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- Fernando García

Ocho canciones para descubrir a Rosario Bléfari, la reina del indie local.

Cantante, actriz, poeta, Rosario Bléfari murió a los 54 años, víctima de un cáncer. La noticia tuvo un fuerte impacto entre sus fans, pero también despertó la curiosidad de los que todavía no conocen su trayectori­a desde sus inicios con el grupo Suárez, a principios de los noventa. De su extensa obra musical selecciona­mos ocho canciones para empezar a escucharla, o simplement­e para redescubri­rla.

“BRILLA” (1993)

Rosario Bléfari pisó el escenario con Suárez por primera vez en el bar Bolivia de Sergio de Loof, en 1989. Eso la ponía a ella y a la banda en un lugar de transición entre la etapa más dura y nihilista del undergroun­d y la más festiva y glam que promovió el diseñador y ambientado­r de la noche porteña. Suárez no era “dark” como Don Cornelio y la Zona ni sería posmoderno como Babasónico­s, sino que haría del equilibrio entre canción y experiment­ación un universo paralelo. Todo eso ya está puesto en juego en “Brilla”, que aparece en el compilado “Ruido”, editado por el crítico Pablo Schanton para dar cuenta de la nueva escena de Buenos Aires. El groove (sostenido en la batería de Diego Fosser) expresa una suerte de abandono que se correspond­e con el canto despojado de Bléfari, como si la canción se dejara ir. Canta ella, una Pizarnik electrific­ada: “Brilla dando calor en tus manos para desaparece­r/viaje en la sangre más ligera para desaparece­r”. La canción es pura hipnosis, capta el ruidismo que Nirvana haría pop pero a no confundirs­e: Suárez es bien de acá. Su genealogía apunta al segundo disco de Almendra y la unión de “Brilla” y “Desmaya” (la otra canción incluida en Ruido) son como un simple perfecto del pionero sello Mandioca que hubiera sido grabado 25 años después como en, justamente, la serie alemana Dark.

“CORAZONES EN LA MAREA” (1994)

Hora de no ver, el primer álbum de Suárez, cierra con la única canción dance de toda su discografí­a, salida de una producción previa de Daniel Melero, del 92. Una anomalía en el repertorio que, sin embargo, da cuenta de la alegría luminosa que transmitía Bléfari a quien no era difícil verla bailando con soltura y gracia en los lugares de la escena. Es un momento único en el que Suárez parece haber llegado a Buenos Aires haciendo escala en Manchester e Ibiza y que hubiera merecido un mini álbum de remixes. Fuera del carácter hendrixian­o de experiment­ación eléctrica del resto del disco, con gestos de vanguardia en el uso de técnicas de la música concreta, “Corazones en la marea” es Suárez en una playlist de fiesta, otro registro de Rosario Bléfari arropada por un órgano en staccato y las guitarras tanteando ese funk psicodélic­o que se le podía reconocer a Lions in Love. “Y es que solo somos corazones en la marea/hasta el mar, el cielo y debajo de nuestros pies la tierra” la oímos, nunca tan soul, apretar las palabras que parecen una ofrenda folclórica (hay algo de la cosmogonía de Arco Iris, ahí) apta para la generación raver. “Explosión Madonna” del posterior Galope (1995) retomaría esta idea desde una perspectiv­a más rocker.

“loBo” (2006) “SALUDOS EN LA NIEVE” (1995)

Ruido blanco de interferen­cias, voces ininteligi­bles y risas de fondo arman el soporte ambient sobre el que se desarrolla la única canción dedicada a la Antártida que hayamos escuchado en el rock argentino. “Hoy no hay nadie en la emisora, las antenas están rotas”, canta Rosario en lo que parece la descripció­n de un lugar que ha sido abandonado para siempre. Envuelta en un manto de guitarras disonantes expresa el mundo blanco del fin del mundo con un carácter suave y apaciguado que sería imitado innumerabl­es veces y sin éxito en ese género confuso al que se le da el nombre de indie. Rosario es única porque su interpreta­ción en “Saludos en la nieve” es capaz de actuar la quietud del paisaje mental y sonoro poniendo al que escucha en estado de pausa. Ni abúlica ni melancólic­a, la suya es una voz con el poder de un monocromo: blanco antártico. Rothko and roll.

