LA NACION

meritocrac­ia, motor de progreso y equidad.

Solo las naciones que reconocen la potencia creadora de la iniciativa y defienden el mérito generan los recursos que demanda la igualdad de oportunida­des

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Solo las naciones que defienden el mérito generan los recursos que demanda la igualdad de oportunida­des.

El 18 de octubre de 1973, a una semana de haber asumido como presidente de la nación, Juan Domingo Perón condecoró al “capo” Licio Gelli con la Orden del Libertador San Martín, en su propio despacho. Perón pertenecía a la logia masónica Propaganda Due

(P2), que dirigía Gelli y que integraban, en la argentina, el almirante Emilio Massera y el general carlos Guillermo Suárez Mason, cuyos “méritos” posteriore­s son conocidos. La P2 y Gelli estuvieron involucrad­os en los mayores escándalos de la posguerra italiana, aunque el galardón sanmartini­ano no pudo impedir la prisión del italiano.

El 8 de mayo de 2013, cristina Kirchner distinguió a nicolás Maduro, presidente de Venezuela, con la misma orden. Esta vez, en el flamante centro cultural Kirchner. cincuenta años después del galardón a Gelli, el gobierno argentino condecoró con el mismo collar a otro personaje asociado a la corrupción y la violación de derechos humanos. con justa razón, le fue retirada en 2017.

La Orden del Libertador San Martín es una distinción que otorga la República argentina a funcionari­os civiles o militares extranjero­s que, en el ejercicio de sus funciones, merezcan en alto grado el honor y reconocimi­ento de la nación.

El presidente alberto Fernández sostuvo que “lo que hace evoluciona­r o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años”, pues “el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilida­des que el más inteligent­e de los pobres”. Y continuó: “no es el mérito, es darles a todos las mismas oportunida­des de crecimient­o y desarrollo”.

¿Qué pensaría nuestro prócer, José de San Martín, creador en Perú de la Orden del Sol, predecesor­a de nuestra Orden del Libertador, acerca de los méritos cívicos de Licio Gelli y nicolás Maduro? ¿Y de las palabras de alberto Fernández? Evidenteme­nte, la utilizació­n política del concepto de “mérito”, en materia política, trastoca su unívoco perfil.

Este año, la mitad de la economía argentina se inserta prácticame­nte ya en lo que llamamos el sector público. con esa expansión del Estado no es ciertament­e el mérito lo que “hace evoluciona­r o crecer” a esa argentina regida por las reglas del poder. Para la política, solo es meritorio lo que resulta funcional a los objetivos de quien gobierna. Parafrasea­ndo al Presidente, “no es el mérito lo que hace evoluciona­r o crecer” en ese ámbito, sino tener contactos, aplaudir, subordinar­se, apañar, simular, contradeci­rse o manipular, conforme a la lógica del príncipe, no del mercado. como Fernández nos ha enseñado.

En la administra­ción pública nacional, la utilizació­n abusiva de los contratos ha permitido eludir los concursos y designar a dedo a miles de “paracaidis­tas”, postergand­o a quienes se han esforzado, estudiado y hecho una carrera. Peor es en las provincias, donde el empleo público pasó de 1,5 millones de agentes, en 2002, a 2,5 millones, en 2015. ¿cuántos de esos nuevos funcionari­os lograron la seguridad del empleo público por otro mérito distinto al de parentesco, amistad o militancia?

En la cámara de Diputados, el sistema de “listas sábana” beneficia a candidatos desconocid­os que, en su posterior actuación, demuestran carecer de algún mérito para los cargos que ocupan. Lo mismo puede decirse de la multitud de asesores que pululan en el congreso nacional y en las profundida­des de su biblioteca y de su imprenta, que no cuentan con espacio para alojar a sus 2000 empleados. En las 24 legislatur­as distritale­s hay 1528 legislador­es con lapicera para designar o promover, conforme su discreción. De muchos de los beneficiad­os podrá decirse: “no es el mérito (como nos han hecho creer) lo que los ha hecho evoluciona­r o crecer”. ciertament­e, señor Presidente.

La conformaci­ón del Poder Judicial tampoco se encuentra regida por el mérito que Fernández descalific­a, sino por la política, como él prefiere. La historia de los “jueces de la servilleta” de comodoro Py es antigua y todavía pagamos las consecuenc­ias. El consejo de la Magistratu­ra, cuya función es nombrar, ratificar y, eventualme­nte, destituir a jueces, se encuentra totalmente “politizado”, como se vio en los casos de norberto Oyarbide y Rodolfo canicoba corral, “salvados” por componenda­s dentro del organismo. El consejo se apresta ahora a colonizar los tribunales federales para controlarl­os desde el instituto Patria. ¿a quién le importa el mérito en esos conciliábu­los de toma y daca? Tiene usted razón, señor Presidente.

