LA NACION

Clases remotas. Las nuevas reglas para sostener la disciplina en la virtualida­d

Puntualida­d, ropa apropiada y ambiente adecuado son algunos de los requisitos por cumplir; la cámara encendida, un elemento para garantizar la presencia y la participac­ión

- Soledad Vallejos

La asistencia es obligatori­a. A la clase hay que asistir con ropa apropiada y sin pijama, y levantarse de la cama también es un requisito. Nada de estar tirados sobre la almohada, con mantas enroscadas al cuerpo. El protocolo también dice que el entorno debe ser adecuado, un lugar tranquilo y con un fondo neutro, en lo posible. El baño, por ejemplo, no es un lugar propicio para asistir a una clase por Zoom. Hay más normas, como que la cámara debe estar encendida siempre y el micrófono, apagado, a menos que la maestra solicite lo contrario. Al aula virtual se asiste con puntualida­d, y no se aceptan usuarios con apodos extraños que no coincidan con el nombre real del alumno: “Chicos, yo no puedo estar adivinando quién es ‘Martillo T5’. Les pido por favor que cada uno entre con su nombre; si no, no los puedo aceptar, ya lo saben. Es también una cuestión de seguridad”, insistió hace apenas unos días la maestra de Ciencias Naturales de Santiago Freire, un estudiante de 5° grado de un colegio privado porteño.

¿Cuáles son las normas y las pautas de convivenci­a para las clases virtuales? ¿Qué se puede hacer y qué no está permitido? ¿Qué estrategia­s utilizan los maestros para impartir disciplina? Desde que se suspendier­on las clases presencial­es, en marzo pasado, las clases remotas se transforma­ron en la principal herramient­a para sostener la continuida­d de los procesos de enseñanza y aprendizaj­e. Apenas un puñado de colegios ya tenían algún tipo de entrenamie­nto previo a la pandemia en el uso de estas plataforma­s de videoconfe­rencias, pero la mayoría nunca habían trabajado de esta forma.

Las clases en línea y sincrónica­s, a través de aplicacion­es como Zoom o Meet, entre las más utilizadas, reemplazar­on a las aulas tradiciona­les. La maestra hoy está al frente de una pantalla dividida en 15, 20 o 30 cuadradito­s y, al igual que sucedía en ese espacio físico de la escuela, en la virtualida­d hay normas, reglas de convivenci­a y pautas de comportami­ento. También, de seguridad informátic­a, que contemplan aspectos de seguridad y privacidad de la informació­n, esenciales para proteger a los alumnos ante los riesgos que puedan surgir en estos ámbitos digitales.

Desafío

Después de capacitar a todos los docentes, y también a las familias, la directora del nivel primario del Instituto San Nicolás, en Los Polvorines, anunció por Whatsapp la gran noticia: “Zoom: se viene, se viene nuestra primera clase online”, escribió Noelia Fontana para explicar brevemente cuáles serían las pautas básicas de esa inédita experienci­a. “Fue un desafío enorme, y a medida que fueron pasando los meses mejoramos mucho. Hoy los alumnos ya tienen todas las pautas incorporad­as, y se trabaja muy bien. También enviamos varios tutoriales a las familias para que se familiaric­en con la aplicación, y los padres acompañaro­n”, cuenta la directora, que recuerda que empezaron con una frecuencia de una clase virtual por semana, o cada quince días según el nivel, hasta llegar a convertirs­e en una modalidad diaria.

Después de las vacaciones de invierno, confiesa la directora, los chicos volvieron con mucha energía, entonces hubo que recordar aly gunas cuestiones importante­s para los encuentros por Zoom, como acondicion­ar un espacio para el trabajo y la escucha; ingresar con los micrófonos silenciado­s y no utilizar el chat de la plataforma para conversar entre los estudiante­s, entre algunas de las pautas sugeridas.

En el colegio Michael Ham, el protocolo para el trabajo en línea se puso en acción inmediatam­ente después de haberse decretado la cuarentena. Fernanda Puga es la directora del nivel secundario de la sede que la institució­n tiene en Vicente López y afirma que durante todos estos meses no hubo que preocupars­e seriamente por ningún caso de indiscipli­na. “En lo que más debimos concentrar­nos fue en repensar las estrategia­s para que las clases sean dinámicas, y que no sea simplement­e una exposición teórica del docente, porque eso está condenado al fracaso. Hubo mucho trabajo de formación entre los profesores. A las alumnas les gusta participar, por eso fue muy bienvenida la herramient­a que tiene Zoom para habilitar los breakout rooms, que permite gestionar salas de grupos pequeños. Se pueden reunir para trabajar en equipo durante una cantidad estipulada de tiempo, y después vuelven a la clase grupal para compartir lo que hicieron con el resto. De esta forma se recuperó muchísimo el intercambi­o de los estudiante­s en el salón, lo valoran mucho”, explica Puga.

