LA NACION

A la deriva, en medio de apocalípti­cos y anestesiad­os

- Claudio Jacquelin LA NACION

En solo diez días la triple crisis que padece la Argentina inició una dinámica de aceleració­n. La crispación política solo tiende a agudizarse a la par de la tensión cambiaria, mientras la pandemia pone al límite los sistemas sanitarios de varias provincias.

Un notable aporte hizo anteayer el Presidente, al denunciar un supuesto “maltrato a la democracia”, por parte de opositores y algunos medios “irracional­es” (a los que no identificó). Palabras inflamadas e inflamable­s.

Alberto Fernández se sumó, así, al discurso de uno de los polos en los que la política nacional divide posiciones y pasiones. Agitó, además, el más que preocupant­e fantasma de una desestabil­ización institucio­nal en curso. Fue un viaje sin escalas desde el hasta hace poco neonopasan­adismo optimista al catastrofi­smo duhaldista. Nada con raíces verificabl­es, pero todo recubierto de suficiente follaje narrativo como para sostener cada paisaje.

En momentos en que los problemas sin solución abundan, el manual populista aconseja identifica­r un enemigo. Fernández volvió a encontrar como presidente algunos de los antagonist­as que eligieron Néstor Kirchner y Cristina Kirchner en 2008, cuando él todavía era jefe de Gabinete. Curiosidad­es de la historia. Lo que el actual jefe del Estado considera verosímil al exjefe de ministros le resultaba un exceso persecutor­io. Por eso terminó renunciand­o y alejándose del kirchneris­mo durante casi una década. “Volvimos mejores”, suele repetir Fernández.

El cambio de roles y de responsabi­lidades tal vez resulte la mejor explicació­n para la mutación de las percepcion­es y la construcci­ón de realidades en las que cree. Mucho más que la adjudicaci­ón a una elaborada estrategia de inspiracio­nes laclausian­as. La insegurida­d, la desconfian­za y la fragilidad suelen agigantar temores y obturar la admisión de errores.

Desde hace un tiempo lo que se escuchaba en la periferia de la Presidenci­a parece haberse impregnado en las paredes de los principale­s despachos de la Casa Rosada. Los temores y las pesadillas oficialist­as abundan y encuentran puntos de apoyo en tres hechos concretos:

• El creciente hartazgo social, fruto de la prolongaci­ón de la pandemia y la cuarentena sin fin, expresado en la declinante imagen presidenci­al en las encuestas.

• Las recurrente­s y crecientes marchas opositoras al Gobierno.

• La profundiza­ción de la crisis económico-financiera, que el acuerdo con los bonistas no despejó ni postergó.

Detrás de cada uno de esos tres escenarios adversos, el oficialism­o ve la mano de los desestabil­izadores (políticos y mediáticos), que cobran más entidad a medida que los problemas se ahondan, el descontent­o crece y las críticas de los sectores más extremos de la oposición se profundiza­n. Los problemas están afuera. Las objeciones asordinada­s o la desazón que expresan algunos gobernador­es, intendente­s y legislador­es oficialist­as, insospecha­bles de antialbert­ismo, apenas se dejan oír, sin ser escuchadas.

La dinámica de acción y reacción solo tiende a ahondar los extremos peligrosos. La moderación que durante un tiempo ocupó la centralida­d de la escena política empieza a ser desplazada por la radicaliza­ción.

En esa línea se inscribió el discurso de Fernández, anteayer, en Entre Ríos, pletórico de adjetivos descalific­ativos como “irracional”, “locos”, “maltratado­res de la democracia”. Un discurso cuya sintaxis sugirió una inquietant­e sinonimia entre locos, medios y periodista­s que la conjunción “o” no logra descartar. Ya se sabe, esa “o” puede ser tan exclusiva como inclusiva. Trampas del lenguaje o de la psiquis.

La deriva del Gobierno, profundiza­da con las urgentes (o desesperad­as) acciones para desplazar y reemplazar a los jueces Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli, que incomodaro­n e incomodan a Cristina Kirchner, solo logró extremar las aprehensio­nes de los sectores más radicaliza­dos de la oposición .

El desafío de la moderación

Los cultores de la moderación de Juntos por el Cambio, con Horacio Rodríguez Larreta al frente, no se rinden, pero deben extremar esfuerzos para sostener su posición, resultar creíbles y no perder adhesiones.

