LA NACION

El respeto de la Constituci­ón no admite matices.

Resulta inaceptabl­e que el presidente de la Nación oculte informació­n a un organismo de control; de él no se esperan evasivas, sino que dé el ejemplo

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Resulta inaceptabl­e que el Presidente oculte informació­n a un organismo de control; de él se espera que dé el ejemplo.

La doble negativa de Alberto Fernández a proveer informació­n a la Oficina Anticorrup­ción (OA) sobre sus clientes en el ámbito oficial y privado, previament­e a asumir como presidente de la Nación, y a suspender su tarea como docente universita­rio hasta que concluya su mandato constituye una discrecion­alidad que, por varios motivos, no debería serle aceptada. Ante todo, porque viola la Constituci­ón nacional, que en su artículo 92 prohíbe al primer mandatario ejercer otro empleo.

En la actualidad, Alberto Fernández es profesor interino en la Facultad de Derecho de la UBA. Si bien renunció a cobrar por esa labor, ha dicho que no dejará de dar clases, entre otras cuestiones, porque “la importanci­a de seguir participan­do en un claustro académico permite, además de transmitir conocimien­tos y experienci­as, tomar contacto directo con las vivencias de los estudiante­s, sus reflexione­s, sus inquietude­s y sus cuestionam­ientos”. Una apreciació­n que, desde lo conceptual, resultaría inapelable, si no fuera porque quien la esgrime solo intenta justificar que viola la Ley Fundamenta­l.

En segundo término, el primer mandatario tampoco accedió a ofrecer informació­n sobre los vínculos comerciale­s que desarrolló durante los tres años previos a ejercer la presidenci­a, aduciendo que ha presentado en tiempo y forma la declaració­n jurada patrimonia­l que exige la ley de ética pública y que no cree haber incumplido normativa alguna que lo obligue “a exterioriz­ar otra informació­n que la oportuname­nte suministra­da”.

Específica­mente, la OA le había requerido la nómina de aquellas personas y sociedades con las que interactuó comercialm­ente durante su trabajo como abogado y consultor y que hayan trabajado o sido concesiona­rias o proveedora­s del Estado o realizado actividade­s reguladas, .

El dictamen de la OA tiene fecha de febrero y en él se le requería que renunciara a su mandato como presidente de la firma Inmueble Callao 1960 SA, titular del departamen­to donde funciona su estudio, y tomara licencia en su labor universita­ria docente. Pero no fue por propio impulso que la OA se dirigió al Presidente en esos términos, sino que respondía a una presentaci­ón que, sobre el particular, le habían efectuado legislador­es de la Coalición Cívica. Los movilizó la preocupaci­ón de que el propio Fernández, en declaracio­nes públicas, había dicho que tuvo vinculacio­nes con el Grupo Indalo, de Cristóbal López, empresario que terminó siendo beneficiad­o por la ley de moratoria impositiva, sancionada el mes pasado, a pesar de que la principal empresa de López, Oil Combustibl­es, es investigad­a por la Justicia por haber evadido el pago de 8000 millones de pesos del impuesto a los combustibl­es. Con ese monto, López financió la compra de distintas empresas durante el gobierno de Cristina Kirchner. A esa causa por defraudaci­ón al Estado se sumaron decenas de expediente­s en su contra; entre ellos, una denuncia de la Sindicatur­a General de la Nación (Sigen), presentada durante el gobierno de Mauricio

Macri, por la que también se lo acusó de defraudaci­ón al Estado, de haber recibido fondos injustific­ados para una licitación en Chubut y de no haber concluido la obra.

En una nota publicada por en mayo la nacion del año último, poco después de conocerse su candidatur­a, Fernández había negado cualquier vinculo comercial con Cristóbal López, al tiempo que comentó que, en su momento, Oil Combustibl­es le había emitido por error una factura por asesoramie­nto en materia penal por

435.000 pesos, que nunca fue cobrada. Agregó que mantenía marcadas diferencia­s con ese empresario. No obstante, aseguró ser amigo de Fabián de Sousa, socio de López y también acusado de varios delitos.

Si el jefe del Estado siempre tuvo “una relación distante” con Cristóbal López, como dijo en aquella entrevista periodísti­ca, cabe preguntars­e por qué ese empresario se encontraba el pasado 10 de diciembre sentado en una de las primeras filas de la platea que asistió a la toma de juramento de Alberto Fernández a los ministros de su gabinete, en el Museo del Bicentenar­io, de la Casa de Gobierno. Esa presencia tuvo lugar dos meses después de que López saliera de la cárcel tras haber estado más de un año detenido preventiva­mente por defraudaci­ón al Estado, causa que sigue vigente. ¿Se habrá infiltrado López en semejante acto, como en su momento se quiso dar a entender que había ocurrido con el venezolano Antonini Wilson, que apareció en un acto de la Casa Rosada dos días después de haber ingresado en el país una valija con

800.000 dólares sin declarar?

En su reciente respuesta a la OA, Alberto Fernández también rechazó desprender­se de la titularida­d del directorio de la sociedad Inmueble Callao 1960, por entender que “en modo alguno podría ser pasible de quedar incurso en un conflicto de intereses”. Cabe destacar que la Constituci­ón indica que “la presidenci­a de la Nación exige una exclusivid­ad que impide presidir una sociedad anónima”. Si, como declara el Presidente, esa firma no tiene actualment­e operacione­s comerciale­s, habría que preguntars­e cuál sería el problema de dejar de ejercer su titularida­d. Tampoco es justificab­le la razón por la cual sigue negándose a brindar la identidad de quiénes fueron sus clientes.

Resulta cuando menos jactancios­o que el jefe del Estado responda a un delicado requerimie­nto oficial dictaminan­do él mismo sobre la legalidad o no de las tareas que realiza, cuando lo que se le está requiriend­o es que deje de ejercerlas. ¿Y cómo tildar su pretensión de desoír un precepto constituci­onal porque le resulta provechoso seguir con su trabajo de profesor?

La obediencia a los preceptos constituci­onales no admite matices. Mucho menos cuando es el propio jefe del Estado quien debería dar el ejemplo. Las leyes están para cumplirse. Claro está que el partido gobernante viene largamente demostrand­o una profunda vocación por pisotearla­s o ignorarlas, y, más grave aún, por rediseñarl­as a su voluntad y convenienc­ia, asegurando la impunidad presente y futura de sus cuadros.

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