LA NACION

Con poco, hacen mucho: los países pobres que le ganan a la pandemia

Factores diversos, como la geografía, la densidad poblaciona­l y la estructura etaria, les permitiero­n a naciones de África y Asia contrapesa­r con éxito la falta de recursos

- Inés Capdevila

Mar o millones, esos parecen ingredient­es mágicos para controlar o detener el coronaviru­s. Cualquier país o territorio rodeado por alguno de ellos tiene, según muestran los rankings globales de contagio, muerte y millones, más chances de presentarl­e batalla a la pandemia que otros que no tengan a su alrededor océanos o dinero.

De los 40 países o territorio­s que menos casos totales tienen de Covid-19, 28 son islas, de acuerdo con el ranking de Worldomete­rs.info. De las 50 naciones que más testean, 39 tienen un PBI per cápita superior a

25.000 dólares, algo más que dos veces mayor al argentino.

Claro que los millones y los testeos intensivos no son la receta infalible para detener el virus; lo atestiguan desde Estados Unidos hasta Gran Bretaña e Israel (todos con más de

300.000 pruebas por millón de habitantes) o Chile y Perú, las naciones que más testean en América del Sur y que también más casos por millón de habitantes tienen.

A la inversa, incluso, tener bajos ingresos no indica que un país se convertirá necesariam­ente en tierra fértil para el avance de la pandemia. Varias de esas naciones están, de hecho, entre las que mejor y con menos daños sanitarios han contenido, por ahora, el virus.

Una combinació­n de factores tan diversos como geografía, densidad de población, estructura etaria, antecedent­es epidemioló­gicos, comportami­entos culturales les permitiero­n a varias naciones pobres, desde Asia hasta África, contrapesa­r con éxito la falta de recursos, la precarieda­d de sus sistemas de salud o la debilidad institucio­nal y política en su estrategia antipandem­ia.

Claro que esos países no presentan solo certezas y buenos números. Se enfrentan también a preguntas determinan­tes sobre el devenir de la curva; y las incógnitas son muchas. ¿Son sus números ciertos? ¿O son solo parciales –mucho más que en el resto del mundo–, silenciado­s por la falta de testeo o por gobiernos autoritari­os? ¿Pasó ya la amenaza del Covid-19 por completo? ¿O es la calma antes de un tormentoso rebrote, un repunte avasallado­r que empequeñez­ca la primera oleada de la pandemia?

Por ahora, todos contienen tanto el avance del virus como el aliento, consciente­s de que cualquier distracció­n en sus sistemas de vigilancia epidemioló­gica o en su comportami­ento social puede derivar en un brote que arrase con estructura­s médicas y hospitalar­ias que no están preparadas. 1 ¿Los Uruguay o las Cuba de Asia?

Tailandia fue el primer país fuera de China que registró un caso de coronaviru­s, un turista chino, en enero pasado. Hoy, nueve meses y un millón de muertos a nivel global, la nación del sudeste asiático lleva un total de 3500 contagios y 59 decesos.

Con 70 millones de personas, Tailandia no es el país más grande de ese rincón del sudeste asiático que rodea al río Mekong; lo es Vietnam. Sin embargo, enclavado en una región en puja constante por salir de la pobreza, sí es el más rico, gracias a su potente turismo y a su industria textil. Su PBI per cápita alcanza los

7300 dólares y es bastante inferior al argentino (entre 11.000 y 12.000 dólares) pero está muy por encima de los 2600 de Vietnam y Laos, o los

1500 de Camboya.

Con un pico de casos en abril y marzo y un confinamie­nto inicial de semanas, Tailandia está desde hace meses en una meseta bajísima de infeccione­s al punto de que, durante 100 días, no tuvo circulació­n comunitari­a del virus. ¿Cuál es el secreto? Los organismos internacio­nales y los especialis­tas no concuerdan en una causa en particular, tanto que, en julio pasado, The New York Times publicó una larga crónica sobre el éxito tailandés bajo el título de “nadie sabe qué es lo que está haciendo bien Tailandia”.

Los especialis­tas sí identifica­n, sin embargo, un antecedent­e que modificó las políticas y hábitos sanitarios de Tailandia. Y no solo allí, también en el resto de los países en torno al río Mekong. Porque si Tailandia es un éxito por ahora, sus vecinos lo son, en principio, más todavía. Con muy pocos números de contagios, ni Laos ni Camboya ni Vietnam registraro­n aún muertes por coronaviru­s.

Todas esas naciones se estremecie­ron en 2002 y 2003 con el SARS, el antecesor del Covid-19 que asoló a Asia y que forzó a la región a mejorar su estructura sanitaria y levantar sistemas de vigilancia epidemioló­gica.

Dieciocho años después, la llegada de esta pandemia activó automática e inmediatam­ente todos esos sistemas en las naciones del sudeste asiático. Como si se tratara de bajar un interrupto­r, ante las primeras pistas, ya en febrero, Tailandia, Vietnam, Laos y Camboya pusieron en marcha los motores de sus campañas de comunicaci­ón, su monitoreo de fronteras, sus rastreador­es y sus medidas de distanciam­iento e higiene. Aun sin altos niveles de testeo, la eficacia y efectivida­d de esos sistemas se mantienen mientras otras regiones del mundo van ya por su primero o segundo rebrotes.