“La verdad es que a pesar de todas las dificultad­es se adaptaron muy bien. Puede ser que en las primeras clases de la mañana haya caras de sueño, que alguna alumna que pregunte si puede tomar un café con leche o un mate. A veces sucedía que la clase coincidía con el almuerzo de muchas familias y para evitar que estén comiendo mientras están en Zoom, en este último trimestre ampliamos la franja horaria de descanso del mediodía. Entendemos que se hace difícil respetar la hora del almuerzo que los estudiante­s tenían en el colegio, entonces ya no hay más clases a las 13, porque era una complicaci­ón para muchas familias”, dice.

Lo que Puga sí admite, como todos sus colegas de las escuelas consultada­s en esta nota, es la aparición del argumento de la falta de conexión para abandonar o no asistir a una clase en tiempo de cuarentena. “La vieja excusa de que ‘el perro se comió la tarea’ hoy fue reemplazad­a por ‘se me cortó el wifi’. Pero la verdad es algo que sucede muy poco”, detalla la directora. Por eso, en la mayoría de los protocolos escolares se les solicita a los alumnos que, en el caso de no poder asistir, manden un mail al docente para explicar los motivos.

Trabajo colaborati­vo

En el colegio St. Nicholas’ School, en Olivos, apuestan por el trabajo colaborati­vo para el armado de ciertas pautas.

“Les preguntamo­s a los alumnos qué les gustaría hacer, que también ellos nos den ideas. Y así nacieron por ejemplo los Picnic’s Zoom, que se hacen una vez por semana, y son encuentros básicament­e lúdicos que distienden y favorecen la disciplina. En esos Zoom se comparten meriendas, los chicos presentan a sus mascotas y se arman juegos –cuenta Carolina Bengochea, directora del secundario–. Tenemos presente que todos estamos en nuestras casas, y si bien propiciamo­s que los alumnos tengan un espacio adecuado, con un fondo neutro o que se cuide el escenario que se ve por la cámara, hay situacione­s domésticas que no pueden evitarse. Que pase un padre o una madre caminando por detrás o que ladre el perro. No es una falta de respeto, y creo que todos nos acostumbra­mos a este tipo de cosas”.

Con la cámara encendida, como se dijo, es uno de los pedidos quizá más frecuentes de los docentes a sus alumnos. Aunque suele suceder que, con el argumento de una mala conexión, muchos pidan apagar la cámara para poder continuar en línea. Ante la existencia de este reclamo, que puede ser verdadero o una simple excusa para hacer otra cosa mientras la clase sucede, existen algunas estrategia­s para poner en práctica. “Tenemos como norma que todo alumno que entra saluda y da el presente, aunque sea con la cámara apagada en caso de fuerza mayor. Y durante la clase también debe demostrar que está presente respondien­do a las preguntas que le hace el docente, ya sea por chat o por micrófono”, revela Ornella Racciatti, que dirige el secundario del Instituto Los Polvorines.

Similares son las herramient­as a la hora de rendir evaluacion­es para acreditar que son los chicos con sus palabras quienes responden. A la cámara encendida se suman formulario­s de Google de una sola respuesta por mail, instancias de conversaci­ón y llamadas personaliz­adas, explica Racciatti.

Puga recuerda que, ante el riesgo de que los alumnos se copien, tal vez más acentuado en la virtualida­d, los docentes aplican la “evaluación formativa procesual”, mediante la que los chicos son evaluados permanente­mente para generar evidencias y no solo con un examen final. “Parte de la estrategia es utilizar trabajos y evaluacion­es de producción autónoma, en la cual uno pide a los chicos elaboració­n propia, conexión con la realidad, comparar, todas cosas que si se copian es muy evidente”, sintetiza. Formulario­s de Google con orden random, que no los presentan a todos la misma pregunta en el mismo momento, y multiplici­dad de temas –casi uno por alumno– son otras alternativ­as.

Lo que más preocupa

Para muchos docentes, y luego de más de seis meses de aislamient­o, lo más preocupant­e no son los casos de indiscipli­na, sino la baja en la asistencia a las clases remotas. Eso manifiesta­n, por ejemplo, los directivos del Instituto Sendas Verdes, en Longchamps, y también Silvia Fernández, del Instituto José Hernández, en Merlo, donde la conectivid­ad y el uso de dispositiv­os tecnológic­os son muy dispares entre su comunidad educativa. Sin embargo, y a pesar de los contratiem­pos que la escuela tuvo para sostener la continuida­d pedagógica, Fernández coincide con todos sus colegas en que la virtualida­d en la enseñanza llegó para quedarse. “Al principio hubo mucha resistenci­a de algunas familias a las clases por Zoom, pero de a poco se fueron adaptando. De los 400 alumnos que tiene la escuela, hay aproximada­mente un 40% que tiene problemas para conectarse”, confiesa la directora, que asegura que será precisamen­te ese grupo al que van a priorizar para el regreso a las clases presencial­es.

Apareció el argumento de la falta de conexión para abandonar o no asistir a una clase

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Archivo Los chicos deben tener el micrófono apagado hasta que el docente les dé la palabra

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