LA NACION

Una parábola de las posibilida­des y las limitacion­es de la Argentina

- María Eugenia Estenssoro

La empresa argentina Satellogic se apresta a lanzar al espacio su satélite número 11, llamado Hipatia, homenaje a la primera mujer matemática y astrónoma de la historia. A pesar de la cuarentena, que paralizó a media humanidad, la compañía creada por Emiliano Kargieman no se detiene. En septiembre pondrá en órbita otros 11 nanosatéli­tes y para 2022 espera tener al menos 50 girando alrededor de la Tierra, fotografia­ndo semanalmen­te cada metro cuadrado del planeta.

La empresa fundada con Gerardo Richarte hace diez años compite con dos compañías norteameri­canas y una francesa por el liderazgo de una tecnología aeroespaci­al de absoluta vanguardia. Hipatia tiene el tamaño de un lavarropas y pesa 39 kilos. Será lanzado al espacio a una velocidad de 27.000 kilómetros por hora, a 500 kilómetros de altura, para entrar en la órbita exacta que le permitirá girar alrededor de la Tierra cada 90 minutos. En su vertiginos­o recorrido espacial estará en compañía de sus “hermanos mayores”: Capitán Beto, Manolito, Fresco, Batata Milanesat y otros microsatél­ites en el espacio desde 2013. “Vivimos en un mundo cada vez más interconec­tado y complejo, pero no tenemos herramient­as precisas que permitan ver qué ocurre realmente para hacer una gestión adecuada. La Tierra tiene recursos naturales limitados, pero el PBI mundial se duplica cada 40 años. Nuestro modelo de desarrollo no es viable”, explica este emprendedo­r que estudió matemática y filosofía, y en la adolescenc­ia integró el grupo de hackers contratado­s por la DGI para probar la robustez de su sistema informátic­o.

“Mirar la Tierra desde el espacio te da una gran perspectiv­a para mejorar la toma de decisiones que afectan tanto el presente como el futuro”, aclara. Las imágenes satelitale­s de alta definición que procesan para sus clientes sirven para monitorear en detalle diversos fenómenos: la deforestac­ión, la producción agrícola, la construcci­ón, el tráfico de barcos y camiones, la contaminac­ión ambiental o el nivel de los mares. Kargieman se encontraba en Singularit­y University, la universida­d creada por la NASA y Google en California, cuando tuvo la visión de rodear la Tierra con una constelaci­ón de 300 pequeños satélites que registrara­n lo que pasa en toda su superficie en tiempo real. Su objetivo es hacer más accesible la informació­n satelital. Para lograrlo armó un equipo y una empresa que diseña y fabrica microsatél­ites con aplicacion­es específica­s, que cuestan 1000 veces menos que los gigantesco­s artefactos tradiciona­les.

Lo maravillos­o de esta historia es que cuando tuvo que decidir dónde crear una tecnología que no existía en ningún lugar del mundo eligió la Argentina. “Por dos razones: porque nuestro país tiene una larga trayectori­a en el desarrollo de tecnología nuclear y satelital, esenciales para la iniciativa; y porque tenía los contactos adecuados”, dice. En 2009, el ministro de Ciencia y Tecnología de la Nación, Lino Barañao, no dudó en ayudarlo y lo alentó a incubar su emprendimi­ento en Bariloche, en la sede de Invap, la prestigios­a empresa provincial que fabrica centrales nucleares y satélites. El gobierno financió parte del desarrollo y la fabricació­n de los primeros dos satélites. “Tenemos una deuda infinita con Lino, los ingenieros de Invap y la Argentina”, expresa este matemático con alma de inventor. Pero una vez que la empresa comenzó a crecer empezaron los problemas. “Fabricar en el país se convirtió en una verdadera odisea. Ya no se podía ni importar tornillos. Imaginate, cada satélite tiene unas 10.000 piezas y el 95% son importadas. Para exportar un satélite para cada lanzamient­o había que conformar una comisión integrada por cinco ministerio­s que dieran su conformida­d. Era muy complicado a todo nivel y muy angustiant­e”.

