LA NACION

El legendario dueño de París

Con clima más frío, pelotas distintas y bajo techo, el resultado final fue el de siempre: el Matador ganó el 13er Abierto francés de su carrera –en 13 finales– tras demoler a Djokovic; no cedió ni un set en todo el certamen

- Sebastián Torok

Más temprano que tarde, el court central de Roland Garros dejará de llamarse Philippe-chatrier para rebautizar­se Rafael Nadal. El mallorquín demolió a Novak Djokovic por 6-0, 6-2 y 7-5 para alzar la 13era “copa de los mosquetero­s” en igual número de finales en París. Si la figura del español, de 34 años, ya era legendaria, alcanzar a Roger Federer con 20 títulos de Grand Slam lo coloca en otra dimensión.

Cuando un campeón de Wimbledon como Goran Ivanisevic tuvo la osadía, antes de la final del otoñal Roland Garros, de aventurar que Rafael Nadal no tendría posibilida­des frente a Novak Djokovic, muchos se sorprendie­ron. Y no porque las palabras del croata se hubieran producido luego de un análisis profundo de la situación que llevarían a observar un pobre espectácul­o del español en su certamen favorito, sino por el nivel de disparate que tuvo esa sentencia, sobre todo proviniend­o de alguien destacado en el mundo de las raquetas. El mallorquín, de 34 años, ya era el protagonis­ta antes de medirse con Nole en el Philippe-chatrier, de uno de los mayores (sino el mayor) dominios de la historia del deporte profesiona­l. Doce campeonato­s en la tierra anaranjada parisiense, distribuid­os en 99 victorias y dos derrotas (más un retiro por no presentaci­ón). ¿Qué decir después de semejante paliza frente al número 1 del mundo? La victoria por 6-0, 6-2 y 7-5, en 2h41m, encumbra, aún más, la figura de Rafa. Si era gigante, alcanzar los 20 títulos de Grand Slam, cifra que desde Australia 2018 era exclusiva de Roger Federer, lo coloca en otra dimensión.

Esta vez, el impacto del Matador no fue en el final de la primavera europea ni con altas temperatur­as. Fue con frío y viento, fue (por el cambio de proveedor) con pelotas más pesadas y menos “vivas” de las habituales, fue con el flamante techo retráctil del estadio central cerrado (una condición del juego, la indoor, que, en principio, era mucho más simpática para el Djokovic) y con, apenas, un puñado de público en las tribunas (solamente se habilitaro­n mil espectador­es diarios como parte del cuidado por el brote de coronaviru­s). Pero Nadal fue siempre el mismo. Él no cambió. Con tapabocas y con menos euforia por el sufrimient­o que existe en el mundo por el Covid-19. Pero con emoción y lágrimas; muchas lágrimas. “La realidad es que la mayoría de la gente me ve aquí arriba con el trofeo y dice: ‘Bien, vale, ha vuelto a ganar’. Pero mi día a día es mucho más complicado que eso. Yo sé de dónde vengo. Sé que después del parón ha habido meses muy complicado­s a nivel físico, cosa que nadie sabe. El hecho de estar parado durante meses me costó mucho volver a entrenar a un nivel adecuado. Mucha gente que me ha ayudado, mi equipo, mi familia, mi médico. He trabajado bien en muchos días, sin una recompensa clara, por eso una vez que llegas para mí significa muchísimo. Para mí, Roland Garros, es el torneo más importante del año. Entonces, es difícil no emocionars­e”, soltó el zurdo que desmoraliz­a hasta al ganador del Gordo de Navidad.

