LA NACION

Un desencuent­ro feliz

- Pablo Gianera

Entre los varios libros que dedicó a Beethoven y sus “grandes épocas creadoras”, Romain Rolland, un escritor a quien con plena injusticia casi nadie lee ya, se vio en la obligación de hacer una parada y dedicar un tomo entero a Goethe, o mejor dicho, a la relación de Goethe con Beethoven.

El libro de Rolland es aproximati­vo y se funda en testimonio­s dudosos, como el de la imaginativ­a Bettina Brentano, pero entre sus méritos (y la escritura es uno de ellos) está haberse dado cuenta, contra los lugares comunes, de que Goethe tenía un interés muy evidente por la música. Con él, Beethoven tuvo una relación problemáti­ca, igual que con casi todo el mundo. Es cierto que el poeta no facilitó las cosas.

El episodio más famoso es el encuentro de 1812 en Teplitz, la reverencia de Goethe al emperador y el disgusto que el gesto de respeto provocó en Beethoven. No hay que dar más por la anécdota que aquello que vale y cuenta; baste decir que, en la escena, el gesto del poeta ocurre con mayor naturalida­d que el del músico, que parece envarado en la obligación que él mismo se impuso. Como sea, Goethe le contó después a Karl Friedrich Zelter, su amigo compositor: “a Beethoven lo conocí en Teplitz. Su talento me asombró, pero por desgracia tiene una personalid­ad indómita, y aunque no le falten razones para encontrar detestable el mundo, lo cierto es que tampoco va a conseguir así hacerlo más agradable para él ni para los demás”.

una década después, hacia febrero de 1823, Beethoven le escribió a Goethe para proponerle proyectos y a propósito del envío de su cantata Mar en calma y viaje feliz, opus 112. le dice: “la veneración, estima y respeto que ya tenía para el único, inmortal Goethe de mis años de juventud permaneció siempre en mí; puede ser que esto no se pueda expresar en palabras y menos en el caso de un ignorante como yo, que solo ha conseguido apoderarse de los sonidos”. la frase es conmovedor­a, pero no sabemos qué efecto produjo sobre Goethe porque la carta quedó sin respuesta.

Muchos años después, Goethe encontrarí­a un súbito interés por Beethoven a instancias de Felix

Mendelssoh­n; lo cuenta el propio Mendelssoh­n en unas anotacione­s de 1830: “a Beethoven no quería acercarse, pero yo le toqué el primer fragmento de la Sinfonía en do menor [la Quinta]. lo emocionó de un modo extraño. Empezó diciendo: ‘Pero esto no conmueve nada, nada en absoluto, lo único que causa es asombro; ¡es grandioso!’. Y después de un buen rato empezó de nuevo: ‘Esto es muy grande, enorme, a uno casi le entra miedo de que la casa se venga abajo’”.

Resulta equivocado concluir que Goethe era indiferent­e a la música. Nadie que pida que le toquen una y otra vez El clave bien temperado, de Bach, podría serlo. Es cierto que sus colaboraci­ones con el compositor

Johann Friedrich Reichhardt, que tanto entusiasma­ron a algunos de sus contemporá­neos, nos parecen ahora un error histórico. Sucedía sencillame­nte que estaba convencido de que sus versos ya tenían música, que no necesitaba­n ninguna que viniera desde afuera. lo dice él mismo en una nota de 1805 de sus Tag-und Jahresheft­e: “¿Podía ser que ese viejo que, según él mismo decía, parecía vivir y respirar en el canto no hubiera tenido ninguna sospecha de lo que era auténticam­ente el canto, es decir, de la música, el verdadero elemento del que nace toda poesía y al que toda poesía vuelve?”.

ahí está casi todo dicho. Como sospechaba Friedrich Gundolf, biógrafo de Goethe y goetheano consumado, Beethoven no encontraba en la obra de Goethe más que la ocasión para su música. uno estaría tentado de concluir que nada habría cambiado para uno la existencia del otro. Pero sabemos que no es así, aunque se nos escape en qué cada uno modificó al otro y en qué medida lo hizo.

Con Goethe, Beethoven tuvo una relación problemáti­ca, igual que con casi todos

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