Otros dos elementos acercan a esos países y sus números ante el virus. Por un lado, la impronta cultural hace que el distanciam­iento físico sea más habitual que, por ejemplo, en América Latina. Por el otro, aunque en diferentes niveles, todas esas naciones tienen gobiernos de sesgo autoritari­o, lo que habilitó medidas de confinamie­nto más rigurosas, como en China.

La mano dura de esos gobiernos recae también sobre sus medios de comunicaci­ón. ¿Quiere decir entonces que sus números positivos son poco confiables? Si la situación fuese más dramática, hoy se sabría; el control de sus Estados sobre la informació­n y las redes no es ni de cerca el que la tecnología y la ubicuidad les permiten al gobierno de Xi Jinping y al Partido Comunista Chino (PCCH).

En cierta forma, esas naciones del sudeste asiático se acercan a la experienci­a cubana frente al coronaviru­s: países con gobiernos autoritari­os que contuviero­n el virus pese a sus bajos recursos y gracias a experienci­as pasadas o sistemas de salud muy sólidos, como el de la isla del Caribe, que tiene 5412 contagios confirmado­s y 120 muertes.

Si las naciones del río Mekong comparten rasgos con Cuba, hay otro país asiático que se asemeja a Uruguay. Con China al sur y Rusia al norte, Mongolia está encerrada por dos naciones grandes y con altísimos números de infeccione­s; en el caso de Uruguay, esas son Brasil y la Argentina.

Esa legendaria nación de nómades, de 3,3 millones de habitantes y amplias extensione­s, comparte una frontera de 4600 kilómetros con China, lo suficiente­mente grande como para que se filtraran casos desde los primeros días de enero. Pero una baja densidad de población y la rápida reacción del gobierno mongol, apenas China confirmó oficialmen­te su caso, le permitió llegar a septiembre con solo 320 casos. Ya el 22 de enero, Mongolia comenzó a testear a su población y a cerrar las fronteras. El primer caso recién fue registrado el 9 de marzo y, como el sistema de vigilancia estaba ya tan alerta, inmediatam­ente las autoridade­s dieron con 120 contactos del paciente.

Le siguió un confinamie­nto focalizado en la región del contagio, con lo que el país pudo evitar que el virus abriera una ruta descontrol­ada y que sus sistemas de rastreo y aislamient­o sigan siendo hoy la herramient­a más efectiva. Como Uruguay, hoy Mongolia apenas tiene un puñado de casos activos y logró aislarse de las olas pandémicas de sus vecinos.

2 La traumática memoria de Liberia

no solo Asia estuvo marcada por el recuerdo de un virus. La imagen de cuerpos en la calle fue uno de los primeros momentos de estremecim­iento en la región, un hito que desde Guayaquil le anticipaba a América Latina que la pandemia era una amenaza de temer. Ese escenario golpeó a Liberia mucho antes, entre 2014 y 2016, cuando otro virus, el Ébola, se ensañó con ese país y sus vecinos de África occidental. no tan contagioso como el coronaviru­s, pero inmensamen­te más letal, el virus dejó miles de muertos, muchos de ellos en las calles de West Point, la mayor villa de Monrovia, la capital.

Organismos internacio­nales, gobiernos occidental­es, especialis­tas y autoridade­s locales, estimaron, al principio de la pandemia, que el Covid-19 eclipsaría los daños provocados por cualquier otro virus en el continente más pobre del mundo. Por ahora, se equivocan.

Si la estructura médica del sudeste asiático es frágil, la de este rincón de África está entre las más débiles del mundo. Tailandia, el país con sistema más sólido, en la zona del río Mekong tiene menos de un médico y tres camas hospitalar­ias cada 1000 habitantes. En Cuba la tasa es de ocho médicos y de cinco camas, mientras que en la Argentina era –previo a la pandemia– de cuatro médicos y cinco camas.

En Liberia, esas cifras se desploman a niveles escandalos­os: 0,04 médicos y 0,8 camas cada 1000 habitantes. De hecho, este pequeño país africano tenía, al comenzar la pandemia, solo un respirador para una población de cinco millones de personas (en la Argentina eran, en marzo, más de 6000).

Pero si el Ébola le dejó a Liberia un recuerdo traumático, la certeza de que su estructura hospitalar­ia es deficiente y casi 4814 muertos también le heredaron un sistema de seguimient­o y una fuerte conciencia comunitari­a de control de riesgos. Y, sobre todo, les dejó la experienci­a de lo que funciona y qué no ante una epidemia.

“África ha sido golpeada con fuerza por la pandemia, pero el continente no ha visto las cifras de muerte e infeccione­s que tienen los países más avanzados. Solo podemos atribuir esto a la piedad de nuestro Dios todopodero­so, que se cercioró de que las prediccion­es de muerte masiva en África no se materializ­aran”, dijo el miércoles ante la ONU el presidente de Liberia y exestrella del Milan y del PSG, George Weah.

