La sustentabilidad ignorada
Gracias a una mayor difusión de la problemática, las jóvenes generaciones vienen tomando conciencia de los graves riesgos que enfrenta el planeta, como la contaminación del ambiente, los daños de la deforestación, la escasez de agua potable o el calentamiento global, cuestiones cuya atención demanda un profundo cambio cultural. Son muchas veces los hijos quienes enseñan a sus padres a separar la basura, administrar el agua, seleccionar los alimentos o reducir el consumo eléctrico.
Contribuir a construir un mundo sustentable desde el punto de vista ambiental debería tener su correlato en principios de sustentabilidad económica sin los cuales ese mundo mejor es inviable. Algo falla cuando un país como la Argentina tiene más de un tercio de su población sumida en la pobreza a pesar del esfuerzo titánico del Estado para emplear, pensionar, jubilar y subsidiar. Cuando el gasto público ha alcanzado casi la mitad del PBI, la presión fiscal es la mayor del mundo, la inflación ha terminado de pulverizar la moneda y la tasa de riesgo país refleja una expectativa de default como si trampear a quienes nos prestan fuese un pasatiempo sin consecuencias.
Así como los ecosistemas sostienen la vida produciendo el capital natural para su continuidad, la vida comunitaria requiere soporte para una supervivencia exitosa. A pesar de los múltiples y fallidos experimentos socialistas, no existe otra savia vital que la riqueza generada por la actividad privada: cuando su productividad es baja, su capacidad de sostén también lo será. De nada valdrán los discursos y decretos, los planes y proyectos, si la inversión no crece, si no se introducen nuevas tecnologías, si las empresas no son competitivas a nivel mundial. La salud, la educación, la seguridad, la protección de los ancianos y el cuidado de la niñez quedarán cada vez más rezagados en relación con las genuinas necesidades y expectativas de la población. Y esas tensiones estallarán, tarde o temprano, con similar efecto al de los desajustes en los ecosistemas naturales.
La renovada visión del mundo, a través del prisma de la sustentabilidad ecológica, implica instalar el hábito de pensar en el largo plazo. Las nuevas generaciones nos demandan que atendamos cuestiones perentorias como la elevación del nivel de los mares, la deforestación de bosques y selvas, la desaparición de cuencas con agua potable o el desarrollo de virus resistentes a los antibióticos, entre otras. Pero nadie ha educado a esos herederos de la Tierra a mirar con ojos de largo plazo.
Al igual que en materia ambiental, no bastan los “parches” casuísticos. Se requieren reformas estructurales que aseguren un flujo regular y creciente de recursos para acompañar esas demandas sin incubar lenta pero sostenidamente una catarata de catástrofes futuras.
En definitiva, urge ponernos a trabajar para que haya simetría entre la sustentabilidad ambiental y la sustentabilidad socioeconómica, supinamente ignorada durante demasiado tiempo.