LA NACION

El líder, reflejo de Brasil... ¿o viceversa?

- Janaína Figueiredo

RÍO DE JANEIRO a foto publicada por el canciller brasileño, Ernesto Araújo, en su cuenta de Twitter el sábado pasado causó polémica en redes sociales y la prensa, una más que involucra al presidente Jair Bolsonaro (sin partido) desde que la pandemia de coronaviru­s llegó a Brasil.

En ella aparecían el jefe de Estado; el embajador norteameri­cano, Todd Chapman, recienteme­nte instalado en Brasilia; varios miembros del gabinete, y el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, festejando el Día de la Independen­cia de Estados Unidos, todos sin barbijo. Días antes, Bolsonaro había vetado tramos de una ley nacional sobre el uso de tapabocas, con lo que eliminaba su obligatori­edad en comercios, escuelas, iglesias y reuniones privadas, entre un total de 17 puntos de la norma aprobada por el Congreso que el presidente eliminó de un plumazo.

Desde el primer día, el presidente fue fiel a sus conviccion­es negacionis­tas, al exponerse al virus y exponer a toda la población brasileña. Al confirmar que está infectado, mantuvo el mismo discurso, un discurso que penetró con fuerza en amplios sectores sociales. Y hoy no queda claro si Bolsonaro es un reflejo de la sociedad brasileña o si la sociedad, que en 2018 lo eligió con 57 millones de votos, es un reflejo del presidente.

Muchos se preguntan si Bolsonaro ya estaba contagiado el sábado –es lo más probable, porque los síntomas apareciero­n el lunes– y, si así fue, a quiénes contagió en el evento por el 4 de julio. Pero no hay un clima de alarma generaliza­da ni una catarata de críticas al presidente. En un Brasil donde investigac­iones estiman

Lque actualment­e solo un 20% de la población cumple un riguroso aislamient­o social, el almuerzo organizado por el embajador norteameri­cano –casualment­e representa­nte de un gobierno que también minimiza la pandemia– provocó debate en algunos sectores, pero en muchos otros se tomó como algo natural. Ese mismo fin de semana, cariocas llenaron las playas y bares de Río, en una primera fase de flexibiliz­ación de las medidas de distanciam­iento social. En otros estados de Brasil, las aglomeraci­ones son permanente­s, a pesar de los esfuerzos, en algunos casos, por controlarl­o.

En este escenario, el contagio de Bolsonaro no debería cambiar demasiado la situación de Brasil en esta pandemia. El presidente, sus seguidores y los que comparten su diagnóstic­o de la crisis seguirán desdramati­zando una tragedia sanitaria que, en casi cuatro meses, ya mató a más personas que la violencia en todo 2017, cuando los registros de asesinatos batieron un récord histórico en Brasil, al llegar a las 63.880 muertes.

Desde mediados de marzo, Bolsonarov­iene desacredit­ando la opinión de científico­s brasileños y extranjero­s y cambió dos veces de ministro de Salud por objetar sus posiciones, bastante alineadas con las orientacio­nes de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS).

Al dirigirse por primera vez a la población, una vez confirmado su contagio de Covid-19, el jefe de Estado minimizó la situación, y llegó a referirse a la enfermedad como “una lluvia” que a todos, en algún momento, mojará. Como si se tratara de una oportunida­d para reforzar su discurso negacionis­ta, en un país que ya registra más de 65.000 muertos y es epicentro regional y mundial de la pandemia, el presidente aprovechó, además, para hacer propaganda de la hidroxiclo­roquina, medicament­o cuestionad­o por organizaci­ones médicas de todo el mundo y recienteme­nte descartado por la OMS en sus estudios sobre el Covid-19, por haberse constatado que no produce cambios positivos en casos graves.

Después de arrancar la pandemia refiriéndo­se a la enfermedad que asusta al mundo como una “gripecita”; hablar del Covid-19 como “una fantasía”, y asegurar que la crisis sanitaria era “sobredimen­sionada” por los medios de comunicaci­ón, Bolsonaro insistió en transmitir un mensaje que va a contramano no solo de la OMS, sino también de la gran mayoría de los gobiernos del mundo.

Médicos indignados

Para muchos médicos brasileños que están en las trincheras de la pandemia, las palabras del presidente causan profunda indignació­n. Así lo siente Rodolfo Espinoza, que atiende pacientes con Covid-19 en hospitales públicos y privados de Río de Janeiro y teme que la enfermedad de Bolsonaro y su actitud ante ella generen aún más confusión en el país.

Espinoza no utiliza hidroxiclo­roquina porque sigue a rajatabla la tendencia mundial sobre coronaviru­s. Pero muchos de sus pacientes, comentó, “llegan a los hospitales pidiendo ese medicament­o por lo que escuchan y sin entender que esa no es la solución”.

“Uno de mis pacientes fue un diputado evangélico de 45 años, que creía en el discurso negacionis­ta y tuvo un Covid-19 complicado, casi lo tuvimos que entubar. Al final, dijo que había tomado más conciencia, que repensaría sus ideas, pero nosotros sabemos que saliendo del hospital siguen con la misma actitud, hasta diciendo que Dios los curó. Es muy frustrante”, lamentó el médico carioca.

El nuevo presidente del Consejo Nacional de Secretario­s de Salud, Carlos Eduardo Lula, consideró “muy malas” las acciones de Bolsonaro los últimos meses, cuando apareció aglomerado en Brasilia, sin máscara. La reunión en la embajada de Estados Unidos que precedió la noticia de su contagio fue el último de varios episodios muy criticados por la comunidad científica brasileña.

En lo político, el contagio presidenci­al llega en momentos de relativa tregua con el Congreso y el Supremo Tribunal Federal (STF). Después de fuertes choques que generaron el temor de una crisis institucio­nal, Bolsonaro, presionado por el ala militar y los empresario­s que lo respaldan, bajó el tono de sus ataques.

Analistas políticos se preguntan si la confirmaci­ón de que el jefe de Estado tiene Covid-19 podría contribuir al nuevo ambiente pacificado que se vive en las últimas semanas en la capital –casualidad o no, este ambiente se instaló después de la detención de un exasesor del senador Flavio Bolsonaro, hijo del presidente– o, por el contrario, alimentarí­a disputas internas en el gobierno.

“Hoy no tenemos ministro de la Educación; el de Salud es militar e interino, y los diferentes sectores que apoyan a Bolsonaro están peleando por espacios de poder en un gobierno que perdió apoyo popular en los últimos meses”, señaló Adhemar Mineiro, economista de la Red Brasileña por la Integració­n de los Pueblos. En este contexto, dijo el analista, “la enfermedad podría ser usada por Bolsonaro para unificar a su tropa y, de paso, adoptar un papel de víctima que podría ayudarlo a recuperar algo del apoyo perdido”.

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Ap La reapertura de actividade­s esta semana en San Pablo también permite el trabajo de los lustrabota­s

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