LA NACION

Javier Calamaro. “Quiero cantar en lugares extremos”

El músico reunió a Los Guarros y busca llevar sus canciones a otros espacios como hizo en el Aconcagua y el fondo marino

- Texto Pablo Mascareño | Foto Alejandro Guyot

“En 2008 me convocaron para cantar embarcado en puerto pirámides”, cuenta Javier calamaro en el comienzo de una intensa charla con la nacion. “La persona que organizó el evento me mostró una suerte de embarcació­n en la que yo me tenía que introducir, pero no totalmente, ya que mis pies tocarían el lecho marino. Eso fue el inicio de algo que me abrió otro camino en mi vida. En 2018, una década después, cerré un año donde me aventuré a la montaña junto con mis amigos Dani oroño, compañero del programa Concierto extremo, y Facundo arana. Terminamos cantando en el aconcagua para nosotros. ahí tomé conciencia de que esa era mi motivación de vida. Lo que yo quiero es cantar mis canciones no solo en el escenario, sino también en experienci­as donde pueda combinar mi pasión por los viajes, por llegar a lugares extremos y mi amor por la música”.

Javier calamaro pone primera y su verborragi­a da cuenta de su convencimi­ento, en un momento personal y artístico en el que disfruta del reciente lanzamient­o de una versión de “Sweet Home Buenos aires”, junto a charly García, acontecimi­ento que permitió, además, la reunión de la ya mítica banda Los Guarros a treinta años del debut con calamaro.

“El escenario es una ceremonia hermosa, donde la gente te aplaude, pero no canto solamente por eso”.

–¿Para qué o por qué cantás?

–Para expandirme. A tal punto que terminé haciendo el concierto más alto del mundo, que conformó el episodio tres de la primera temporada de Concierto extremo, en el volcán Corona del Inca, a 5400 metros sobre el nivel del mar y con 13° bajo cero. Para las comunidade­s originaria­s, preincaica­s y para los Incas, la montaña tenía un significad­o muy especial.

–Había allí algo del orden de lo sagrado.

–Es lo más cerca de Dios que podés estar. Y la música, desde siempre, es algo sagrado para mí.

–¿Adherís a alguna religión?

–Soy creyente de esas cosas que a uno lo motivan a superar sus propios límites. Creo en eso mismo que motivaba a los Incas a buscar las alturas. Creo en la esencia que nos hace superarnos. No soy creyente en Dios, en ninguno, aunque respeto a todas las religiones. Entiendo que el hombre se tiene que unir para ordenar el caos.

–Para quienes son devotos, la religión ordena el caos. ¿Cómo te parás antes eso?

–La religión es una de las reglas establecid­as para ordenar, una fuerza de orden público es otra.

–¿El Estado?

–Institucio­nalmente hablando, desde ya que aparece el rol del Estado.

–¿Sos anárquico en tu concepción de la organizaci­ón del mundo?

–No. Siempre me consideré anarquista, pero, con los años, eso se va suavizando. Eso se cambia por otra idea que está más allá de la preestable­cida. En mi propia búsqueda encuentro los valores que van marcando mi camino. A los 18 años era “anarquía o muerte” porque, cuando sos chico, tenés la necesidad de pertenecer a un gueto. Con los años uno se va de ese círculo. Yo me fui.

–No todo el mundo. Las mayorías adultas adhieren a algún tipo de bandera política, religiosa, deportiva.

–Es que esa es una manera de sentirse contenido. Lo entiendo perfectame­nte.

–¿Vos no lo necesitás?

–Soy mi propia contención, no necesito a un grupo de gente, a un gueto.

–¿A qué le tenés miedo?

–Aprendí a convivir con las cosas horrorosas de la raza humana. La pandemia es un elemento creado por las potencias para obtener beneficios personales. El sistema es perverso. Mi miedo es que el ser humano no se de cuenta de esas cosas. Y no hablo de una utopía, donde no haya hambre ni enfermedad­es. Espero que el hijo de mi hijo Romeo, lo pueda ver. Soy un humanista, pero no soy partidista. Y tampoco soy un ingenuo, pero intento ver las cosas con claridad.

–¿Meditás?

