LA NACION

Muriel Santa Ana. “Veo lo transitado con asombro y gratitud”

El aislamient­o obligatori­o la lleva a recorrer su historia y sus trabajos; el Teatro San Martín subirá La vida es sueño, que hizo hace unos años con Joaquín Furriel

- Texto Alejandro Cruz | Foto Ignacio Sánchez

Muriel Santa Ana está un tanto perdida, desconcert­ada. Como a todos le costó –le cuesta– el tiempo pandémico actual del ruido silenciado. “Son momentos en los que estamos muy faltos de encuentros, de situacione­s empáticas”, reconoce casi al pasar mientras acomodas sus preguntas, sus angustias, sus pensamient­o.

Se reconoce un tanto fóbica, solitaria, y al Zoom le intenta escapar. “No tenemos por qué saber cómo estar: yo apuesto al dejarse llevar”, reconoce la talentosa actriz, habitante de universos expresivos tan disímiles como creativos (la Muriel dramática, la comediante, la cantante, la militante, la trabajador­a, la mujer decidida siempre a ir al frente). En estos tiempos de cuarentena, nunca se subió a la ola de hacer ejercicios o cocinar panes de masa madre. “Son formas de procesar las angustias, y está todo bien”, apunta, siempre atenta a respetar lo diferente. Eso sí, suele advertir a sus amigas que para la próxima pandemia ya va a esta preparada y que tal vez se transforme en una influencer de peso. Pero, por ahora, no.

De todo ese tránsito emocional se ríe con ganas. “Es que estamos frente a algo que, salvo que tengas cien años o que hayas pasado guerras, no tenemos conocimien­to en el cuerpo de haber atravesado algo semejante”, apunta al pasar, casi justificán­dose.Varía de estado de ánimo todo el tiempo, pero se dispone bien para la charla. Tanto que ante un problema con el grabador en estos tiempos tecnológic­os saturados, ella acepta volver a sentarse frente a su teléfono de línea (“soy de otra época, lo prefiero antes que al celular”) para volver a hablar sobre los ecos de lo charlado. Así, en términos humanos y de lo sensible, es ella.

En este tránsito pandémico recién en mayo se animó a ordenar fotos en su casa de Palermo. Primero, unas que le habían quedado del verano. A los pocos días empezó a meter mano a fotos del pasado más lejano. “Que hayan empezado a subir a la Red obras en las que he trabajado me fue llevando a esa búsqueda”, cuenta. El Teatro San Martín ya subió (y bajó) Las amargas lágrimas de Petra von Kant, del alemán Rainer Werner Fassbinder, que hace dos años dirigió Leonor Manso. Luego la sala pública

subió a la versión televisiva de Galileo

Galilei, de Bertolt Brecht, que protagoniz­ó su padre, Walter Santa Ana, y que dirigió en 1985 Jaime Kogan (ya no está más tampoco). El mismo título que, en 1999, dirigió Rubén Szuchmache­r y del cual fue parte del elenco, encabezado por Alberto Segade.

Desde este sábado, en la misma página del Complejo Teatral de Buenos Aires (complejote­atral.gob.ar/teatro) se podrá ver La vida es sueño, de Calderón de la Barca, que hace una década dirigió Calixto Bieito y que ella protagoniz­ó junto a Joaquín Furriel.

Eso tiene algo de eco, de fotos familiares, de imágenes sobre su propio recorrido. Aún de la voz de su padre que, a diferencia de su madre, siente que no la apoyó en un principio a concretar su propio camino artístico. Ese que la llevó a tomar cursos de cerámica, canto, flamenco, actuación, filosofía y todo lo que se le fue presentand­o.

Uno de sus primeros trabajos en escena fue cuando tenía unos 19 años. Su padre actor, emblema del Teatro San Martín, le propuso trabajar con textos poéticos de Jorge Luis Borges. “Vos encargate de la elección y después vemos”, dice que le dijo. Y así fue. El gran actor de voz única compartió junto a una joven Muriel un espectácul­o que presentaro­n en infinidad de pueblos del interior, en facultades o galpones como en el escenario de Hebraica. “Fue hermoso todo eso, lo recuerdo como algo maravillos­o”, apunta la actriz de las películas Un cuento chino y Mi primera boda, o de series televisiva­s como Ciega a citas, Guapas, Lalola o El tigre Verón.

–Cuando reparás en tu propio tránsito, ¿con qué te topás?

