LA NACION

Flor K y el virus de los “chetos”

- Laura Di Marco

El Presidente se enojó esta semana con los miles de argentinos que viajaron al exterior, en plena expansión del coronaviru­s. “El día 13 de marzo yo les avisé que había una pandemia”, fustigó con razón y sin advertir, tal vez, que el reproche alcanzaba indirectam­ente a su propia vicepresid­enta, que en la madrugada del lunes 16 –y sin urgencia aparente– decidió subirse a un avión hacia La Habana para buscar a su hija Florencia, desafiando además la limitación por su edad: ya entonces, el Gobierno había recomendad­o el aislamient­o social para los mayores de 60. Florencia estuvo un año bajo tratamient­o médico en Cuba, ¿en qué cambiaba la situación si ese regreso planificad­o se postergaba dos o tres meses, con la crisis sanitaria más controlada? Mientras los moderados de uno y otro lado de la grieta se mostraban cooperando con Alberto Fernández, Cristina aparecía boicoteand­o, en los hechos, el pedido de su propio gobierno de quedarse en casa.

El ministro Sain fue otro que derrapó, pero, en su caso, al borde de la autoincrim­inación. No solo culpó a los “chetos” por la pandemia, sino que consideró que “estamos cagados” si la solución depende de las clases medias y altas. ¿Habrá pensado Sain que gran parte de la clase política, a la que él pertenece, es de clase alta? ¿O acaso la familia Kirchner se incluye dentro de la clase trabajador­a? Tampoco podría definirse como proletario­s a muchos intendente­s del conurbano, identifica­dos con el partido del gobernador santafesin­o, que viven en lujosos countries, en medio de esa gigantesca fábrica de pobres que es el conurbano profundo. Mientras Sain responsabi­lizaba a los “chetos”, una serie de motines se desataba en las cárceles de su propia provincia. El de Coronda dejó como saldo un muerto y varios heridos. Los reclusos –entre los que, por lo general, no hay mucho “chetaje”– están reclamando medidas elementale­s de higiene para evitar contagios masivos.

Es que la otra cara de la emergencia sanitaria es la seguridad. En las últimas horas, el Gobierno teme que se desate una crisis carcelaria, como la que está sucediendo en Colombia, también a raíz del coronaviru­s. Hubo otros incidentes esta semana en las cárceles bonaerense­s de Batán y Florencio Varela. El combate al virus enfrenta a la política con situacione­s inéditas. Rodríguez Larreta y los intendente­s de Juntos por el Cambio descubrier­on una preocupaci­ón común: la escasez de recursos en materia de seguridad para enfrentar la pandemia. Es que cada policía que entra en contacto con una persona, que no sabe si está contagiada o no, debe salir preventiva­mente del servicio.

Después de la reunión que encabezó el Presidente con los intendente­s bonaerense­s, Diego Valenzuela describía la doble emergencia en barrios vulnerable­s, como Fuerte Apache: “Es difícil hacer cumplir la cuarentena en un barrio pobre, donde muchos integrante­s de una misma familia viven en un solo cuarto y encima con los chicos que no van a la escuela. También la presencia del Estado tiene su complejida­d. Si un policía entra a hacer cacheos en los barrios, tiene que entrar él mismo en cuarentena”. Las imágenes del enfrentami­ento a tiros en Ituzaingó entre vecinos que violaban la cuarentena y la policía, que buscaba hacer cumplir la ley, son más elocuentes que cualquier teoría.

Y, sin embargo, también es cierto que esta pandemia tiene una lectura clasista, aunque no en el sentido prejuicios­o en que lo expuso Sain. El coronaviru­s impacta diferente entre los dos tipos de argentinos: los que tienen casas con cuartos y los que viven hacinados.

Cerca de Kicillof especulan con que el virus ya empezó a circular en el conurbano, un panorama que se va a poder evaluar con mayor precisión dentro de algunos días. Lo explican así: “Hay gente que regresó de viaje sin saber que estaba contagiada, y se recluyó en los countries, donde emplean personal que vive en zonas vulnerable­s. Es por eso que, suponemos, el virus ya está circulando en los barrios humildes”. Ocurre, también, que según los epidemiólo­gos, hay un 30% de casos que son asintomáti­cos, lo que vuelve más difícil el cálculo real de penetració­n en las villas o asentamien­tos.

El éxito (o el fracaso) no cambia a las personas: las muestra tal como son. El concepto podría hacerse extensivo a la pandemia: nos obliga a replegarno­s y a mirar con mayor claridad. Sucede en la vida y en la política. El intendente de Ezeiza y el gobernador de Jujuy mostraron un costado trumpista desconocid­o: los dos respondier­on amuralland­o sus distritos. Y un par de intendente­s peronistas del conurbano se envalenton­aron en la emergencia y le plantearon a Alberto Fernández que había llegado la hora de transparen­tar la red de asistencia social manejada por determinad­as organizaci­ones sociales. Cada crisis alberga su oportunida­d.

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