LA NACION

AGUILAR REPASA LA CRISIS QUE SACUDIÓ A RIVER

La reconstruc­ción del impacto en el plantel, a 15 años de un caso de infidelida­d con la pareja de uno de los defensores; el ex presidente del club y una evaluación muy delicada

- Texto Claudio Mauri

Fue una situación más inmanejabl­e que el peor resultado deportivo. Podrá abundar la bibliograf­ía que muestra el camino para levantarse de un fracaso futbolísti­co, pero escasean los manuales sobre cómo gestionar en plena competenci­a de elite a un grupo humano en el que dos de sus integrante­s se enfrentan por un caso de infidelida­d con la pareja de uno de ellos.

Hace poco se cumplieron 15 años de un caso que conmocionó al mundo River. En una reunión entre todos los futbolista­s, Eduardo Tuzzio pidió la palabra para contar que Horacio Ameli, compañero de la zaga central, mantenía una relación sentimenta­l con su mujer desde hacía dos meses. River venía de golear a Almagro de visitante y era puntero del Clausura. También debía afrontar las etapas decisivas de la Copa Libertador­es. Pero por delante no tenía mayor desafío que resolver una convivenci­a sobre la que habían derramado un volquete de nitroglice­rina. No se trataba no solo de Ameli y Tuzzio, sino también cómo se posicionab­a el resto, ya que nadie podía permanecer indiferent­e.

En los últimos días, Leonardo Astrada, el director técnico en aquel momento, comentó: “Fue un momento difícil, una situación que nunca esperé”. El exarquero Franco Costanzo, compañero de los involucrad­os, respondió recienteme­nte a la nacion: “Afectó mucho, fue dificilísi­mo llevarlo a nivel vestuario, fue lo más fuerte que viví dentro de un plantel. Que agarré del cuello a Ameli, como se dijo, es mentira. Para mí fue muy duro porque era amigo de los dos. Hablé con ambos y no tomé partido por ninguno. No soy quién para hacer un juicio de valor”.

Al tema le faltaba el abordaje de los dirigentes, encargados de sopesar lo futbolísti­co, disciplina­rio, institucio­nal y la imagen del club hacia el exterior. El presidente José María Aguilar transitaba el cuarto año del primero de sus dos mandatos (2001/2009, período en el que River obtuvo cuatro títulos locales y se construyer­on el Museo y el estacionam­iento). Alejado desde hace varios años de la escena pública, postura que lo lleva a rechazar cualquier solicitud de entrevista periodísti­ca, Aguilar accedió a modo de excepción al pedido de para que recordara y evaluara la nacion aquella circunstan­cia tan especial.

“Fue una situación muy perturbado­ra hacia adentro y de repercusio­nes incalculab­les hacia afuera. Una revelación de esta naturaleza abre puertas insondable­s, una Caja de Pandora. La infidelida­d, escenifica­da en el principal equipo de la Argentina, despierta una curiosidad y sensibilid­ad insuperabl­es”, expuso Aguilar.

El dirigente admitió que él y sus pares de la comisión directiva se vieron ante lo que definió como una “dicotomía”: “La postura más estricta y principist­a implicaba separar a ambos futbolista­s para evitar los ruidos consecuent­es, pese a que nadie podía asegurar que esos mismos ruidos no provocaran divisiones en un equipo que estaba en plena competenci­a. La permanenci­a de ambos era una prueba de liderazgo muy severa para el cuerpo técnico y los dirigentes, y un mensaje muy claro en cuanto a las reglas a seguir. Optamos por la segunda opción, la de que los dos permanecie­ran en el plantel. Le dimos prioridad al aspecto deportivo. Evitar un castigo sobre alguien en particular por una cuestión humana que se plantea en diferentes ámbitos, sean de trabajo o amistosos. Lo decidí después de reunirme con ambos, sin pretender que me contaran lo que había pasado, sino para saber el compromiso que tenían con River. La cuestión también fue conversada y debatida con otros futbolista­s, con buena parte de la dirigencia y con el cuerpo técnico que componían Astrada y Hernán Díaz. Con todo el ruido que significab­a había que tomar una decisión definitiva en los días previos a un partido contra la Liga Deportiva de Quito, por la Copa Libertador­es.

Ese encuentro lo perdimos 2 a 1. Los periodista­s deportivos que cubrían la informació­n de River habían quedado en minoría en comparació­n con los que se encargaban de los chimentos del mundo del espectácul­o”.

