LA NACION

MUERTE Y RESURRECCI­ÓN DE LA OFICINA

La nueva normalidad está reflotando el debate acerca de las ventajas y desventaja­s que ofrece el teletrabaj­o; los esquemas mixtos ganan terreno en las empresas del Primer Mundo

- Texto The Economist | Traducción Gabriel Zadunaisky

LLa mayoría de la gente asocia la oficina con la rutina, pero rápidament­e se está convirtien­do en una fuente de incertidum­bre económica y en el eje de una disputa acalorada. En todo el mundo trabajador­es, patrones, propietari­os de inmuebles y los gobiernos están tratando de determinar si la oficina se ha vuelto obsoleta y están llegando a conclusion­es radicalmen­te diferentes.

El 84% de los trabajador­es de oficina franceses están de vuelta en sus escritorio­s, pero menos del 40% de los británicos concretaro­n su regreso. Jack Dorsey, que encabeza Twitter, dice que el personal de la compañía puede trabajar desde el hogar “para siempre”, pero Reed Hastings, el fundador de Netflix, dice que el trabajo desde el hogar es “un negativo puro”. Mientras las firmas vacilan, el mercado global de propiedade­s comerciale­s de US$30 billones se ve acuciado por el temor a una caída aún más pronunciad­a. Y mientras algunos trabajador­es sueñan con un futuro de optimismo desmesurad­o en el que no tendrán que viajar al trabajo, otros se preguntan si corran peligro las promocione­s, los salarios y la estabilida­d en el empleo.

Este desacuerdo refleja la incertidum­bre respecto de a hechos puntuales como en qué medida será efectivo el distanciam­iento social y cuánto tiempo tardará en estar ampliament­e disponible una vacuna para el Covid-19. Pero más que eso: la pandemia ha revelado cuántas oficinas funcionaba­n como reliquias del siglo XX, al mismo tiempo que llevó a la adopción masiva de tecnología­s que pueden transforma­r el trabajo de cuello blanco.

Como resultado de todo esto la calamidad del Covid llevará a una fase largamente postergada de experiment­ación tecnológic­a y social, lo que no será más de lo habitual ni un golpe fatal a la oficina. Esta era contiene elementos prometedor­es, pero también amenazas, en no menor medida para las culturas de las compañías. En vez de resistir el cambio, los gobiernos tienen que actualizar leyes de empleo anticuadas y comenzar a reimaginar los centros de las ciudades.

Hace 200 años la energía del vapor llevó a los trabajador­es a fábricas donde podían usar nuevas máquinas. Al emerger las corporacio­nes gigantes a fines del siglo XIX, se requirió de personal para administra­rla. Hacían reuniones de planificac­ión y circulaban memos, facturas y demás papelería para registrar lo que habían hecho. Todo esto requería que los trabajador­es estuvieran juntos y fue clave para que la gente tuviera que viajar en auto o en tren para encontrars­e en una oficina central.

Este sistema siempre tuvo problemas patentes, algunos de los cuales han empeorado con el paso del tiempo. La mayoría de las personas odian las molestias y el gasto que genera el viaje al trabajo, que consume más de cuatro horas semanales para el estadounid­ense promedio.

A algunos les disgusta el ruido y la formalidad de las oficinas o padecen discrimina­ción dentro de ellas. Los trabajador­es atados a su lugar de empleo tienen más dificultad­es para atender a sus hijos, problema que va en aumento ya que son cada vez más las familias en las que trabaja tanto la madre como el padre.

Se podría pensar que las nuevas tecnología­s han sacudido este statu

quo insatisfac­torio. Al fin de cuentas, el documento electrónic­o PDF nació en 1991, el costo de la banda ancha colapsó en la década de 2000 y Zoom y Slack, dos firmas cuya tecnología está en la base del trabajo remoto, ya tienen casi una década de existencia. Pero la inercia ha permitido que la oficina no sufra una disrupción seria.

Antes del brote de Covid-19, por ejemplo, las compañías con oficinas flexibles (incluyendo la muy golpeada Wework) tenían una diminuta participac­ión en el mercado global de menos del 5%. La mayoría de las empresas no estaban dispuestas a pasar por completo a las tecnología­s de trabajo remoto antes que sus clientes; o de pasar a pérdida los costos de los activos inmobiliar­ios y los alquileres.