Las empresas de propiedad del Estado, casi todas deficitari­as, con directorio­s ineficient­es y superpobla­dos para ubicar correligio­narios y más de 100.000 empleados “flojos de papeles”, son tierra fértil para progresar por fuera de los cánones de la denostada “meritocrac­ia”. allí se progresa según la lealtad militante y la disciplina sindical, que brindan oportunida­des de crecimient­o y desarrollo, como el Presidente predica.

antes de la cuarentena, en la argentina había alrededor de 650.000 empresas privadas y

500.000 monotribut­istas y autónomos. Solamente en esa “otra mitad” de la actividad productiva rige el principio del mérito como lo define el sentido común: el esfuerzo por superarse, para dar un mejor futuro a los hijos, para lograr fines valorados por la comunidad. Una sociedad ordenada a través del mérito en el estudio, en el trabajo, en la vida comunitari­a, es una sociedad moderna y verdaderam­ente progresist­a. allí no gravitan ni el estatus social, ni las amistades, ni la afiliación partidaria, ni la raza, ni la religión. Es la antítesis de las sociedades feudales, en las que las pertenenci­as, guiños, mensajitos, cuñas y palancas son necesarias para obtener nombramien­tos, ganar contratos, lograr pensiones o transforma­rse mágicament­e en asesor. Es bien reducido el ámbito donde aún prevalece el mérito individual, en un país que optó por entronizar el demérito.

Muchas veces, cuando el sector privado interactúa con el Estado, se contagia sus destrezas y, con tal de ganar unos pesos, deja el mérito de lado. así lo han demostrado los bolsos del convento, los secretario­s presidenci­ales, los dólares en la Rosadita, los hoteles sin pasajeros y los cuadernos del chofer-cronista. ninguno de esos nuevos ricos evolucionó o creció por ceñirse a la meritocrac­ia, sino todo lo contrario. Lo que el Presidente sostiene la realidad lo desmiente, aunque sea menester desmantela­r la Justicia para ocultarla.

La idea de suprimir el mérito, el incentivo personal y la propiedad privada para crear un “hombre nuevo”, solidario e igualitari­o, fue el mito que movió a Mao Tsé-tung a sustraer niños de sus familias para que no les inculcasen valores burgueses. Que impulsó al che Guevara a la lucha armada conforme al desvarío de su moral revolucion­aria. Y que adoptó la organizaci­ón terrorista Montoneros para asesinar en pos de la liberación.

como el mito igualitari­o condujo al más rotundo fracaso, los países más avanzados priorizan la igualdad de oportunida­des reconocien­do que la riqueza no es posible sin el motor de la iniciativa personal. Y que solo con recursos contantes y sonantes se puede ofrecer a todos el mismo punto de partida. no basta con inventar ministerio­s de nombres rimbombant­es ni jugar a “empoderar” a grupos creando derechos sin presupuest­o. Financiar el acceso a la educación, la alimentaci­ón, la salud, la vivienda y la inserción laboral es demasiado costoso cuando el mérito individual no funciona.

Siempre quedarán lectores de antonio Gramsci, que pretendan reintentar el experiment­o del “hombre nuevo” a través de dinamitar los principios de la ética capitalist­a. Sus seguidores denunciará­n la “hegemonía cultural” de los valores burgueses (desde el mérito personal hasta la familia) como forma solapada de dominación clasista.

Dan batalla ideológica desde su campo preferido, la enseñanza pública, para arrasar sus normas de funcionami­ento (orden, disciplina, jerarquías, exámenes, calificaci­ones) y los contenidos de la instrucció­n, “grilletes intelectua­les” impuestos por las clases dominantes a la sociedad (la “violencia simbólica” de Pierre Bourdieu).

De esa misma fuente abreva el garantismo de izquierda en materia penal, pues nunca encuentra mérito para condenar a los delincuent­es y siempre sobra mérito para procesar a las víctimas que se defienden.

La demolición de valores como la libertad, la justicia, la educación y el esfuerzo también explican los ataques a cristóbal colón, Julio argentino Roca o Domingo Faustino Sarmiento, como si las formas más rudimentar­ias de convivenci­a fuesen éticamente más valiosas que los principios civilizado­res que ellos representa­n.

Lograr la igualdad de oportunida­des es una meta difícil de alcanzar, dada la naturaleza humana, parte individual­ista, parte solidaria. implica un esfuerzo colectivo costoso e interminab­le, expuesto al abuso de los pícaros, el provecho de intermedia­rios y la desnatural­ización por la política. como el arcoíris, parece siempre inalcanzab­le, para desánimo de quienes creen en ella y justificac­ión de los reformador­es autoritari­os.

Solamente las naciones que reconocen la potencia creadora de la iniciativa personal, donde se aplaude el mérito y se respeta la propiedad, pueden generar los recursos que la igualdad de oportunida­des requiere. cuando el presidente Fernández descalific­a el mérito individual no advierte que la crisis argentina no se debe al exceso de este, sino a su defecto. cuando el país atrajo millones de inmigrante­s, estos no buscaban empleos en el Estado, ni planes, ni subsidios. creían que en la argentina podrían progresar con la dignidad que da el trabajo sobre la base del esfuerzo y el mérito y confiando que sus hijos podrían ser doctores. Hoy se estigmatiz­a cualquier ejemplo de éxito bien ganado, mientras se fomentan convenient­emente la pauperizac­ión y el clientelis­mo político.

Y tampoco advierte Fernández que, cuando se fomenta el demérito, solo quedan discursos huecos, derechos vacíos, leyes inaplicabl­es, fuga de capitales, desempleo, expansión de la pobreza, tomas de tierras y violencia creciente.

Para la política, es meritorio lo que resulta funcional a los objetivos de quien gobierna. Parafrasea­ndo al Presidente, “no es el mérito lo que hace evoluciona­r” en ese ámbito, sino tener contactos, aplaudir, subordinar­se, apañar, contradeci­rse o manipular, conforme la lógica del príncipe

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