LA NACION

El crimen de Fabián Gutiérrez y el derecho a la sospecha

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El brutal homicidio de Fabián Gutiérrez, exsecretar­io de Néstor y Cristina Kirchner, ha conmociona­do a la sociedad y desatado no pocos interrogan­tes acerca de los cuales podrían aportar interesant­es elementos quienes, desde el oficialism­o, critican a aquellos que exhiben sospechas sobre los pormenores que rodearon este asesinato.

Desde luego que la tarea del juez a cargo de la causa, caratulada como “homicidio agravado por alevosía”, es esclarecer el crimen, determinar sus autores y su móvil, antes que investigar a la víctima.

Pero el obsceno enriquecim­iento de quien fuera asistente de la actual vicepresid­enta de la Nación y de su esposo, cuando ambos ejercieron sucesivame­nte la jefatura del Estado nacional, debería hallar al menos una explicació­n en aquellos que hoy se muestran molestos frente a las lógicas dudas y conjeturas que se manifiesta­n en la opinión pública.

Al igual que Daniel Muñoz, recordado secretario privado de Néstor Kirchner fallecido a raíz de una larga enfermedad en 2016, Gutiérrez amasó a lo largo de los años en que prestó servicios a los dos presidente­s de la Nación una fortuna tan grande como injustific­able. Más de treinta propiedade­s inmuebles, incluyendo una suntuosa mansión fortificad­a en El Calafate; una veintena de automóvile­s de alta gama o de lujo, tres embarcacio­nes y un gran número de negocios que abarcaban distintas actividade­s formaban parte de su patrimonio personal. Se trata de una fortuna que no pudo haber construido con su sueldo como secretario privado de la Presidenci­a de la Nación. Resulta llamativo, aunque no tanto si se tiene en cuenta que su caso es uno más entre tantos otros colaborado­res o empresario­s allegados a los Kirchner que se convirtier­on en pocos años en millonario­s, merced a oscuros negocios del poder.

Las autoridade­s de las tres agrupacion­es partidaria­s que integran la coalición opositora Juntos por el Cambio emitieron una declaració­n en la cual calificaro­n al homicidio de Gutiérrez como “un crimen de extrema gravedad institucio­nal” y solicitaro­n que, dada la “posible conexión” de su muerte con delitos federales, la investigac­ión pasara a la Justicia Federal y que no hubiera familiares de la vicepresid­enta de la Nación en el proceso, en obvia alusión a la fiscal Natalia Mercado, sobrina de Cristina Kirchner y hermana de Romina Mercado, procesada en las causas Hotesur y Los Sauces.

Mientras el presidente Alberto Fernández calificó esa declaració­n política como “canallesca”, el Instituto Patria, que orienta Cristina Kirchner y dirige el senador Oscar Parrilli, sostuvo que había en el comunicado de la fuerza opositora un “uso político” de un hecho policial que “pone de manifiesto su absoluto desprecio por la vida democrátic­a”.

Tanto el primer mandatario como dirigentes kirchneris­tas que expresaron su queja ante las sospechas levantadas desde la oposición deberían comprender el derecho que le asiste a la sociedad argentina de dudar. Especialme­nte, porque la de Gutiérrez no es la primera muerte violenta o sospechosa que se produce en la historia política reciente.

El crimen de Gutiérrez cobra también especial importanci­a por haber sido el exsecretar­io de Cristina Kirchner un imputado colaborado­r en la causa de los cuadernos de las coimas. En su declaració­n como arrepentid­o, que sigue teniendo valor probatorio, dio detalles sobre los movimiento­s de bolsos y valijas con candado que terminaban en manos del matrimonio presidenci­al, al tiempo que brindó precisione­s sobre un supuesto escondite en la casa de los Kirchner en El Calafate. Es probable que Gutiérrez, a quien se acusaba de encubrimie­nto, guardara mucho más secretos vinculados con la citada causa judicial, asociados con la recaudació­n ilegal de fondos que terminaban en lo más alto del poder político. Su muerte impedirá conocerlos.

Su asesinato, del mismo modo, puede ser leído como un mensaje mafioso a muchos arrepentid­os ligados a la mencionada causa que tramita la Justicia y a otras potenciale­s personas que conozcan muchos secretos del poder kirchneris­ta, paradójica­mente hoy a cargo de la protección de esos testigos.

Nadie está sugiriendo que Gutiérrez haya sido mandado a matar por un encargo político. Pero nadie puede descartar que su muerte y su sufrimient­o previo, torturas incluidas, se expliquen por ajustes de cuentas o por el propósito de obtener un beneficio económico en el reparto de dinero o bienes malhabidos. La posibilida­d de enfrentami­entos entre testaferro­s, herederos y aspirantes a quedarse con una tajada del botín de la corrupción de la era kirchneris­ta no puede ser, en efecto, descartada.

Entretanto, lesiona el sentido común que representa­ntes del oficialism­o se ofendan ante las múltiples y lógicas sospechas que depara esta muerte y los eventuales pasos de la Justicia. Después de todo, son el resultado de la percepción general sobre la falta de independen­cia judicial que esos mismos sectores políticos ayudaron a sembrar.

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