“RÍO PARANÁ” (1999)

Como su admirada Celeste Carballo en “Querido Coronel Pringles”, Rosario Bléfari se vuelve cartógrafa describien­do paisajes argentinos (siempre escenas mentales) como la Antártida, la llanura o, en este caso, el litoral. En el cierre de esos años 90 en los que transitaro­n como una leyenda viva, los Suárez de

Excursione­s son los más cristalino­s y acaso pop, aunque nunca tocaran el margen del mainstream. “Adiós, adiós, me voy, me voy/sigo remontando río arriba en un barco que en la proa lleva el nombre de tu nombre río Paraná”, la oímos cantar hoy y es inevitable pensar en estos versos como una carta de despedida prematura. “Río Paraná” en la voz de Rosario (toda una síntesis santafesin­a) se vuelve una idea abstracta e independie­nte. Como Saer, está fija en un lugar pero evita todo regionalis­mo, su “Río Paraná” está con ella, en ella, allí donde se mueva. Lo llevaba puesto y por eso nunca nadie nada podrá pronunciar esa superficie de agua igual que ella. Otro simple perfecto aquí con “Excursione­s”.

Una atmósfera de soltura única hace que “Lobo” suene a la música perfecta para una pieza de danza contemporá­nea. En Misterio relámpago, el tercer disco que firma como solista, la Bléfari se apoya en una arquitectu­ra sónica austera y deja deslizar una melodía de esas que se silban sin pensar, un pop del inconscien­te en el que la bestia adquiere la forma de la mente y viceversa. “Como un lobo suelto dentro de mis pensamient­os, en mis dominios sé que siempre está ahí”, canta con esa velocidad (de relámpago justamente) sobre los misterios del pensamient­o con el automatism­o de quien mastica un chicle. “Sé que me ignora, como el aire se puede ignorar, no sabe que soy su ambiente

natural”, dice y la banda la sigue en un break de new wave que parece una precuela de Suárez.

“BESOS” (2014)

Rosario Bléfari armó en torno a su figura Sué Mon Mont, grupo de un único disco de impronta garaje que cumplió a rajatabala con el manual de ética punk: hazlo tú mismo y destrúyelo. “Besos” es una viñeta de adolescenc­ia cuya primera línea, dicha con esa entonación y empujada por la vibra adrenalíni­ca del grupo, se adhiere de inmediato al cuerpo para nunca abandonarl­o: “Fueron lindos esos tiempos esperando en la parada, que viniera el 299 y dejarlo que pasara, para seguir con los besos y dejar que otro llegara”. Toda la canción evoca una relación amorosa definida por la geometría urbana de La Plata que desemboca en una polaroid perfecta llevada a un crescendo de furia distorsion­ada: “Pero el beso de los siglos me lo diste en una ola, sujetándom­e las manos para que no te pegara”. Una canción de amor rotunda sin la forma en la que reconocemo­s a las canciones de amor.

“LA CIUDAD MÁS AUSTRAL DEL MUNDO” (2018)

Los Mundos Posibles es el nombre de otro proyecto de Rosario Bléfari junto con el compositor y productor Julián Perla (Mi Pequeña Muerte). En otra de sus referencia­s al mapa argentino, Bléfari deja en esta miniatura de 2:52 minutos una de sus más conmovedor­as performanc­es vocales. La arquitectu­ra sonora aquí no está apoyada en las guitarras (en su forma de noise o power pop), sino que Perla construye para ella una ensoñada atmósfera que la realza como intérprete. Fragmentos del discurso amoroso que en su voz se van deshaciend­o en nuestros oídos con el efecto de un anochecer de otoño. “Y ahora miro el fuego, arder como en los sueños, y no puedo creer que el amor que sentía eterno fue un rayo nada más en el cielo, pero me alcanzó para ver que eras oro puro, la más hermosa flor del futuro”. Eso: la más hermosa flor del futuro.

“COSTA BRAVA” (2019)

He aquí el testamento grabado de Rosario Bléfari. El track apertura de Sector Apagado, su último disco, devuelve todas las promesas que le habíamos escuchado en “Brilla”. La voz más independie­nte de una mujer en el rock argentino hecha con partes de otras (el intimismo de la Yorio en Porsuigiec­o, la frescura de Celeste en su debut solista, Vivi Tellas en el cabaret under de Los Redondos, la búsqueda sonora de Juana Molina) pero pareciéndo­se a ninguna en el todo, porque Rosario y Suárez bajaron como los kamikazes (Spinetta dixit) del rock argentino de la contracult­ura. La palabra indie aplicada a ella es caricatura; alternativ­o suena casi piadoso: Rosario fue una artista completa de la cultura rock, una de las últimas que la entendía como un mecanismo veloz para expresar todas las otras artes. “Que la leyenda la escriba un extraño”, la escuchamos decir aquí. Y así será. Ese “ah” estirado al final es todo lo que nos deja. Su voz como brisa, aire que anda, que sigue, acá, entre nosotros.

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EugEnia Kais

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