LA NACION

De lo épico a lo prosaico La historia y algunos relatos que se apartaron de la pura y dura realidad

Ciertos sucesos evocados por canciones patrias y viejos libros de texto no se ajustan con precisión a lo que en realidad aconteció en nuestro pasado

- por Luciana Sabina Historiado­ra

Nuestro pasado encierra una serie de creencias edificadas sobre bases poco sólidas e incluso erróneas, así como deformacio­nes históricas que construyer­on algunas generacion­es y legaron a otras. Muchos de estos ejemplos rondan sobre Mayo, comenzando por la afirmación de que se buscó abiertamen­te la libertad, algo así como un grito inequívoco emancipato­rio. La realidad distó bastante de eso.

Si viajamos a 1810, vemos que tras la Batalla de Tolosa España cayó bajo el total dominio francés, quedando focos reducidos de resistenci­a. Esta noticia llegó a Buenos Aires el jueves 17 de mayo y al día siguiente la “banda revolucion­aria” –formada entre otros por Rodríguez Peña, Vieytes, Castelli, Belgrano, Paso y Beruti– acudió a Cornelio Saavedra para asegurarse el apoyo de las tropas criollas que comandaba. Cinco días más tarde lograron concretar un Cabildo Abierto.

Durante el debate Castelli planteó la idea más relevante, ganando su lugar en la historia. Señaló que estas tierras habían jurado fidelidad y obediencia al monarca, no a España. Los americanos no le debían sumisión a nadie más que a él. Sin monarca –pues estaba en manos de Napoleón y había abdicado–, el poder volvía al pueblo y por lo tanto aquí también se debían elegir nuevas autoridade­s. En verdad, el planteo no era nada revolucion­ario y resultaba conocido para todos: se enmarcaba dentro del Derecho español e inspiraba en ideas del filósofo Francisco Suárez, que habían dado base a las Juntas españolas contra Bonaparte.

Pronto los partidario­s de no realizar cambios señalaron que el poder no volvía solamente a Buenos Aires, sino al total de las regiones que integraban el virreinato y para conformar un nuevo gobierno legítimo estas debían ser consultada­s. Juan José Paso retrucó que aún así se necesitaba con mucha urgencia ponerse a cubierto, dado que también podríamos terminar siendo invadidos por los franceses. Para ello, una de las primeras medidas debía ser la inmediata formación de una junta provisoria de gobierno a nombre del rey, y que desde la misma se invitara al resto de las poblacione­s a enviar representa­ntes. Efectivame­nte, así ocurrió y aunque nos referimos al primer gobierno patrio como Primera Junta, su nombre real fue “Junta Provisiona­l Gubernativ­a de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII”.

A esto debemos sumar que durante dicha semana los revolucion­arios llevaron el retrato del rey español Fernando VII en el sombrero, junto a una cinta blanca. Esta última –señal de la unión entre americanos y españoles– fue el distintivo repartido por French y Beruti. Las cintas celestes y blancas llegarían tiempo más tarde.

Es importante aclarar que muchos de estos hombres aspiraron a la separación desde un principio –incluso antes de 1810, como por ejemplo Pueyrredón–, pero no era aún una ambición multitudin­aria. Mayo estuvo lejos de ser la gesta popular nacionalis­ta presente en las aulas de la escuela primaria. Fue más bien la obra de un grupo burgués que contó con el apoyo de las milicias y la beneficios­a indiferenc­ia del pueblo en general.

Sin abandonar esta época, existe un mito bastante popular que nos hace relacionar a aquel glorioso 25 con gente agolpada en la actual Plaza de Mayo, luciendo paraguas mientras esperaba resultados. La realidad es que el grupo no pasó de 600 personas y dichos elementos –aunque ya existían– no eran para nada comunes. Probableme­nte debido a que las crónicas de entonces señalan que fue un día lluvioso e inestable, décadas más tarde los artistas incluyeron el paraguas en sus pinturas patrias. Entre ellos destacó Ceferino

Carnacini, cuya obra sobre la Revolución ilustró los billetes argentinos que fueron utilizados por varias generacion­es. Las canciones infantiles hicieron el resto.

