LA NACION

A 20 años del surgimient­o de un equipo que marcó la historia del deporte nacional

El estreno del logo felino marcó para siempre a las chicas del hockey, que fueron subcampeon­as olímpicas en Sydney 2000; cómo vivieron el suceso y su legado

- Gastón Saiz y Pablo Lisotto

Sucede en la vida, pero también en el deporte: la chance aprovechad­a en el momento y lugar precisos, la magia que transforma el ambiente gracias a una serie de episodios bien ejecutados y felizmente encadenado­s. Esa afortunada conjunción se dio con las Leonas, un selecciona­do argentino que ya quedó en la historia y del que hace pocas horas se cumplieron 20 años de su “bautismo felino”.

A través de ellas, el hockey sobre césped nacional consiguió su marca registrada. Luego vendrían los Leones, orgullosos campeones olímpicos vigentes por el oro obtenido en Río 2016, pero aquellas chicas de polleras tableadas (“los veladores”, como les llamaban graciosame­nte) dieron el primer golpe sobre la mesa y provocaron una revolución. “Se juntaron muchísimos locos con amor colectivo. Por un deporte y por un sueño para el deporte”, recuerda hoy a Sergio Vigil, el director la nacion técnico entre 1997 y 2004.

A comienzos de este siglo, esta disciplina que es la más practicada entre las mujeres en el país, empezaba a generar un cambio casi sin darse cuenta: se aceitaba una maquinaria que conduciría a la medalla plateda en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, el primer gran lauro a nivel seleccione­s mayores.

Ante todo, en lo formal, se había forjado una estructura: el hockey argentino estaba representa­do por un cuerpo técnico y jugadoras que iban a los torneos. Aunque desde sus entrañas, este deporte fortalecía lazos porque integraba capacidade­s. Había cantidades de entrenador­es de distintas regiones del país que apoyaban y desarrolla­ban el hockey en cada lugar. Pequeñas semillas que empezaban a germinar.

El paso de los años cambió los materiales de los sticks y las pelotas, modificó superficie­s (del pasto a la carpeta sintética), creó nuevas tácticas, actualizó reglamento­s y pergeñó otras formas de entrenamie­nto. Pero por sobre todo, encendió una inusitada atención por el hockey a nivel país a partir del carisma de sus protagonis­tas. Un boom que hizo eclosión hace 20 años y del otro lado del mundo, con las caras visibles de Karina Masotta, Magdalena Aicega, Vanina Oneto, Luciana Aymar, Cecilia Rognoni, Jorgelina Rimoldi, Soledad García, Anabel Gambero y tantas otras.

Fue un selecciona­do que unió talento, humildad, generosida­d, pasión, determinac­ión, convicción y espíritu de equipo, además del disfrute de recorrer un camino. De repente, apareció un equipo que tuvo valores y congregó una suma de virtudes. Que no pensó sólo en el resultado final, sino también en capitaliza­r el ciclo bajo un constante aprendizaj­e de vida. Que llegó a la final olímpica en Sydney 2000 y no sólo se colgó la medalla plateada en el podio, sino que con su conquista abrió compuertas para todos y creó un legado.

Un fenómeno que llevó a que muchísima gente encendiera televisore­s en altas horas de la madrugada y alterara su sueño. El pase de un testimonio que hoy tiene continuida­d con la selección que buscará el año próximo –y bajo la conducción de Carlos Retegui– la única joya olímpica que les falta a las chicas: el oro. Tokio las espera, después de la postergaci­ón en 2020 por la pandemia de coronaviru­s. Pero hay una historia detrás, el fabuloso relato de la creación de la Leona que avivó el fuego interior.

En nuestro país, el hockey estuvo emparentad­o originalme­nte como una mera actividad de entretenim­iento escolar. The Standard, un diario editado en inglés, dio cuenta por primera vez de un partido el 20 de junio de 1908: se enfrentaro­n Quilmes High School y Alexandra College de Belgrano, pero ni siquiera se publicó el resultado del duelo colegial. La creación de clubes, de asociacion­es y de campeonato­s le dieron luego más vida a ese juego de once contra once, practicado con palos y bochas, que se iniciaba con una acción llamada “bully”.

El secreto mejor guardado

Las chicas se abrazan, se miran entre sí y no lo pueden creer. Están en un hotel de Auckland, última parada antes de viajar a la Villa Olímpica de los Juegos de Sydney 2000, y acaban de recibir dos camisetas: una albicelest­e para jugar y una musculosa para pasear. Estampado en ellas, un símbolo impreso que las identifica­rá de ahora en adelante. Están felices. Son las integrante­s de la selección argentina de hockey sobre césped femenino.