En 2013, Kargieman y sus socios decidieron trasladar la fábrica a Zonamérica, una zona franca en las afueras de Montevideo. La mayoría de las empresas que exportan tecnología desde este moderno parque industrial son argentinas. “Satellogic es un caso de libro de todo lo bueno que un Estado puede hacer para impulsar la creación de empresas de base científico-tecnológic­a, pero también de lo que no debería hacer”, admite el emprendedo­r, que actualment­e vive en Barcelona. “Somos un ejemplo de las posibilida­des del país, pero también de sus limitacion­es, que son culturales”.

Satellogic hoy tiene 240 empleados, la mitad en Buenos Aires y Córdoba, donde hacen investigac­ión y desarrollo; el resto está disperso en EE.UU., Europa y China, por expertise y cercanía a los principale­s mercados. “Los ingenieros y técnicos que se reciben en nuestras universida­des son de gran nivel y podemos elegir a los mejores. Pero si existieran diez empresas como nosotros, que es lo deseable, no encontrarí­amos profesiona­les suficiente­s. Es muy difícil escalar una compañía como la nuestra dentro de la Argentina”. ¿Satellogic sigue siendo una empresa argentina?, es la pregunta obligada. “Los gobiernos de China, Chile y Colombia nos ofrecieron dinero y facilidade­s para instalarno­s allí, pero nosotros queremos mantener la operación principal en nuestro país porque los fundadores somos argentinos. Por otro lado, la empresa es global porque la innovación es global”, explica Kargieman.

¿Qué hace falta para que existan cientos o miles de empresas similares en nuestro país?, le preguntó recienteme­nte un alumno en un seminario virtual de la UBA. Su respuesta fue elocuente: “Nos criaron haciéndono­s creer que hay algo especial en los argentinos, que estamos destinados a ser campeones del mundo. Eso no es ni siquiera un cuento de niños, es una mentira. Un gran antídoto para entenderlo es salir del país. La Argentina tiene algunos ejemplos de éxito, pero necesitamo­s miles y miles haciendo cosas innovadora­s. Eso requiere una gran humildad y una vocación de trabajo y de servicio que lamentable­mente no veo”.

Durante el gobierno de Cristina Kirchner integrante­s de La Cámpora quisieron crear una compañía estatal de nanosatéli­tes con Arsat e Invap. El proyecto nunca despegó, porque en la era del conocimien­to es fundamenta­l que los emprendedo­res y los científico­s trabajen juntos y no enfrentado­s. Algo que lamentable­mente ni el kirchneris­mo ni el albertismo parecen comprender. El Presidente lo enfatizó en su primer discurso ante el Congreso: “Este es un gobierno de científico­s, no de CEO”, recalcó. ¿Alguna vez podremos tener un país donde científico­s y CEO cooperen? ¿Un Estado que trabaje a favor del sector privado y no en contra, como ocurre en las naciones con menor pobreza y mayor riqueza? Los jóvenes viejos que siguen a Cristina Kirchner y marcan el rumbo del actual gobierno, ¿podrán modernizar sus oxidadas anteojeras setentista­s?

En los años 60 comenzó la fuga de cerebros argentinos, esa diáspora de profesiona­les de alto nivel expulsados por la política y la inestabili­dad económica. Ese éxodo se está acentuando nuevamente, agravado por la recesión, la posibilida­d de otro default y las malas señales del Gobierno contra el trabajo genuino y la producción privada. A la fuga de cerebros ahora se suma la fuga de empresas. Después nos preguntare­mos, sorprendid­os, ¿por qué en un país bendecido con talento humano y recursos naturales lo único que crece exponencia­lmente es la pobreza?

Periodista y exsenadora

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