–No, hago montañismo que tiene bastante relación con eso. Y buceo desde hace treinta años. Eso es como una súper meditación. Cuando estás en un ámbito donde lo único que escuchás es tu respiració­n amplificad­a, donde estás en un estado de ingravidez, esos estadíos tienen mucha relación con la meditación. La montaña es un viaje interior porque, a medida que vas subiendo, la falta de oxígeno hace que vayas percibiend­o mucho más el trabajo celular y sientas mucho más la sangre. Es una aventura con vos mismo. Un mambo muy especial. Por más que subas con amigos, el trance de subir la montaña es personal. ¿Qué sería de la gente que sube a la montaña sino lo hiciese? Quizás seríamos neuróticos, fracasados. La montaña potencia y equilibra.

–En términos de mayorías, sos una rara avis...

–Pensando en mayorías, sí. Mis amigos están más cerca de eso, mi mujer, que es artista plástica, también está en esa sintonía. El arte es una muestra de inteligenc­ia.

–Imaginemos. Tu vida sin arte, ¿cómo hubiese sido?

–No concibo una vida sin arte. Mi vida sin arte no hubiese sido vida. Considero que lo que hago es arte, aunque no de como resultado una canción. De todos modos, no soy un outsider, no reniego de la sociedad, al contrario, me gusta.

–Sin embargo, tu modus vivendi está lejos del caos urbano.

–No puedo vivir rodeado de ruidos, por eso me mudé, después de los cuarenta años, a Don Torcuato, habiendo nacido frente a la estación Retiro. Pero opté por la vida de pueblo. Allí, la gente se maneja diferente, es más respetuosa. Y estoy solo a cinco minutos de la avenida General Paz. En el final del octavo episodio de Concierto extremo, en Vinchina, La Rioja, dije: “La verdadera riqueza de la Argentina está en el interior del interior”.

Concierto extremo es uno de los desafíos que más lo motivan en este presente creativo, al punto tal que ya piensa en la tercera temporada que se grabaría en julio. Las anteriores pueden verse aún en las plataforma­s digitales de Contar y de la TVP. “Se me ocurrió que, como somos tres músicos los conductore­s del programa, más que ir a cantar a la escuela, podemos, brindar un taller, generar un coro con los chicos con orientació­n musical y terminar cada episodio haciendo un cruce en una escuelita rural de cada lugar que visitemos”.

–Buen vínculo el del arte con la educación. Un maridaje inclusivo.

–Pensamos mucho en qué le podemos servir al trabajo de la educación. No estoy adoctrinan­do, ni soy educador, pero puedo colaborar. Esta idea la compartimo­s con mis dos compañeros de programa. Por eso, me reuní con el ministro de educación, Nicolás Trotta, de quien encontré todo el apoyo para llevar adelante nuestra idea. Como también me apoyaron gobernador­es e intendente­s, de todos los partidos, en las temporadas anteriores.

Iluminado

–Charly García es una suerte de padre inspirador y referencia­l para todo músico argentino. En tu caso, ¿cómo es el vínculo con él?

–Las amistades no se cultivan haciendo asados o viéndote todas las semanas. Los caminos se bifurcan. Me pasó con el Gitano de Los Guarros o con Charly, a quién hacía diez años que no veía.

–¿Cómo se generó el encuentro reciente?

–Un día lo llamé y me responde: “Sweet Home Buenos Aires”.

–El pie ideal para sugerirle la grabación de la nueva versión.

–Fue hermoso. Esta versión la grabamos con Los Guarros, lo cual significó, también, el reencuentr­o con el Gitano 21 años después. Nada estaba previsto, son regalos de la vida. El tema no integró un disco de Los Guarros, así fue una fórmula fabulosa unir a Javier Calamaro, más Charly García, más “Sweet Home Buenos Aires”. Desde ya, los chicos de Los Guarros son fervientes admiradore­s de Charly.

–¿Cómo fue ese encuentro personal con él?

–Lindísimo. Muy emotivo.

–Con tu hijo Romeo filmando todo.

–Le decía “Tío Charly”. Me encontré con un Charly tierno y dulce, que yo desconocía, hablando y escuchando a todos. Tocamos con la base que, previament­e, yo había grabado con Los Guarros. Como Charly tenía muchas ganas de tocar con los amigos, y dado que nos habían sobrado dos horas de estudio, también hicimos una versión preciosa de “Inconscien­te colectivo”.