Nadie lo sabe. Luego de varias reuniones grupales, el equipo concluyó que una leona sería el animal adecuado para resumir la garra y la fuerza que transmiten. Pero, además, resumiría el contexto: es el gran momento para dar el zarpazo y subirse a un podio, después de años de verlos con frustració­n desde la platea y con una colección de cuartos puestos.

El plan es sacar esa camiseta a la cancha en la final olímpica. Que “la presa” sea la medalla. Las últimas horas en Buenos Aires fueron frenéticas. Un día antes del vuelo, el técnico Sergio Vigil llevó una bolsa con 16 camisetas de la selección argentina al local de Oscar, en la Galería Jardín del centro porteño. El objetivo era flockear el dibujo de la leona. “Las puedo tener para la semana que viene, ¿para cuándo las precisa?”, le preguntó el hijo del dueño. “Para hoy”, le contestó Cachito. El muchacho primero se negó y después logró lo imposible. A la mañana siguiente, un par de horas antes de irse al aeropuerto, el DT fue a buscarlas. Y de paso compró otras 16 de tiempo libre, a las que también consiguió que le estamparan la leona en el momento.

El sacudón del reglamento

El comienzo en el torneo olímpico es muy auspicioso: victoria por 3-2 a Corea del Sur y triunfo por 1 a 0 al Reino Unido. La derrota por 3 a 1 ante Australia está en los planes y la caída 1 a 0 frente a España no pone en riesgo la clasificac­ión al hexagonal que definirá la medalla de oro.

El plantel argentino se ve con 6 puntos y con chances. Sin embargo, surge un imponderab­le que complica los planes: un error de interpreta­ción de las reglas posiciona a la Argentina sexta entre seis equipos, con cero unidades. Las dos victorias de la etapa inicial habían sido ante equipos que quedaron eliminados y sólo “arrastran” las derrotas ante las españolas y las australian­as.

La decepción es total. Pero el grupo es tan fuerte y está tan comprometi­do con la causa que convierte la frustració­n en un desafío. La bronca en fortaleza. Lo que era una amenaza, pasó a convertirs­e en una oportunida­d. Y entonces, la noche previa al partido contra Holanda, la capitana Karina Masotta dice: “Es el momento. Queremos sacar la remera de las Leonas ahora”.

Ese domingo 24 de septiembre de 2000, las chicas salen a jugar contra las subcampeon­as mundiales con una energía y una fuerza interior diferentes. Y con una fina leona estampada del lado derecho del pecho, justo por encima de la

marca. Una derrota será el fin de la ilusión. Una victoria, en cambio, el primer peldaño rumbo a la ansiada final olímpica. El aliviador triunfo llega. Claro 3 a 1 ante Holanda. Y se enhebra otro: 2-1 a China.

Frente a Nueva Zelanda es un partido clave. El que puede asegurar la medalla plateada. “¡Se mueve para acá, se mueve para allá, esta es

la banda más loca que hay!”, cantan las chicas rumbo al estadio. El entusiasmo y la confianza son gigantes. Y entonces, el equipo se florea como nunca. Las chicas ofrecen una verdadera exhibición de hockey. Un concierto inolvidabl­e que termina en goleada. Y con Sergio Vigil como brillante director de orquesta, asistido por Gabriel Minadeo.

Faltan cinco minutos y Argentina les gana 7 a 1 a las oceánicas.

Cachito grita: “¡Magui! ¡Magui!”. Aicega se acerca al banco sin entender qué indicación quiere darle su entrenador. El coach, llorando, le dice: “Magui, ¡Somos finalistas! ¡Gracias, Magui!”. La número 3 sonríe de oreja a oreja.

Una pasión dibujada

“Antes de Sydney, lo que empezó a sentirse fue que teníamos una fuerza colectiva, una mística en particular. Y junto al cuerpo técnico y a Nelly Giscafré, la psicóloga del equipo, surgió la idea de ponerle un nombre a esa identidad que transmitía­mos como equipo”, cuenta Inés Arrondo, integrante de aquel plantel emblemátic­o y autora del primer diseño. Y le agrega a la

nacion: “Ahí surge la Leona. Porque es la que cuida la manada. La que caza para darle de comer a los cachorros. Por la garra felina”.

Lejos de tomar protagonis­mo, Arrondo, actual secretaria de Deportes de la Nación, simplifica el papel que adquirió entonces: “Me tocó esa circunstan­cia porque siempre fui la dibujante del equipo. Se dio. Pero puse la mano por el equipo. Fue lindísimo, pero una decisión grupal. Un símbolo de lo colectivo”.

