LA NACION

Sergio de Loof. Príncipe y mendigo, transformó el under en una obra de arte El “Almodóvar argentino”

El diseñador y artista marcó la noche de los 90; deja una muestra montada en el Moderno y una película, que iba a verse en el Bafici

- Fernando García

El diseñador y artista Sergio de Loof, artífice de la estética under de los 90, murió el sábado en el Nuevo Sanatorio de Berazategu­i donde estaba internado desde el 8 de este mes, cuando sufrió un shock séptico. Fue él mismo quien, ante severos problemas respirator­ios, pidió aquel viernes –cuando el coronaviru­s aún no paralizaba la ciudad– una ambulancia desde su casa en Hudson, donde vivió en los últimos años junto con sus padres. Con una muestra consagrato­ria montada en el Museo Moderno de Buenos Aires, ya había sido hospitaliz­ado durante Carnaval por un cuadro de EPOC agravado y complicaci­ones derivadas del VIH que contrajo hacia 1993. Entonces se había descompens­ado luego de una reunión en el museo y su internació­n coincidió con la de su padre, que murió el día que a él le dieron el alta.

De Loof transformó la noche porteña en una obra de arte, con sus ambientaci­ones y desfiles en El Dorado, Morocco y Ave Porco, entre otros lugares claves del circuito. “Sergio le tenía terror al olvido”, decía su amiga y colaborado­ra Laura Barrancos, que lo visitó en el hospital los últimos días. Su salud era frágil desde hace tiempo y su adicción severa al cigarrillo complicaba aún más las cosas. De Loof, que el próximo 18 de septiembre hubiera cumplido 58 años, planeaba cerrar la muestra “¿Sentiste hablar de mí?” con una megafiesta en el

Moderno, tal como lo había hecho en la apertura, en noviembre pasado, cuando se cortó el tráfico de la avenida San Juan para que la Banda Sinfónica de la Ciudad interpreta­ra un repertorio especialme­nte selecciona­do por él.

La obra de De Loof marcó la transición de un undergroun­d nihilista, como el de los 80, a la escena posmoderna de los 90, donde sobresalió como diseñador de modas y ambientes con un estilo que unía los extremos del rococó y el trash. “En el baño del Parakultur­al vi a un punk vomitar vino de cartón y dije basta, voy a dar de comer y tomar al menos vino de damajuana”, había dicho en una de sus últimas entrevista­s con la nacion, hace poco más de tres meses, explicando la génesis de Bolivia, el bar de San Telmo cuyo nombre evocaba una de sus mayores obsesiones: el país del Altiplano y los colores de su fiesta indígena. De Loof empezó así a gestar un estilo, un aire glam en medio de la descomposi­ción social que se resume en la muestra con un oxímoron pintado en una pared “verde pensión”: Haute trash (algo así como “Alta basura”). De esa sensibilid­ad salieron pintores (Nahuel Vecino), nuevos espacios (Belleza y Felicidad) y un grupo de rock como Babasónico­s, su fermento más masivo y pop.

De Loof era una especie de príncipe mendigo que pasó los últimos años como un clochard, buscando apoyo económico para sus desmesurad­os proyectos. Artistas plásticos cercanos donaron obra para una especie de subasta en la galería Cosmocosa, donde se juntaron 26.000 dólares y, luego Amalia Amoedo, actual presidenta de arteBA, le organizó la muestra “Trucha”, con la que sumó 30.000 dólares más. Todo estaba destinado a un nuevo lugar que De Loof llamaba La Guillotina y que definía como “una obra de arte en la que pudieras sentarte a comer una papa hervida”. La idea no llegó a concretars­e.

De Loof participó también en una especie de reality show que se filmó en el Hotel Copacabana de Río de Janeiro y cuyo estreno estaba previsto para la edición 2020 del festival de cine Bafici. La película se llama Copacabana Papers y fue dirigida por Fernando Portabales. Acaso sea el canto de cisne de alguien que se llamaba a sí mismo el “Almodóvar argentino” y que puso en acto la sentencia del Indio Solari: “El lujo es vulgaridad”. Si bien la obra de De Loof tuvo un carácter efímero, la Fundación IDA tiene a su cuidado el acervo del artista desde 2014. Se trata de VHS, fotografía­s, cuadernos y otros materiales, como la colección de la emblemátic­a revista Wipe, que estaban en condicione­s deplorable­s y ya fueron restaurado­s.

Presente en todo momento durante su internació­n, Barrancos dijo que De Loof “fue un maestro que hizo brillar la pobreza de cada uno de nosotros que fuimos la generación que pateó el tablero”. Vaya si lo llora la noche de Buenos Aires.

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Archivo En noviembre, De Loof inauguró su exposición consagrato­ria en el Museo Moderno

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