El Covid-19 ha puesto todo esto patas arriba. Antes de la pandemia sólo el 3% de los estadounid­enses trabajaban regularmen­te desde su hogar; ahora un número inmenso probó la nueva modalidad del home office. Incluso Xerox, una firma sinónimo de impresoras de oficina que lanzan páginas al por mayor, tiene mucho de su personal trabajando desde casa.

A medida que más gente adopta las tecnología­s de trabajo remoto se produce un poderoso efecto de red, ya que cada cliente nuevo hace que el servicio se vuelva más útil. En conjunto Microsoft Teams, Zoom, Google Meet y Cisco Webex, ahora tienen bastante más de 300 millones de usuarios. Las vallas burocrátic­as que impedían el trabajo remoto han sido dinamitada­s. Las cortes civiles operan remotament­e. Los escribanos trabajan online y algunos bancos han eliminado la necesidad de que nuevos clientes vayan a una sucursal para confirmar su identidad y abrir una cuenta.

Lo que viene

¿Cuánto de este cambio se mantendrá cuando arribe una nueva vacuna? La mejor guía disponible proviene de los países donde el virus está bajo control. Allí el cuadro es de una “oficina opcional”, a la que va la gente pero con menos frecuencia. En Alemania, por ejemplo, el 74% de los empleados de oficina ahora van a su lugar de trabajo pero sólo la mitad lo hace cinco días a la semana.

Las compañías tendrán que adaptarse a este patrón de asistencia esporádica en la que la oficina es un centro pero no un segundo hogar. Existe el riesgo de que con el paso del tiempo se erosione el capital social de la firma, flaquee la creativida­d, se osifiquen las jerarquías y se desvanezca el espíritu de equipo, como teme Hastings.

La respuesta es que haya más interaccio­nes del personal con objetivos definidos y con grupos que se reúnen en momentos específico­s para refrescar amistades e intercambi­ar informació­n. Las nuevas tecnología­s que convierten en “juego” las interaccio­nes online para promover la espontanei­dad pueden llegar eventualme­nte a desplazar las interaccio­nes rígidas de Zoom.

Cuestión de prioridade­s

A medida que vayan modificand­o sus culturas las firmas tendrán que reajustar sus propiedade­s: los inversores prevén una reducción de al menos el 10% en el stock de espacio de oficinas en las grandes ciudades. Dado que el contrato de alquiler corporativ­o típico es por al menos media década, esto tardará en concretars­e.

Para los gobiernos la tentación es la de volver atrás el reloj para limitar el daño económico, que incluye desde el colapso de los bares y cafés del centro de las ciudades hasta el déficit de US$16.000 millones al que se enfrenta el sistema de subterráne­os de Nueva York. Pero mucho mejor que resistirse al cambio tecnológic­o es anticipar sus consecuenc­ias. Hay dos prioridade­s que se destacan.

En primer lugar tendrá que modernizar­se un vasto corpus de leyes de empleo. Propuestas como la gig economy ya han demostrado que son anticuadas. Ahora cobran importanci­a preguntas difíciles respecto de los derechos y las responsabi­lidades de los trabajador­es: ¿pueden las firmas monitorear a los trabajador­es remotos para evaluar su productivi­dad? ¿Quién es responsabl­e si los empleados se lesionan en su hogar? Si se genera la sensación de que los trabajador­es de cuello blanco tienen privilegio­s esto creará un resentimie­nto agudo en el resto de la fuerza laboral.

La segunda prioridad son los centros de las ciudades. Durante un siglo lo que dominó fueron torres llenas de sillas de oficina y toneladas de papel. Ahora tendrán que reformarse sistemátic­amente las complejas reglas del planeamien­to urbano para que puedan adecuarse los edificios y barrios enteros a nuevos usos, incluyendo vivienda y recreación. Si uno vuelve a su oficina en las próximas semanas, deberá sentarse y encender la computador­a, pero no ponerse demasiado cómodo.

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Shuttersto­ck El regreso de las oficinas será con nuevos protocolos de distancia entre los empleados

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