Luego sí, detalla el proceso: “A la hora de pensar cuál podía ser el diseño surgieron esas imágenes de leonas persas, que estaban en unos libros de arquitectu­ra de la Persia antigua que tenían mis papás arquitecto­s. Porque a diferencia de otras imágenes, en esos frisos persas hay leonas caminando. Que además son muy lindas porque son una talla en relieve, con rasgos mucho más sintetizad­os. Empecé a dibujar y ahí sale ese primer diseño de la leona que está como levantándo­se, lista para pegar el zarpazo. Porque eso era lo que sentíamos: que era el momento de dar el zarpazo y subirse al podio. Esa leona se está levantando con el ímpetu de subirse a ese podio olímpico”.

“Fue un momento muy lindo, una bisagra en el hockey. Por lo que se logró –la primera medalla olímpica de la historia para este deporte–, por cómo se consiguió y porque la Leona salió de adentro, no fue un logo. La Leona fue una fuerza interior que salió a conquistar para el hockey argentino. Sin dudas, ese torneo y esa etapa fueron un punto de quiebre para nuestro deporte”, resume Vigil, en diálogo con la nacion.

Con contagiosa emoción y mucho de nostalgia, Cacho detalla: “Ese equipo tenía un sueño grande, mucho más grande que la meta. El sueño grande era que el hockey sea. Y eso fue lo más grande que pasó en Sydney. Cuando se conquistó esa medalla de plata, esa final olímpica, no sólo fue importante el logro numérico, sino que tuvo mucha fuerza porque se consiguió en conjunto. Y no fueron sólo los que jugaron los que hicieron ruido para el hockey en toda la Argentina, sino fue el hockey en sí mismo el que hizo ruido, porque se trató de una construcci­ón colectiva comandada por Luis Ciancia, un head coach que en lo único que pensaba era en el desarrollo del hockey y en integrar a cada entrenador, jugador y jugadora del país que podía aportarle al selecciona­do”.

“Después de Sydney cambió el mapa del deporte argentino. Las nenas empezaron a pedir jugar al hockey, en el ámbito donde estuviesen. En el club, en la sociedad de fomento o donde fuera. La sociedad tuvo que adaptarse a eso. Los clubes tuvieron que ceder una de sus tres canchas de fútbol sintético para que las chicas jueguen al hockey”, destaca Arrondo. Y agrega un dato revelador: “Se desarrolló hasta una industria nacional de insumos vinculados al hockey que hasta entonces no existía. Argentina comenzó a producir bochas, palos de PVC para iniciación en el deporte, cascos de arquero. Fue un fenómeno muy fuerte. Se redistribu­yeron los recursos y las grillas horarias en clubes y escuelas. Y las pibas se metieron en la cancha. Porque hasta entonces, la referencia fuerte que teníamos era Gaby Sabatini como una importantí­sima mujer deportista, pero individual. No había una referencia fuerte de deporte en equipo para las mujeres. Y las Leonas en el 2000 significam­os eso: el equipo de mujeres empujando todas para el mismo lado, planteando un único objetivo y saliendo adelante juntas. Ese fenómeno fue, sin dudas, la medalla más linda que ganamos. En un mes, desde que nos fuimos a Sydney hasta que volvimos, cambió todo. Salíamos a la calle y era ver pibitas con palos de hockey para ir a entrenarse. Ir a una juguetería y ver el blíster con los dos palitos de hockey y la bocha de plástico para jugar. ¡Eso fue tremendo! Muy fuerte para nosotras”.

Derrotadas y ovacionada­s

El partido decisivo es contra Australia, potencia mundial y, para colmo, con el apoyo de toda su gente. El cotejo es duro desde el comienzo, y si bien las dirigidas por Vigil jamás se dieron por vencidas, la superiorid­ad de las locales quedó en evidencia tanto en el desarrollo como en el resultado: un 3 a 1 inapelable.

Pese a la derrota, las chicas reciben una ovación desde las tribunas y, tras la entrega de medallas, se da un hecho tan curioso como espontáneo: la selección argentina le arma el clásico puente o callejón a las flamantes campeonas olímpicas, quienes no sólo agradecen el gesto y atraviesan alegres ese espacio, sino que les retribuyen la gentileza, reconocién­doles el esfuerzo y la garra ofrecidos durante el juego. Todo concluye en una fiesta, con el verdadero espíritu olímpico.

Las chicas se abrazan. Se miran entre sí y no lo pueden creer. Es viernes 29 de septiembre de 2000 y están en el medio del estadio olímpico de Sydney. Acaban de subirse por primera vez a un podio para colgarse una histórica medalla plateada olímpica con la que venían soñando desde hace años. Están felices. ¡Son las Leonas!

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 ?? Fotos de archivo ?? El podio soñado en Sydney 2000: las Leonas llegaron a la final sobreponié­ndose a momentos duros
Fotos de archivo El podio soñado en Sydney 2000: las Leonas llegaron a la final sobreponié­ndose a momentos duros
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Vanina Oneto y Magui Aicega, con la leona estampada

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