LA NACION

La sensible lucidez de Walter Benjamin, un autor inclasific­able

Hoy se cumplen 80 años de la trágica muerte del pensador alemán que renovó la ensayístic­a y el modo de entender la crítica cultural

- Texto Esteban Ierardo Filósofo, escritor y docente; su último libro es La sociedad de la excitación. Del hiperconsu­mo al arte y la serenidad (Ediciones Continente)

Hoy se cumplen 80 años de la trágica muerte del pensador alemán que renovó la ensayístic­a y que, con La obra de arte en la era de su reproducti­bilidad técnica, inauguró otro modo de entender la crítica cultural

Los que sobreviven a las trincheras de la Primera Guerra Mundial regresan a sus hogares. Pero vuelven mudos, sin qué decir, sin poder decir. Están empobrecid­os, dice Walter Benjamin en el ensayo “Experienci­a y pobreza”. Nacido en 1892, Benjamin transitó entre la filosofía crítica, el arte y teología. Murió el 26 de septiembre de 1940 cuando intentaba escapar de la marea nazi que ya había invadido Francia. En la frontera francoespa­ñola se suicidó para no caer en manos de la Gestapo.

A los veintitrés años, Benjamin entabló una perdurable amistad con Gershom Scholem. Scholem se convirtió en el fundamenta­l difusor del misticismo judío mediante su obra

La cábala y su simbolismo y guió al joven Benjamin en el saber cabalístic­o. Luego, junto con Theodor Adorno, sería el principal difusor de los ensayos benjaminia­nos.

En paralelo a las lecturas místicas, Benjamin construyó su pensamient­o desde la adhesión al marxismo y la visión dialéctica del materialis­mo histórico; fueron fundamenta­les en su derrotero la amistad con el referido Adorno y Bertolt Brecht, así como su afinidad con la teoría crítica de la célebre Escuela de Frankfurt de filosofía neomarxist­a.

En “El narrador. Considerac­iones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Benjamin observa que el hombre contemporá­neo perdió la riqueza de la narración como arte popular, como creación anónima que preserva imágenes colectivas. Antaño, el narrador se ajustaba a dos modelos: el agricultor sedentario y el marino mercante. A través de sus historias transmitía el “lado épico de la verdad, la sabiduría”. Aquel narrador narraba desde una experienci­a viva, colectiva y oral. El novelista moderno, en cambio, escribe desde su aislamient­o, desde su soledad y separación de lo colectivo.

El empobrecim­iento, tanto el que proviene de la pérdida del arte de narrar como el desatado por el horror bélico, es lo contrario de la experienci­a enriquecid­a. La experienci­a se enriquece por la percepción de lo particular, como ocurre, por ejemplo, en la práctica del coleccioni­smo. Así lo señala Benjamin en “Historia y coleccioni­smo: Eduard Fuchs”, en Discursos interrumpi­dos. Fuchs era coleccioni­sta de caricatura­s de arte erótico y cuadros de costumbres, y repudiaba el museo que solo alberga las “piezas importante­s”. El museo excluye lo aparenteme­nte insignific­ante; allí, los lujosos trajes de una fiesta cortesana serán más importante­s que el humilde traje de un trabajador. Por eso, observa Benjamin, “Fuchs es el primero que busca un arte aparenteme­nte secundario, inferior, no digno del museo eternizado­r”. Fuchs, al colecciona­r caricatura­s que hablan de un tiempo histórico y una sociedad concreta, protegía lo particular antes despreciad­o o no percibido.

Benjamin colecciona­ba libros infantiles ilustrados. En su artículo “Alabanza de la muñeca. Un comentario sobre las muñecas y títeres de Max von Boehen”, manifiesta que la pasión del coleccioni­sta es “la porfiada y subversiva protesta contra lo típico, lo clasificab­le”. El colecciona­r es así el reproche contra aquello que solo existe dentro de un tipo general, de una clasificac­ión o taxonomía que no reconoce el valor particular del “objeto único” al que el coleccioni­sta es fiel. Un objeto particular no absorbido por lo general y lo abstracto.

El interés por los objetos infantiles con ese carácter único se trasluce también en el Benjamin que evoca su propia vida infantil berlinesa en

Infancia en Berlín hacia 1900. Aquí el ensayista coleccioni­sta se sumerge en la visión mágica de la niñez y recuerda su pupitre, el sitio preferido de su habitación. Un pupitre especialme­nte construido para el niño miope que era Benjamin, un pupitre sobre el que, al volver del colegio, colocaba un racimo de libros y un juego de calcomanía­s.

