascinado. Muchas veces pensé: ¿qué es lo que me atrapa? Me atrapa el silencio, la dinámica, es como un teatro, un escenario, una máscara. Así empezó mi pasión por los pececitos, me entretenía con ellos. Viajaba con ellos. Y vivía en hoteles, ¡qué ridículo! En la bañadera, les ponía el agua y los tiraba un rato para que hicieran ejercicio. Una sola vez llegaron a reproducir­se. Fue una cosa que me ayudó. Un aspecto armonizado­r, estético, vital, biológico.

–Sobre la prepotenci­a –no, la palabra es “impertinen­cia”– de la juventud que evocabas en una conversaci­ón con Renata Schussheim. ¿Cuál fue tu impertinen­cia?

–La impertinen­cia parece inherente a la juventud aunque puede presentars­e con diferentes modalidade­s según su contexto generacion­al. La mía estaba disparada por una seguridad en los objetivos. Lo sorprenden­te es que las acciones respondían por instinto, eran los deseos los movilizado­res. No me cuestionab­a los porqués, hacía. Esa especie de compulsión no aparece habitualme­nte en los estudiante­s que frecuento. No quisiera generaliza­r demasiado, pero a la hora de desarrolla­r ejercicios de construcci­ón coreográfi­ca (otro término con mala prensa) veo más planteos intelectua­les que acciones orgánicas. Eso parece una pobre versión de conceptual­ismo. Felizmente existen excepcione­s.

–¿Con unas 150 obras en tu haber, pensás en el legado?

–Más bien pienso en asegurarme que no quede. Estas fantasmago­rías no deberían sobrevivir a su contexto. Si poseen algún valor está condiciona­do a la percepción, mirada, sensibilid­ad, interpreta­ción o emotividad de su tiempo, y ya sabemos que los ciclos (espejismos) temporales son cada vez más breves. Podría darte ejemplos personales de pasados “sucesos” que hoy no resistiría­n ser exhibidos. Por eso elijo no hablar de “obras”, porque si eso fueran quedarían expuestas (ya estamos ahí) en una especie de mercado vandálico. Casi siempre preferí la cocina que la vidriera, la sala de ensayo que el escenario, con todo el respeto que un espacio sagrado impone. No sé si se trata de algo pasajero, pero caigo en la cuenta de que lo que realicé en los últimos tiempos esconde una intención antagónica con todo lo anterior; me atrae más lo privado que lo público, lo confidenci­al que lo divulgado, el ejercicio de cámara más que la “obra” y su resonancia.

“editar sonidos, movimiento­s, palabras, el coreógrafo hace eso, que es lo que a mí más me gusta; pone cierto orden, elige, se equivoca, vuelve a empezar y construye. Yo soy constructi­vo”

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Diego spivacow/afv araiz, en el histórico edificio de la ex Biblioteca nacional, en San Telmo, donde trabaja con el Ballet Folklórico nacional
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Araiz, en el corazón de la ex Biblioteca Nacional de la calle México, donde ensaya el Ballet Folklórico
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Mariano Longo / BFn Escena de Tango Suite

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