Alemania volvió a enamorarse de su austera canciller
La pandemia de coronavirus no solo demostró que Merkel puede tener reflejos rápidos; además, puso de manifiesto su visión geopolítica global
La canciller alemana Angela Merkel está de salida. Tras casi 15 años en el cargo, la pandemia probablemente sea su último desafío, y tal vez también se convierta en el sello de su legado: aquel que reconcilió a los alemanes con su canciller.
Hasta la llegada de la pandemia, el último mandato de Merkel venía mal. Aunque la canciller se había recuperado un poco de la ola de impopularidad y hasta de odio abierto que enfrentó durante la crisis migratoria de 2015-2016, su partido, la Unión Demócrata Cristiana de Alemania, perdió terreno en las elecciones de 2017 y venía cayendo en las encuestas.
En octubre de 2018, tras una seguidilla de aplastantes derrotas en las elecciones regionales, Merkel anuncio que no competiría en las elecciones nacionales de 2021, y poco después abandonó la conducción de su partido. Por su lado, el Partido Socialdemócrata, socio de la coalición de gobierno, también estaba sumido en el caos y tocando mínimos históricos en las encuestas. Por entonces la Unión Europea también hacía agua y no encontraba puntos de consenso sobre temas acuciantes, como la cuestión migratoria. Mientras tanto, la canciller parecía ausente y apagada.
Todo eso cambió. Ahora, a principios de julio 2020, Merkel pica en punta. Con una tasa de mortalidad notablemente baja y un sistema de rastreo y testeo de alta eficacia, Alemania logró contener la pandemia, un éxito que muchos atribuyen a la canciller. En una encuesta reciente, más del 80% de los alemanes opinaron que Merkel estaba haciendo “bastante bien” su trabajo. Y la Unión Demócrata Cristiana de Alemania lidera nuevamente la intención de voto, con amplia ventaja sobre sus competidores.
¿Cómo fue que la pandemia dio nuevo brillo y vitalidad a la figura de Merkel, consolidando su reputación como una de las mejores líderes que haya tenido Alemania?
Cuando se desató la pandemia, ni Merkel ni el gobierno federal estaban técnicamente a cargo del problema. En Alemania, la mayoría de las potestades constitucionales más definitorias en estos casos –como el cierre de las escuelas o el confinamiento de la población– están en manos de los 16 estados federados. Pero la canciller tomó de inmediato el bastón de mando y se ocupó de coordinar intercambios regulares entre los mandatarios regionales, convocando a los máximos científicos y presionando para que se tomaran medidas homogéneas en todo el país.
Merkel entendió la gravedad de la situación desde un primer momento. Helge Braun, su jefe de gabinete, reveló que a mediados de enero, cuando se enteró de que el nuevo virus se transmitía entre humanos, Merkel entendió de inmediato lo que eso implicaba. Ocurrió unas dos semanas antes de que Alemania detectara el primer caso. A fines de febrero, cuando el número de contagios se disparó, la canciller ya sabía lo que tenía que hacer: presionar para lograr el cierre de parte de la vida pública.
Y sorprendentemente, los 16 gobernadores alemanes se alinearon con ella. En parte, por conveniencia política y práctica, pero también como señal de respeto hacia Merkel y su excepcional habilidad para capear todas las crisis. Durante sus mandatos, tuvo que lidiar con la debacle financiera de 2008, la crisis de la deuda europea, la invasión de Rusia a Ucrania en 2013, la crisis migratoria, el descalabro internacional del Brexit y la elección de Donald Trump en 2016.
“Es a prueba de crisis”, dice Sigmar Gabriel, dirigente socialdemócrata que a lo largo de los años integró dos veces el gabinete de Merkel. “Alemania tiene suerte de tener un líder experimentado en tiempos del coronavirus”. Y parece que los gobernadores sienten lo mismo. “Les da tranquilidad poder esconderse detrás de ella”, dice Thomas de Maizière, exjefe de gabinete y confidente de Merkel desde hace muchos años.
En el plano europeo, la canciller también actuó con celeridad y determinación. Allí la pandemia reavivó los históricos resentimientos entre el norte y el sur, sobre todo cuando italia buscó auxilio médico y financiero y algunos países del norte parecieron retaceárselo. Daba la impresión de que la Unión Europea podía desmembrarse. “Ella entendió que esto podía ser el fin de Europa”, dice Gabriel. “Supo que si no actuaba, los estados miembros que pasaban necesidad buscarían ayuda fuera de Europa, y China estaba lista para meterse”.
Y Merkel actuó. Durante años la habían criticado por no impulsar lo suficiente la integración europea. Pero el 18 de mayo, Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron, propusieron la creación de un ambicioso fondo de recuperación para el bloque regional. Sugirieron que la Comisión Europea tomara prestados unos 545.000 millones de dólares en los mercados financieros y los distribuyera entre los estados miembros necesitados. Para Merkel “fue un cambio de paradigma”, dice Gabriel, que fue ministro de Relaciones Exteriores de la canciller.
El contragolpe de las naciones del norte –Austria, los Países Bajos, Dinamarca y Suecia– fue tremendo, y las negociaciones todavía siguen. Pero la posición de Merkel es clara. “Preservar la solidez del mercado interno europeo es por el propio interés de todos los países miembros”, dijo tajantemente en una reciente entrevista. “Para poder plantarnos unidos en el escenario internacional”, agregó. En otras palabras: entendió que tanto en Alemania como en el resto del continente, la crisis de la pandemia era la gran oportunidad para superar los reparos a una integración europea más profunda, y la aprovechó.
Lo más sorprendente es el éxito que ha tenido la canciller para conectarse con la ciudadanía alemana. En las crisis anteriores, a quienes tenía que convencer era a los miembros de su partido o a otros mandatarios del mundo. Pero esta vez tenía que convencer al pueblo alemán.
Y eso podría haberle costado más, porque es conocida la dificultad de Merkel para relacionarse con la gente: de hecho, los mismos rasgos de carácter que la gente más aprecia en ella –es confiable, diligente, juiciosa– también generan una sensación de distancia. Su apariencia es tranquilizadora, pero a veces impermeable e impersonal. Es canciller de cabo a rabo. “Hay una sola Angela Merkel: la que se ve detrás de escena es exactamente igual a la que se muestra en público”, dice Braun, su actual jefe de gabinete.
Así que el 18 de marzo fue toda una sorpresa cuando Merkel decidió hablarle al pueblo alemán de manera franca y directa por televisión. La canciller, que como todos saben no es una gran oradora, solo da un discurso por televisión al año, con un mensaje de Año Nuevo. Pero ya sea por lo que dijo esa noche –recordó la Segunda Guerra Mundial– o simplemente por lo inusual del formato, logró su cometido: por primera vez, Angela Merkel llegó al corazón y la mente de sus conciudadanos.
Antes de la pandemia, con una economía pujante y un gobierno que se jactaba de un superávit de 21.000 millones de dólares, Merkel era criticada por no esforzarse más. Decían que no estaba liderando ni a su país ni a Europa: simplemente, los estaba administrando. Esa crítica ahora parece excesiva. Durante esas aterradoras semanas de cuarentena, mientras contenía el aliento, Alemania pudo ver con nuevos ojos a Angela Merkel. Y ya no como una mujer demasiado cautelosa o dubitativa, sino como una líder esmerada y extremadamente capaz que estuvo ahí cuando su país más la necesitó.
No es que a ella parezca importarle demasiado su renovada popularidad. “Los que nos dedicamos a la política tenemos que ajustarnos a nuevas realidades y situaciones todo el tiempo”, dijo el mes pasado. “Nuestro trabajo es ese”.