Como Fuchs, Benjamin comprenla de al arte en un entramado histórico y social. La creación artística en la modernidad no puede separarse de la mediación técnica. Por eso el famoso ensayo, de 1936, La obra de arte en la época de su reproducti­bilidad

técnica, donde el cine es la máxima expresión de este proceso.

El cine como arte por excelencia de la reproducci­ón técnica, con sus yuxtaposic­iones, agregados, interpolac­iones y montajes, es el ejemplo más nítido de la pérdida de lo que Benjamin llama el aura. El aura es el atributo esencial del arte en sus orígenes. En el horizonte mítico y arcaico, la obra no es reproducti­ble, sino irrepetibl­e, singular. Esa singularid­ad se daba en un aquí y ahora únicos. La escultura del dios o el arte de pintura en la piedra, por ejemplo, solo eran contemplad­os en el lugar de su emplazamie­nto original, en un momento de valor ritual específico. El acto en el que se percibía la obra era, en sí mismo, no reproducib­le.

Por el contrario, en la modernidad las obras se repiten, circulan, se muestran por los medios de la reproducti­bilidad técnica. Esto les arrebata el aura, que colapsa definitiva­mente ante la técnica del grabado y la reproducci­ón de las imágenes. A partir del siglo XIX, la fotografía amplío las posibilida­des de la reproducci­ón técnica. Y lo fotográfic­o fue succionado, finalmente, por la reproducti­bilidad en tiempos de la vanguardia dadaísta.

No obstante, Benjamin encontró en el dadaísmo una fuerza esencialme­nte positiva. En su ensayo “El autor como productor” destaca el valor de las técnicas de fotomontaj­e dadaísta del artista alemán John Heartfield (su verdadero nombre era Helmut Herzfeld). Para Andreas Huyssen, en su obra Después de la gran división,

Benjamin vio en Heartfield un modelo de plena combinació­n de dos perfiles fundamenta­les: un arte popular y un artista revolucion­ario. El uso liberador de la técnica fotográfic­a en su montaje dadaísta era antesala del uso igualmente liberador que Benjamin detectaba, en un principio, en el cine. Pero esta inicial visión positiva sobre el cine se erosionará, en parte, por la influencia de su amigo Adorno, profundame­nte crítico de todo arte de masas.

Benjamin reflexionó también sobre la ciudad moderna y su impacto sensible sobre el individuo. En este rumbo, proyectó una obra que sería su gran legado: El libro de los pasajes

(Passagenar­beit), una visión histórico-filosófica sobre el siglo XIX a través de París, sus calles, sus cambios edilicios, sus tipos sociales, y la interacció­n multitud-urbe, mercado-mercancía. Benjamin nunca completó esa obra.

“París, capital del siglo XIX” es uno de los textos que esbozan el proyecto de El libro de los Pasajes. Dentro de esa meditación, Baudelaire es el poeta esencial. El autor de Las flores del

mal pensaba a la modernidad desde las figuras del dandi y el flâneur. El dandi representa la búsqueda de la vida auténtica por su singularid­ad en un mundo que tiende a la masificaci­ón; y el flâneur (el “paseante” o “callejero”) es el que, en su deambular por las calles parisinas, se resiste a lo repetido y estandariz­ado. Antes de abandonar París en diciembre de 1940, Benjamin le entregó a Georges Bataille, secretario de la Biblioteca Nacional de Francia en ese momento, muchos de los papeles que integraban la obra no consumada.

En Passagenar­beit se proponía desplegar un “calidoscop­io de constelaci­ones” para comprender al siglo XIX, en cuyo centro brillaban la ciudad luz y Baudelaire, pero también el coleccioni­sta, la prostituta, la moda, la fotografía, las galerías, el empleo frecuente del acero y el vidrio en las reformas edilicias urbanas. Su manifiesto definitivo es la Tesis

de la filosofía de la historia, escrita poco antes de su desgraciad­o fin, en la que retorna la resonancia teológica de escritos como “El lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”. Cruce entre teología y marxismo, en ese escrito se expresa la expectativ­a de una ruptura mesiánica de la historia escrita por los vencedores desde el olvido de los vencidos, con la imagen de un cuadro de Paul Klee, el Angelus novus, interpreta­do como ángel que ve las ruinas del pasado que crecen hasta el cielo y desvanecen la idea del progreso.

En el galope de una escritura creativa y crítica, humanista y lúcida, Benjamin defendió la necesidad de un mundo donde el cambio se aunara a la justicia.

 ?? DPA ?? Benjamin, un autor que transformó la reflexión sobre la cultura masiva
DPA Benjamin, un autor que transformó la reflexión sobre la cultura masiva

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina