La prehistoria, el futuro remoto y lo que importa
Qué tienen que ver lo que el Indec acaba de dar a conocer y lo que el Congreso Nacional está por aprobar, con la vida concreta de cada uno de nosotros? Poquísimo.
Porque tanto en actividad económica como en empleo y desempleo, el Indec se refirió al segundo trimestre de 2020 y estamos por terminar el tercero, y en materia presupuestaria el Congreso Nacional se refiere a 2021. Lo que nos ocurre a cada uno de nosotros no tiene nada que ver ni con la prehistoria ni con un futuro tan remoto, y por lo tanto muy pero muy incierto, sino con un aquí y ahora.
La vida de las personas que cuando se levantan a la mañana no tienen resuelto cómo les van a dar de cenar a sus familias, y por consiguiente tienen que encontrarle la vuelta, en parte depende de su propio esfuerzo y en parte de cosas que están fuera de su control, pero las afectan.
Cada uno de nosotros sabe, por experiencia propia y por lo que ve a su alrededor, las mil y una iniciativas que los seres humanos pusimos en práctica a raíz del coronavirus. No todas inútiles, dicen los optimistas;
¿Sabrán los funcionarios que ya tenemos bastantes problemas?
no todas exitosas, afirman los pesimistas. Lo importante es el “motorcito” que todos llevamos adentro, y que potenciamos frente a los desafíos.
Pero la vida de cada uno de nosotros también depende del gobierno de turno. El cual es parte de la solución cuando restringe actividades según el nivel de contagio que existe en cada localidad y es parte del problema cuando para todo hay que pedir autorización, no da el ejemplo usando barbijos ni guardando la distancia social, o lanza ideas inentendibles o peligrosas. ¿Sabrán los funcionarios que ya tenemos bastantes problemas con los problemas que tenemos?
La Argentina es un país presidencialista. Aquí y ahora, al tiempo que seguimos cotidianamente luchando por nuestras vidas, estamos atentos al accionar del presidente Fernández. Quien, frente a un colapso económico, o a una derrota electoral, tiene las siguientes alternativas: suicidarse, infartarse, pedir licencia, renunciar o… reaccionar. La clave de este listado está en que muchos compatriotas hoy lo limitan a las primeras cuatro alternativas.
¿Por qué descartar la quinta? Decisión costosa y, por consiguiente, postergable. La ejercieron Alfonsín en 1985 y Menem en 1991. Cuando se decida, Fernández tendrá que remontar una cuesta empinada. Cierto, pero quien ejerce una responsabilidad ejecutiva lo único que tiene que hacer es intentarlo. Veremos.