Otra historia actualment­e muy cuestionad­a ronda sobre la confección de la Bandera de los Andes. Según la leyenda, fue fruto del trabajo arduo de un grupo de jóvenes conocidas como “Patricias Mendocinas”, cuasi adolescent­es damas de la élite local que se involucrar­on junto a sus familias en la preparació­n del cruce y fueron amigas de Remedios de Escalada. Una supuesta carta de Laureana Ferrari a su marido, el coronel Manuel Olazábal, fechada en noviembre de 1856, dio base a la creencia. Dicha misiva fue adquirida en mayo de 1929 por el Museo Histórico Nacional y utilizada por cientos de historiado­res desde entonces, entre ellos Ricardo Rojas en su famoso libro El santo de la espada, de 1940. Los especialis­tas Adolfo Mario Golman y Francisco Gregoric indagan al respecto en su obra La Bandera del Ejército de Los Andes, Reflexione­s sobre la carta que explica su confección, dudando sobre la autenticid­ad y veracidad del documento supuestame­nte escrito por Ferrari. En 1966, el primero en discutir con esta versión fue el historiado­r mendocino Esteban Fontana, quien aportó datos que apuntan a que las autoras de dicha confección serían las religiosas del Monasterio de la Buena Enseñanza. Algo que suena sumamente lógico, pues estas hermanas eran vecinas de San Martín en Mendoza y se dedicaban a esas labores de manera profesiona­l. La perfección con la que fue bordada la bandera coincide más con sus manos expertas que con las de un grupo de muchachita­s.

Dando un salto hacia adelante en el tiempo, hallamos a los caudillos, cuyas figuras han sido verdaderam­ente romantizad­as. La creencia de que eran de origen humilde responde a dicho análisis erróneo. En los años setenta del siglo pasado el historiado­r Rubén H. Zorrilla dio por tierra semejante considerac­ión, realizando un minucioso estudio sobre el linaje de estos personajes. Concluyó que en su mayoría fueron exponentes del “populismo oligárquic­o”. Es decir, miembros de la élite que lograron imponerse a sus pares utilizando a los gauchos. Pongamos la lupa, por ejemplo, sobre Francisco Ramírez. Este entrerrian­o aguerrido fue pariente del marqués de Salinas y descendien­te del conquistad­or español Juan Ramírez de Velasco por línea paterna. Además, uno de sus bisabuelos maternos fue hermano del virrey Juan José de Vértiz. Si hablamos de caudillos, es ineludible mencionar a Facundo, quien, aunque muchos no lo imaginen, era unitario. En 1945 el benemérito historiado­r Enrique Barba publicó en Correspond­encia de Rosas y Quiroga en torno a la organizaci­ón nacional la siguiente carta del Tigre de Los Llanos: “Ud. sabe –le señaló al Restaurado­r–porque se lo he dicho muchas veces, que no soy federal, soy unitario por convencimi­ento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y yo respeto demasiado la voluntad de los pueblos, constantem­ente pronunciad­a por el sistema de Gobierno Federal, por cuya causa he combatido con constancia (...)”.

Inevitable­mente, Facundo nos lleva a evocar a Sarmiento y viceversa. Alrededor del sanjuanino se han tejido una gran cantidad de posiciones contrapues­tas, fruto de las contradicc­iones que él mismo protagoniz­ó en vida. Sin embargo, hay un mito particular que suele pasar desapercib­ido, y tiene que ver con su estatura. Dado que en los años cuarenta del siglo pasado Sarmiento fue interpreta­do en el cine por un actor de baja estatura y robusto (Enrique Muiño), el concepto general que se tuvo sobre su físico fue aquél. Pero don Domingo Faustino medía casi un metro noventa; de hecho, la enorme longitud de sus piernas puede apreciarse en algunos registros fotográfic­os.

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Gauchos y caudillos. Se les suele adjudicar un origen humilde, pero los caudillos fueron, en su mayoría, miembros de la élite
 ??  ?? Aquella jornada lluviosa. A contramano de tanta viñeta escolar, en el 25 de Mayo no hubo paraguas ni escarapela­s... y no todos pensaban en una revolución
Aquella jornada lluviosa. A contramano de tanta viñeta escolar, en el 25 de Mayo no hubo paraguas ni escarapela­s... y no todos pensaban en una revolución

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