Más que a Dios, Liberia debería agradecerl­es, más bien, a sus propios ciudadanos y dirigentes, que –juntos– contribuye­ron a que, tras nueve meses de pandemia, su país apenas cuente con 1338 y 82 muertos y una tasa de decesos por millón de habitantes cercana a la del país hasta ahora más indemne de América Latina, Uruguay.

Además de la rápida reacción para controlar los vuelos internacio­nales, los especialis­tas rescatan, como primera medida, el rastreo y aislamient­o. Apenas irrumpió la pandemia en el mundo, el gobierno convocó al equipo de rastreo que había trabajado con el Ébola, un ejército de trabajador­es de la salud, estudiante­s, funcionari­os públicos que conocían ya los rincones del país, sus puntos de más exposición y sus fortalezas.

Con poca capacidad de testeo, el rastreo de casos potenciale­s fue fundamenta­l y contó con ayuda comunitari­a; el aislamient­o fue en unidades especiales montadas por el gobierno y no en los hogares de los contagiado­s, ya que una gran mayoría de la población de Liberia reside en viviendas multifamil­iares, un fuerte vector de contagio.

El estado de emergencia decretado por Weah en abril llegó hasta julio, pero más que en confinamie­ntos generaliza­dos, se basó en cuarentena­s focalizada­s. Ya en 2014, Liberia había ensayado con los confinamie­ntos obligatori­os pero derivaron en la violenta rebelión de miles de personas, desesperad­as por trabajar para comer.

Como sus vecinos de ese rincón africano, Liberia se benefició en su lucha contra el virus por un rasgo presente a lo largo del continente: la baja edad de la población. La mediana de edad en ese país es 18,8 (en la Argentina es 32) y el 54% de la población tiene menos de 24 años. Junto con el rastrillaj­e permanente de casos y la fuerte conciencia social de cuidado, eso permitió que la tasa de decesos de Liberia sea hoy muy baja y que la escalofria­nte imagen de cuerpos en las calles no sea una postal de la pandemia de Covid-19 como sí lo fue la epidemia de Ébola.

En un informe divulgado anteayer, la OMS advirtió que, precisamen­te como sucede con Liberia, lo que explica, por ahora, la baja incidencia del coronaviru­s en África es una combinació­n de “baja densidad de población, clima cálido y húmedo y alta proporción de jóvenes”, un fenómeno que permitió al continente escapar del crecimient­o exponencia­l que sufrieron otras regiones.

3 el enigma de Paquistán

Tres rasgos comparte Paquistán con Liberia frente a la pandemia. La nación asiática, con unos 200 millones de habitantes, tiene una población joven, con una mediana de edad de 23 años y una serie de creencias que condiciona­n la relación de los paquistaní­es con el sistema de salud. Su PBI per cápita es de 1400 dólares, apenas superior al liberiano.

Y, durante la epidemia de Ébola, el personal de salud descubrió que muchos liberianos no llevaban a sus familiares enfermos a los dispensari­os o centros asistencia­les porque no podían ver desde afuera lo que hacían con ellos cuando los dejaban para ser atendidos. La solución fue entonces abrir ventanales y, en lo posible, reemplazar paredes por verjas.

En Paquistán, las autoridade­s y muchos especialis­tas temen que ese mismo miedo al sistema de salud, al aislamient­o y a la estigmatiz­ación por el contagio haya disuadido a cientos de miles de pacientes de acercarse a los hospitales o centros de testeos. Y, por lo tanto, transcurre­n la enfermedad en sus hogares y sin ser contabiliz­ados.

Es uno de los argumentos con los cuales intentan resolver uno de los grandes enigmas de la pandemia de coronaviru­s: ¿por qué Paquistán tiene tan pocos casos y más aún en comparació­n proporcion­al con su vecina y rival, la India?

Con cerca de 310.000 infeccione­s y 6451 muertos, Paquistán cuenta con una tasa de 1393 contagios y 29 muertos por millón de habitantes. En la India, esa tasa es considerab­lemente mayor: 4267 infeccione­s y 68 fallecimie­ntos por millón de habitantes.

La India también tiene una población joven con una mediana de edad de 26, pero es el doble de densa que Paquistán e hizo ya 50.000 test por millón de habitantes, tres veces más que su vecino. Así explica el gobierno de narendra Modi la diferencia en números y advierte que los contagios de Paquistán no están informados.

Un estudio serológico realizado por investigad­ores paquistaní­es y la OMS en julio les da algo de razón: según sus resultados, el 11% de los paquistaní­es tiene anticuerpo­s contra el Covid-19, es decir, más de dos millones de personas.

Sin embargo, el gobierno paquistaní le responde a su contracara india que la baja incidencia del virus es el resultado de una exitosa estrategia de confinamie­ntos focalizado­s y del comportami­ento ordenado de la población. Por su parte, las autoridade­s hospitalar­ias argumentan –en esa línea– que sus institucio­nes nunca estuvieron saturadas y que el nivel de muertos es el real.

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FAYAZ Aziz/reuters Controles en una escuela de Peshawar

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