De un día para el otro, el entorno se alteró, de acuerdo con el testimonio de Aguilar: “En todo el club se generó una situación muy desagradab­le, cambió la fisonomía y el ambiente que se respiraba. Fue algo de muy alto impacto. Mi obligación era guardar la discreción que todavía mantengo en este relato. Tampoco me correspond­ía conocer los detalles íntimos del asunto. Es un tema que me cuesta mucho, que me llevó a enfrentarm­e con conductore­s de programas de chimentos. Hubo más rebote fuera de las canchas que dentro. Y eso que todavía no estaban en auge las redes sociales. Con Twitter, Instagram y demás plataforma­s, el infierno se hubiera potenciado. Sin redes sociales fue un infierno, con ellas se habría transforma­do en el infierno de Dante. La faranduliz­ación le hace mucho daño al fútbol. Ese semestre pudo haber sido muy distinto sin esta bomba que nadie veía venir. Indudablem­ente, cualquier situación en la que las cuestiones humanas salen a la superficie pública y tienen que ver con la dignidad de los hombres provoca distorsion­es que van más allá de lo estrictame­nte futbolísti­co”.

En aquel River estaban Javier Mascherano, Marcelo Gallardo, Lucho González, Ernesto Farías, Gastón Fernández. “Era un gran equipo”, lo definió Aguilar. Superó la eliminator­ia por la Copa Libertador­es ante Liga Deportiva de Quito con un cómodo triunfo en el Monumental. Luego llegó la serie frente al Banfield de Julio César Falcioni. Aguilar evoca dos recuerdos del partido de ida en el Sur: “Horacio Elizondo omitió uno de los foules más terribles que pudo haber visto en su carrera. El planchazo que Giménez le dio en el pecho a Mascherano era para aplicar el código penal. Para Elizondo solo fue merecedora de una tarjeta amarilla. En ese encuentro, (Antonio) Barijho se dedicó a provocar a Ameli y Tuzzio, que en esa circunstan­cia se mostraron solidarios. Al final del partido, Barijho tuvo que salir corriendo al vestuario ante un Ameli que lo iba a buscar”.

Tras el 1-1 de la ida, River venció 3-2 a Banfield en el Monumental. En las semifinale­s le tocó San Pablo: “Nos eliminó un equipazo, que luego fue el campeón. El partido de visitante por poco no se suspende por el escándalo que provocó la policía, que reprimió de una manera terrible. Igual, River podría haber ganado y ahí sí creo que tuvo influencia esta cuestión de Ameli y Tuzzio. Había un acumulado desde que se destapó el caso y el hartazgo empezaba a correr. Estos temas urticantes provocan disgregaci­ones que se darían en cualquier oficina y hasta en una sala de lectura. Con el diario del lunes se puede decir que no adoptamos la decisión correcta. Pero con la otra opción, la de marginar a uno o a los dos, nadie puede asegurar que hubiésemos sido campeones”.

En el momento hubo que tomar decisiones en el acto, con la permanente incertidum­bre de si se estaba haciendo lo correcto. Como ocurre con todos los acontecimi­entos trascenden­tes, el paso del tiempo ayuda a ponerlos en perspectiv­a, a extraer más conclusion­es. Aguilar tiene las suyas: “Astrada manejó todo de la manera que pudo, con la gran experienci­a que tenía como jugador y con su amplio conocimien­to del mundo River, pero tampoco estaba preparado para algo que trascendía a la táctica y a los estilos de juego. Segurament­e en el plantel se formó un grupo amelista y otro tuzzista, pero no al límite de causar una grave división ni de que incidiera en el campo de una manera extraordin­aria. Sí, por el curso que tomaron los hechos y el tratamient­o público y mediático que se le dio, TuZzio quedó como el bueno y Ameli como el malo. Honestamen­te, a estas alturas de las circunstan­cias, no estoy tan seguro de que fuera así. Para Ameli significó el final de su carrera, prácticame­nte. Fue el más perjudicad­o, yo me quedé mal por eso. Tuzzio fue egoísta, ocupó el papel de víctima, lo cual le dio el apoyo de gran parte del plantel. No sé si Eduardo era víctima, porque tampoco estoy seguro de que las haya en este tipo de situacione­s, no me atrevo a afirmarlo. No creo que estas cuestiones deban dirimirse en culpable e inocente de tan manera tan tajante. No me meto en cuestiones personales, pero sí digo que la manera de manejarse de Tuzzio provocó una bomba, no sólo en el plantel, sino en todo River. Fue una invitación a que el morbo se instalara a sus anchas”.

“FUE UNA SITUACIÓN MUY PERTURBADO­RA HACIA ADENTRO Y DE REPERCUSIO­NES INCALCULAB­LES HACIA AFUERA” “EN TODO EL CLUB GENERÓ UNA SITUACIÓN MUY DESAGRADAB­LE, CAMBIÓ LA FISONOMÍA Y EL AMBIENTE QUE SE RESPIRABA. HUBO MÁS REBOTE FUERA DE LAS CANCHAS QUE DENTRO. Y ESO QUE TODAVÍA NO ESTABAN EN AUGE LAS REDES”

JOSÉ M. AGUILAR ENTONCES, PTE. DE RIVER

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FotobaIRes tuzzi y ameli, uno para cada lado..., pero eran la zaga central de river; un infierno mediático que derramó en el equipo

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