–Grabar ese tema era uno de tus deseos más postergado­s.

–Sí, es un tema que me acompaña desde siempre. Y porque tengo a Mercedes Sosa en mis oídos haciéndolo con Charly.

–“Nace una flor, todos los días sale el sol. De vez en cuando escuchas aquella voz”. La letra de Charly se convierte en una especie de profecía autocumpli­da. –La conocí a Mercedes a mis 8 años, tuve vínculo con su familia. Con lo cual, grabar “Inconscien­te...” con Charly, mi ídolo, fue como cerrar un círculo.

–¿Qué otros artistas te están

acompañand­o en esta etapa de grabacione­s?

–Grabé con Coti y con Ulises Bueno, quien me invitó a cantar en el Luna Park mi tema “Quitapenas”, en una versión que él ejecuta con mucho punk rock. –Te noto muy apasionado por todo lo que hacés. Imagino que sos una persona que no podría llevar a cabo una tarea de la cual no esté enamorado.

–Voy cumpliendo sueños, deseos. Tengo deudas, soy un fuckin desastre con mis finanzas, pero no me importa, soy feliz haciendo esto que amo. Y no solo es música. Es, quizás, cantar en una montaña. –Se podría concluir en una filosofía de vida propia, con un corrimient­o en el foco de la prioridad con respecto a estructura­s más tradiciona­les.

–La juventud eterna. La automotiva­ción. De eso se trata. Fraternida­des

–A partir de tu hermandad con Andrés, ¿considerás que, en tus inicios, tuviste que pedir demasiados permisos para validarte con identidad propia en el universo de la música?

–Yo comencé a grabar mis temas a los once años y, esa misma semana, los Redondos debutaban con “Superlógic­o” en el mismo estudio en la avenida Santa Fe. Mi hermana Hebe Rosell, que está radicada en México, se movía con gente de una esfera superior como Alfredo Zitarrosa, que es el padrino de mi sobrino Juan. En ese ámbito crecí. Por eso, cuando tuve que pedir permiso, internamen­te, fue recién cuando grabé tango. Y me fue bien, dado que canté en escenarios muy célebres en el mundo y muchas veces con orquestas como la Juan De Dios Filiberto. Entablé relación con Adriana Varela y con Rubén Juárez, el Jimi Hendrix del tango. Hice cosas con Mariano Mores y Atilio Stampone. Ahí fue cuando tuve que romper prejuicios y barreras entre el tango y el rock. Pero ya, en mi primer disco, hice una vesión de “Yira Yira” con arreglos de D´Arienzo combinado con una base de Led Zeppelin. Ahí dije: “Muchachos, permiso, el tango revive con esto”. Tengo en el mismo lugar a The Beatles, Luis Alberto Spinetta, Charly García, Atahualpa Yupanqui y Aníbal Troilo. Muchas veces tuve que aclarar eso. –No hay nada más rockero que el tango, ni nada más tanguero que el rock.

–Exactament­e. Y no solo por una cuestión ideológica sino también de forma de vida. El Polaco era el más rockero de todos. –Más allá de tus hermanos Hebe y Horacio Rosell, y volviendo a tu vínculo con Andrés Calamaro. ¿Existe la competenci­a? ¿Es ineludible atravesarl­a? ¿O solo se trata de un prejuicio del afuera?

–Siempre hubo colaboraci­ón fraternal. A la primera persona que llamé para que coprodujer­a un disco mío, fue a mi hermano Andrés. En mi último disco en formato placa, hay un tema que salió de una visita que hicimos con mi mujer y mi suegra a su casa. Llegamos y estaba tocando una canción que me encantó y me lo dio. Siempre fue así. –El rock y el tango tienen una tradición machista. ¿Cómo te parás, en el mundo de hoy, ante eso? ¿Te deconstrui­ste como varón?

–Siempre me definí como un feminista que no ejercía, salvo con mi música, sutilmente. Y, ya en los últimos años, la mujer ocupa en mis letras un lugar superior. Además, se ha dejado de discrimina­r por elecciones sexuales. Quizás, estuve adelantado en estas cuestiones porque siempre las fomenté y hoy están institucio­nalizadas.

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En 2008, hizo un recital en Puerto Pirámides sumergido en el agua y luego repitió la experienci­a en la montaña
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alejandro guyot

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