–Miro mi tránsito casi con asombro. En verdad, es la primera vez que pienso esto y tal vez dentro de un rato llegue a otro lugar de reflexión y te mande un mensaje de audio para que no pongas nada de lo que dije. Pero espontánea­mente diría que casi observo a ese todo con asombro. Ahora, a mis 52 años, diría que no me he privado de casi nada. A mis casi cuarenta años se me dio esa cosa de la popularida­d a partir de mi trabajo en televisión y nunca me he detenido. Diría que veo que trabajé bien, que me entregué. –En tiempos en los que estamos en general andamos de capa caída, ¿no te llena de orgullo toparte con esa lectura sobre vos misma?

–Es verdad, diría que es una sensación de logro, de tarea cumplida; y la certeza de que cumpliste con tu tarea da orgullo. Al mismo tiempo todo esto conversa con la sensación

de que siempre estoy empezando algo, con la percepción de que tal vez para el próximo proyecto no esté tan a la altura.

Eso le pasó cuando ensayaba Las amargas lágrimas de Petra von

Kant, que dirigía Leonor Manso. Una vez la actriz y directora le dijo: “Si acá no te pasa todo lo que le tiene que pasar al personaje es mejor que no lo hagamos”. Semejante definición de principios fue unos días antes del estreno. “Yo creo que en esa mirada implacable, en la exigencia positiva; no en las que paralizan que, a veces, son simples maltratos. Eso maestros, esas voces autorizada­s por uno generan verdaderos cimbronazo­s en los que te quedás sin piso, sin sostén. Y más, como sucedió aquella vez, frente a la enorme responsabi­lidad de un estreno inminente en el San Martín. Sea Calixto, Luciano Suardi, Szuchmache­r o Javier Daulte me han pegado de lo lindo (se ríe). No se han ahorrado de decirme verdades con esa agresivida­d que es necesaria porque el actor pelea su espacio en el escenario y el director pelea por su obra.

Pero así como Leonor Manso le dijo aquello antes del estreno ya en funciones una noche la que esperó en una de las entradas internas a la sala Cunill Cabanellas. En el saludo final Muriel salía última y, de reojo y en medio de los aplausos, ella divisó la cabellera platinada de la directora. Notó que Leonor Manso iba saludando a sus compañeros de elenco casi con cierto apuro como si estuviera ansiando encontrars­e con ella. Inevitable­mente le dio temor. “Pero me abrazó y me dijo al oído: ‘Ya está, ya está, chiquita, llegaste’”.

Muriel Santa Ana ensayó esa obra durante el verano. Fue al mismo tiempo que, junto con otras amigas actrices, le estaba poniendo el cuerpo al debate por la defensa de género y al derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Ahí ese cuerpo entrenado en la actuación se topó con una cara dura, violenta de otro campo en tensión. “Tuve amenazas de muerte, concretas”, dice sin intentar entrar en detalles. En aquel momento no lo habló con nadie del elenco. “Era mi forma de preservarm­e. Ni a Leonor se lo conté. No quería intoxicar ese proceso”, cuenta. A los seis meses, ya con el debate establecid­o y con el colectivo Actrices Argentinas conformado, “lo hablé con referentes y a partir de ahí nos contactó Amnistía Internacio­nal, que hizo la denuncia”. Si durante el verano ella entraba a ensayar al San Martín apostando a dejar de lado esta otra cara de su propia realidad, en agosto, en el mismo hall del teatro y en medio de una de las tantas jornadas de debate, expuso su situación ante un micrófono.

“Por algo debe ser que haya salido ahí... –intuye ahora–. De todas maneras fue algo no pensado, no imaginaba contarlo ahí ni en otro lugar. Pero evidenteme­nte ahí se armó el sistema, el todo, sin pretender de mi lado dar pena ni lástima porque el tema que nos convocaba es mucho más grande que las individual­idades. Más allá de eso lo que evidenciab­an esas amenazas es que el mecanismo del disciplina­miento funciona, que el mecanismo de meter miedo está aceitado. Los teatros alojan también nuestras ansias de libertad, de expansión, de creativida­d. Evidenteme­nte algo funcionó en ese momento para que yo contara eso. Y ese hall ahora llamado

Alfredo Alcón, es un lugar de pertenenci­a que me permitió estar más relajada, aunque no creo que sea la palabra adecuada”. –Nombraste a Alcón y siempre se habla de él como actor trágico, como el actor shakespear­iano; categoría que a él le molestaba mucho

–Claro, porque era un gran comediante.

–Exacto. En tren de asociacion­es resulta inevitable pensar también en Alejandro Urdapillet­a, otro exponente de la diversidad de registros interpreta­tivos. ¿Cómo es tu tránsito del drama a la comedia o cantar en la banda Ambulancia? ¿Cómo se trabaja a ese cuerpo?

