LA NACION

Sólo las guerras habían apagado la llama olímpica

Tres veces en la historia los Juegos se suspendier­on: Berlín 1916, Tokio 1940 y Londres 1944, sedes atravesada­s por los grandes conflictos bélicos en el planeta

- Pablo Lisotto

Esta situación no es nueva para Tokio, que ya conoce lo frustrante que significa suspender un Juego Olímpico por factores externos. Los Juegos de 1940 iban a realizarse en Tokio (venció a Helsinki por 36 votos a 27). El judo y el béisbol iban a ser los deportes de exhibición. Todo estaba organizado y las competenci­as se iban a disputar entre el 21 de septiembre y el 6 de octubre. Estaba planeado usar como estadio olímpico el Meiji Jingu Gaien, sede de los Juegos del Lejano Oriente de 1930. Y en sus alrededore­s, las competenci­as de natación. Sobre esas tierras hoy se erige el Estadio Olímpico de Tokio. Sin embargo, el estallido de la segunda guerra sino-japonesa en 1937 obligó a Japón a renunciar a la organizaci­ón.

Ante ese contratiem­po, el Comité Olímpico Internacio­nal eligió como sede alternativ­a a Helsinki, capital de Finlandia, que anticipó el calendario original: del 20 de julio al 4 de agosto. El Estadio Olímpico de Helsinki, inaugurado en 1938, sería el centro de las actividade­s atléticas. Y en tierras finlandesa­s aparecería el vuelo sin motor como disciplina olímpica. Para llegar en tiempo y forma, el gobierno finés otorgó un crédito extraordin­ario de 200 millones de marcos finlandese­s, mientras que el Ayuntamien­to de Helsinki aportó otros 100 millones. Incluso, a comienzos de 1939 ya habían confirmado la asistencia 60 naciones. Todo iba sobre ruedas hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial derivó en la suspensión definitiva. Años más tarde, Helsinki hospedó los Juegos Olímpicos de 1952 y Tokio fue el anfitrión en 1964.

Hasta el momento apenas habían sido dos las ocasiones en las que se suspendier­on los Juegos Olímpicos. Berlín había sido elegida como la sede de 1916. Con gran entusiasmo, en agosto de ese mismo año se iniciaron los trabajos del estadio olímpico (Deutsches Stadion), con una capacidad para 18.000 espectador­es. El orgullo era tal que el 8 de junio de 1913 asistieron 60.000 germanos a la inauguraci­ón de la obra. También se presentó en sociedad el poster. Sin embargo, el 28 de julio de 1914 comenzó la Gran Guerra (tal como se conoció a la Primera Guerra Mundial), la llama olímpica nunca llegó a encenderse y todas las expectativ­as se apagaron. Apenas 20 años después de su restauraci­ón, los Juegos Olímpicos se cancelaban por primera vez en más de 14 siglos y 291 ediciones en la antigua Grecia (los griegos vivieron en la antigüedad en constantes batallas, pero siempre respetaron el período de Tregua Olímpica), y tras cinco ediciones de la Era Moderna. Berlín debió esperar hasta 1936 para organizar sus Juegos.

Precisamen­te luego de la memorable cita olímpica en la Alemania nazi de Adolf Hitler, en la que en plena propaganda de supremacía aria brilló el afroameric­ano Jesse Owens al obtener cuatro medallas doradas, un nuevo gran conflicto bélico detuvo la acción de los Juegos por 12 años: la Segunda Guerra Mundial.

El conflicto bélico dejó sin efecto los Juegos de la VIII Olimpíada, que desde 1939 estaba previsto que los alojara Londres en 1944. Pero a diferencia de Helsinki en la previa de 1940, el Reino Unido estaba tan involucrad­o en la Segunda Guerra Mundial que la capital de Inglaterra quitó de su lista de prioridade­s la organizaci­ón de esos Juegos. El conflicto estalló en septiembre de 1939, Inglaterra renunció a aquella sede de 1944 y el COI se comprometi­ó a cederles sin votación la organizaci­ón de la edición de 1948, que sí se llevaron a cabo gracias a que la guerra ya había finalizado.

Un relato de boicots

Sin llegar a cancelarse, hubo otros dos Juegos que no se desarrolla­ron con normalidad. Los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, oficialmen­te los de la XXII Olimpiada, se llevaron a cabo en la capital de la Unión Soviética entre el 19 de julio y el 3 de agosto de 1980.

Pero los planes se alteraron. La invasión soviética a Afganistán, en diciembre de 1979, provocó la reacción del presidente estadounid­ense Jimmy Carter. Y el 20 de enero de 1980 emitió un ultimátum: si las tropas soviéticas no se retiraban de suelo afgano, Estados Unidos boicotearí­a la cita deportiva. “Ir a los Juegos Olímpicos de Moscú sería como poner un sello de aprobación a la política exterior de la Unión Soviética”, declaró entonces Carter. Y agregó: “El COI debería cambiar la sede”. La respuesta no se hizo esperar. El presidente del COI, Michael Killanin, echó más leña al fuego: “Sólo una Tercera Guerra Mundial puede impedir que Moscú sea la sede”.

Por diversos motivos, en total fueron 66 los países que boicotearo­n aquellos Juegos. Entre ellos, la Argentina, que tenía un gran selecciona­do de básquetbol, integrado, entre otros, por Eduardo Cadillac, Miguel Cortijo, Carlos Raffaelli, Carlos Romano y Adolfo Perazzo. Según el Comité Olímpico Internacio­nal, entre 45 y 50 naciones lo hicieron en apoyo a la iniciativa estadounid­ense.

Fue la división del mundo olímpico. Y hubo consecuenc­ias tristes: en 1984, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles sufrieron un contraboic­ot soviético debido a “sentimient­os chauvinist­as y una histeria anti-soviética impulsados en los Estados Unidos”. Se plegaron 13 países. Aunque fue un número bajo (un cuarto de los que no habían asistido a Moscú), fue muy evidente la ausencia de grandes protagonis­tas del medallero, como por ejemplo la Unión Soviética y Alemania Oriental. Sin la presencia de varias potencias deportivas del bloque comunista, los Estados Unidos dominaron ampliament­e el medallero, con 83 medallas de oro, seguido muy de lejos por Rumania, con 20.

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Afp el nazismo y el movimiento olímpico: tras Berlín ‘36, la 2da Guerra impidió tokio ‘40 y londres ‘44

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