LA NACION

La última diva de la canción francesa

- Marcelo Stiletano

Juliette Gréco, una de las voces referencia­les de la canción francesa, murió hoy a los 93 años, en Ramatuelle, localidad ubicada en la Costa Azul. Había nacido en 1927 y durante la segunda posguerra mundial se posicionó como una destacada intérprete. Tuvo en sus repertorio­s, con el paso de los años, a las canciones de Jacques Brel, Boris Vian y Serge Gainsbourg. Más que cualquier otra cosa, Juliette Gréco fue una bandera. La cantante y actriz quedará en el recuerdo de todos como la gran imagen de ese gran movimiento cultural, tan francés como ella, que fue el existencia­lismo.

Desde esos pequeños espacios del barrio parisino de Saint-germaindes-prés, la magnética y bella figura de Gréco, siempre vestida de negro, era el imán que atraía todas las miradas en tiempos de posguerra. Y a través de ella, la imagen de una ciudad y de un país que se mostraba ante el mundo como un bastión de defensa del progresism­o cultural quedó representa­da en sus profundos ojos negros, en esas manos que se elevaban todo el tiempo mientras cantaba y en una voz profunda y rasgada, testimonio de interminab­les noches de conversaci­ón y cigarrillo­s. Se la conoció en todo el mundo como la “musa de los existencia­listas”. Y también se le atribuye el haber creado un modelo de canción literaria que hizo escuela con el tiempo (y hasta hoy) en todas partes.

Nació en Montpellie­r y tuvo una infancia marcada por la conflictiv­a relación con su madre y el vínculo estrecho con uno de sus abuelos, Jules, del que reconoció haber asimilado buena parte de su mirada sobre el mundo, representa­da por las ideologías de izquierda que siempre defendió. Separada de su familia en plena ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, trató de llevar adelante al término del conflicto una temprana vocación de actriz con muchas dificultad­es, porque su situación económica era muy estrecha.

Con una mezcla de inquietud y necesidad empezó a frecuentar esa vida bohemia y noctámbula que siempre la caracteriz­ó y transformó muy pronto a Saint-germain-després en su lugar en el mundo. En sus bares conoció a Sartre, a Boris Vian y a Camus. Comenzó a escuchar con atención al filósofo Maurice Merleau-ponty. Para 1947, cuando empezaba a aparecer el existencia­lismo como corriente de pensamient­o, Gréco proclamaba desde los escenarios su idea de “rebelión y libertad”, gracias al florecimie­nto de un pensamient­o de izquierda que allí no tenía el contrapeso de la rigidez impuesta en toda el área de influencia de la Unión Soviética. Tenía una belleza natural que la hacía cada vez más irresistib­le.

Un año antes, en un accidente automovilí­stico ocurrido en Buenos Aires, había muerto trágicamen­te el primer gran amor de Gréco, el piloto francés Jean-pierre Wimille. Estaba participan­do de los ensayos del Gran Premio de Buenos Aires, que se corría por entonces en el circuito de Palermo. Tuvo otros amores identifica­dos con el temperamen­to fogoso, intenso y expresivo de su personalid­ad. Y también con sus temores, porque el miedo escénico siempre acompañó a Gréco a lo largo de su carrera. El romance más apasionado de todos lo vivió junto a Miles Davis. Después llegaron a la vida de Juliette el actor Philippe Lemaire, primer esposo y padre de su única hija (Laurence-marie, nacida en 1954), el poderoso productor cinematogr­áfico de Hollywood Darryl Zanuck, y el actor Michel Piccoli, su segundo marido. De las innumerabl­es obras que interpretó en vivo y que grabó sobresalen dos: Las hojas

muertas, sobre la poesía de Jacques Prévert, y Odio los domingos, una de las tantas excepciona­les canciones escritas por Charles Aznavour. Llegó al cine 1949 con Cautivas del

destino, de Julien Duvivier, y al año siguiente fue una de las protagonis­tas del Orfeo dirigido para la pantalla grande por Cocteau. Más tarde llegó a Hollywood y filmó junto a Glenn Ford (El guante verde) y Tyrone Power (Y ahora brilla el sol). Más tarde apareció en Bonjour Tristesse, de Otto Preminger, y en Las raíces

del cielo, de John Huston. Compartió cartel estelar con Orson Welles en

Una grieta en el espejo, de Richard Fleischer. En los años 60 apareció en

La noche de los generales, de Anatole Litvak, y se lució en la adaptación al cine de una popular telenovela de la TV francesa, Belphegor. Gracias a ese papel dejó de ser solamente una actriz de culto o de reductos literarios. Desde allí su rostro se hizo muy familiar para el público, etapa que coincidió con un fallido intento de suicidio en 1965.

Siguió activa hasta el final, con una larga gira de despedida encarada en 2015 bajo el título de Merci (Gracias). Y poco después de un concierto en el Louvre sufrió un derrame cerebral que la dejó definitiva­mente sin la voz, uno de sus atributos esenciales. Ese mismo año murió su hija única de cáncer y las fuerzas de Gréco, que parecían invencible­s hasta allí, se derrumbaro­n por completo.

Una figura capaz de influir en infinidad de artistas de todas partes y a la vez única en su tipo.

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Afp Juliette Gréco, símbolo de la intelectua­lidad francesa

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