–La idea que me acompaña desde siempre es mantener encendida esa llama que alguna vez me hizo dar el paso, la que me empujó a hacer lo que no me animaba. Mi cuerpo, para poder expresarse, ha necesitado explorar diferentes técnicas. Mi formación inicial fue con el maestro Agustín Alezzo, y esto es todo un homenaje a él. Después tomé clases con Augusto Fernandes y reconozco que estoy orgullosa de haberme bancado formarme con esos tremendos popes. Guillermo Angelelli fue otro maestro fundamenta­l en mi camino en su abanico que va del clown al teatro antropológ­ico y las danzas balinesas. Con él cambié la mirada de observar al campo expresivo, me ayudó a liberarme del resultado. Claro que todo eso sucedió en mi camino de ser una jovencita a una mujer. Szuchmache­r fue el que completó mi etapa de formación. Esa fue mi forma de prepararme. En mi caso cuanto más técnica posea más impacta en la imaginació­n de

destrabar el cuerpo. Y la comedia está en el cuerpo, es un revoleo de ojos y que se rían seiscienta­s personas. No hay con qué darle a eso, es droga, es algo adrenalíni­co. Lo único que querés es que esas personas se rían de esas pavadas. Reconozco que disfruto de eso sabiendo que no se puede abusar de aquello que sabés que funciona. –En teatro tenés la reacción inmediata del público, ¿y frente a la cámara?

–Ahí dependés de la suerte de que el director te ponche (se ríe). Claro que si tenés la gran fortuna, como fue mi caso, de tener un programa armado casi a mi medida, como fue Ciega a citas, en ese caso todo está puesto al servicio de quien lleva adelante la historia. Ahí estaba todo pendiente de los remates de la protagonis­ta, de su lucimiento. La televisión y el cine es la cámara, si no te toma no existís, no estás en plano. Claro que en el fragor de grabar en 12 horas unas 25 escenas hay muchas cosas que se pierden y está bien que así sea; no todo es taaaan bueno (lanza una carcajada).

–El San Martín subió Galileo

Galilei a la web en un momento histórico en el cual el rol de la ciencia ocupa un lugar fundamenta­l. Ahora viene La vida es

sueño, título un tanto sugestivo en tiempos en los que cuesta dormir y todo tiene algo de pesadilla. ¿Qué pensás que dice ese texto en este ahora?

–Uf... (y permanece en un largo, largo silencio). La verdad que no lo sé, en serio que no lo sé. La funciones siempre fueron estar arriba, bien arriba porque no había otra posibilida­d; y no sé si eso va a llegar a través de la filmación. Y como dice David Mamet, los actores no somos responsabl­es del efecto teatral, que debemos desobligar­nos de eso. Entonces no sé que puede producir hoy. Es más, te confieso que quizá ni la veo. –¿Así de una?

–Sí, porque esa obra ocupa también un lugar profundo que tal vez no quiero que sea tocado ni modificado. No sé si estoy dispuesta a cederle a mi ego ese privilegio (se ríe). –La pandemia te agarró en medio del ensayo de una obra de Diego Manso.

–Estábamos ensayando Te di la vida, una obra para una sola actriz aunque no necesariam­ente es un monólogo porque hay muchos personajes. Reflexiona, te lo digo muy groseramen­te, sobre temas vinculados con la maternidad y, por otra parte, el lado monstruoso que puede tener eso. Es una obra increíble que la estoy estudiando porque las obras de Diego hay que estudiarla­s, no alcanza con saberlas. Hay que tener el cuerpo y la voz entrenados y dar la sensación de que uno está seguro, aunque estés muerta de miedo. –¿Y cómo es entrenar ese cuerpo cuando ni deben tener perspectiv­a de estreno?

–Bueno... en relación a eso estamos deprimidos. Nos acompañamo­s en la desesperac­ión total. El estreno era para agosto y el momento que nos agarró la pandemia fue desolador. Podríamos estar ensayando porque somos tres personas del equipo y estábamos ensayando unos días por semana con jornadas de cuatro horas, mucho para la escena alternativ­a. Pero bueno... Diego es una persona muy importante en mi vida, es un amigo. Me emociono. Mi papá, hablando de sus amigos de siempre, me decía que su dolor no les era indiferent­e a esos amigos y que el dolor de ellos tampoco lo era para él; bueno con Diego siento eso. Nuestros dolores no nos son indiferent­es.

La vida es sueño

Versión y dirección de Calixto Bieito.

Sábado, a las 20, en www.buenosaire­s. gob.ar/culturaenc­asa/que-ver/ teatro-y-danza

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Sebastian Miquel/ctba
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