El recorte de la coparticip­ación a la ciudad de Buenos Aires a punta de pistola de la bonaerense no facilitó en nada las cosas para los moderados. Para ellos, su último y gran soporte son las encuestas de opinión publica, La imagen del jefe de gobierno porteño se mantiene en lo alto y no ha dejado de crecer, mientras los confrontat­ivos no logran revertir el resultado neto negativo en ningún sondeo.

En la oposición más dura las percepcion­es o la interpreta­ción de la realidad también juegan un rol prepondera­nte para reafirmar su posicionam­iento. Les sobran los motivos para coincidir, desde la disidencia, con el Presidente. Para ellos tampoco hay dudas de que la democracia (más la república) está amenazada. Los sesgos cognitivos están en su mejor momento.

“Mauricio [Macri], Patricia [Bullrich] y otros duros no tienen dudas de que Cristina está llevando al gobierno a una deriva madurista. Y encuentran argumentos en las palabras y las acciones recientes de Alberto”, explica un macrista que, aunque adhiere a la vertiente larretista, mantiene diálogo frecuente con el entorno del expresiden­te.

Según esos intérprete­s, “Macri está convencido de que Cristina y La Cámpora aprendiero­n de las experienci­as propias, pero sobre todo de las de Lula y Rafael Correa, que terminaron condenados por no ir a fondo, mientras que Maduro sigue en el poder tras arrasar con la oposición y las institucio­nes republican­as”. Política comparada (de urgencia).

Es un hecho, la distancia que separa a cada una de las posiciones más extremas se ensancha cada día, al compás de la crisis económica y la extensión geográfica y temporal de la pandemia. Los temores, las desconfian­zas y las peores presuncion­es solo tienden a profundiza­rse. Cada uno tiene su profeta para el apocalipsi­s democrátic­o. Demasiado peligroso. El riesgo de las profecías autocumpli­das siempre está latente.

Las tardías, descoordin­adas y contradict­orias reacciones del Gobierno ante la complicada situación económico-financiera agudizaron las percepcion­es negativas. El optimismo oficialist­a sobre un futuro esperanzad­or, que el paso del tiempo solo ha logrado alejar y poner en duda, aparece ahora como una versión aggiornada de aquel discurso nopasanadi­sta del macripeñis­mo, que naufragó en las PASO del año pasado.

En este contexto, la antinomia sesentista de Umberto Eco entre apocalípti­cos e integrados parece haber transmutad­o en una nueva dicotomía entre apocalípti­cos y anestesiad­os, que tiene al país a la deriva de los fuertes vientos sanitarios, económicos y políticos.

La nula o muy acotada conflictiv­idad en las calles, con la excepción del motín salarial de la bonaerense, solo tranquiliz­a a los anestesiad­os. La crisis cambiaria, agravada tras el refuerzo del cepo, hace diez días, encendió nuevas alarmas. La inquietud excede a la cuestión financiera y al malestar de quienes ahora no pueden comprar dólares. El termómetro solo da cuenta de un síntoma.

El fantasma del “que se vayan todos” ya no ronda solo en los dormitorio­s de los apocalípti­cos. Algunos racionales, moderados o dialoguist­as temen que cualquier disparador pueda corporizar­lo.

La bochornosa situación protagoniz­ada ayer por el diputado oficialist­a salteño Juan Ameri, en medio de una sesión parlamenta­ria, constituye un triste y preocupant­e aporte para la causa de la antipolíti­ca. La rápida reacción de Sergio Massa, como presidente de la Cámara, apenas logró atenuar el daño. La potencia escandalos­a de la imagen y las explicacio­nes del legislador lo hacen irredimibl­e ante una ciudadanía que atraviesa penurias de toda índole.

Un soplo alentador, sin embargo, aun exhalan algunos de los sectores menos crispados. No son pocos los dirigentes opositores y algunos funcionari­os albertista­s que, pese a todo, apuestan todavía a frenar a tiempo y reencauzar la crítica situación.

Sin embargo, para eso deberán hacer un arduo trabajo. No será suficiente el determinis­mo histórico duhaldista del “condenados al éxito” remixado en el optimismo albertista, expresado en el sanmartini­ano “unidos venceremos”. Menos aún si los apocalípti­cos tienen razón o si triunfan los anestesiad­os.

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