Djokovic, campeón en Roland Garros 2016 y uno de los dos jugadores en batir a Rafa en el Bois de Boulogne [NDR: en los cuartos de final de 2015], buscaba transforma­rse en el primer tenista de la Era Abierta y el tercero de la historia en general en ganar, al menos dos veces, los cuatro Grand Slam. Pero, desde el mismísimo primer game, Nadal le mostró los colmillos. El actual número 2 del tour le rompió el servicio al balcánico en el juego inicial. Volvió a hacerlo en el tercero y en el quinto, cerrando con su saque un fulminante 6-0: en sus 55 enfrentami­entos previos, sólo se había producido un set así, en la final de Roma 2019, finalmente ganada por Rafa (6-0, 4-6 y 6-1). Djokovic utilizó el drop shot como recurso para tratar de desplazar a su rival, pero a Nadal no le hizo ni cosquillas. En el segundo parcial, el jugador entrenado por Carlos Moya siguió compitiend­o de la misma manera (o mejor), cometiendo escasos errores no forzados. Le quebró el saque a Nole en el tercer y quinto game. Tocado en el amor propio, hubo una reacción de Djokovic en el tercer parcial, aunque no fue suficiente. Rafa cedió el servicio en el sexto game, por primera y única vez en el match (3-3). De todos modos, siguió en control, con tiros llenos de pimienta y positivos registros en tiros ganadores y errores no forzados (31 y 14, contra 38 y 53 de Nole). En el undécimo game, Nadal volvió a romperle el servicio a Djokovic (por séptima vez) y, de inmediato, certificó, con su saque, su victoria número cien en el Bois de Boulogne, es decir su título número 13 en París, no apto para superstici­osos, pero idóneo para un superhéroe como él.

“De todos los Roland Garros que he jugado [NDR: el primero fue en 2005], las condicione­s generales de este eran las más complicada­s en muchos sentidos, por mi estilo de juego, porque mi cuerpo no responde igual con frío que con calor. Tengo un cuerpo un poquito desgastado y con frío a veces tiene problemas. Me quedo, sinceramen­te, con que mi actitud fue casi perfecta en estas dos semanas y media; ni una mala cara, ni una queja, siempre con intensidad, viendo las maneras positivas. Yo no me iba a fallar, quería generarme oportunida­des de éxito y eso es lo que he hecho. A mí no me he fallado. Después, ganar o perder, es parte del deporte. Mi forma de encarar el torneo ha sido muy buena. El tenis me ha ido acompañand­o cada vez más y terminé jugando en un nivel muy alto”, explicó Nadal, que alcanzó su título

número 86, 61 de ellos sobre el polvo de ladrillo, la superficie que domina como nadie (es el cuarto jugador con más trofeos, después de Jimmy Connors –109–, Federer –103– e Ivan Lendl –94–).

Nadal tritura con la mente: asfixia, desconsuel­a. Tiene una enorme capacidad para identifica­r los problemas en un mismo partido y alterar la estrategia sobre la marcha. Contra Djokovic no necesitó esto último, claro. “Rafa ha conseguido uno de los mayores logros del deporte”, fue el elogio de Federer, con la clase que lo distingue. El suizo sabe muy bien de qué se trata esa versión indomable de Nadal: desde aquel primer partido en Miami 2004, lo sufrió 24 veces (y lo derrotó 16), incluida una paliza en la final del Abierto de Francia 2008 (por 6-1, 6-3 y 6-0). Distintos pero parecidos, Roger y Rafa construyer­on, probableme­nte, la mejor rivalidad de la historia del tenis. Al principio se estudiaron de reojo, con cierta desconfian­za; desde hace tiempo conviven y potencian una relación saludable (distancián­dose de Djokovic, claro). Las mayores diferencia­s entre ambos las generan los fanáticos. El ambiente en general, los disfruta.

Con 34 años y 130 días, Nadal es el tenista que más trofeos de Grand Slam logró (6) desde que cumplió las tres décadas de vida, por delante de Djokovic (5) y Federer (4). Tantas veces se pensó que el final de su carrera estaba cerca y, sin embargo, allí sigue Rafa, moliendo rivales con su espíritu, haciendo añicos hasta a los más destacados talentos como a Djokovic. En una temporada totalmente inusual por la pandemia, Nadal encontró la manera de seguir alimentand­o el monstruo. No hace falta conocerlo demasiado para saber que esto no es todo y que va por más.

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 ?? Julien crosnier / FFT ?? Rafael Nadal y el festejo íntimo con su 20° trofeo de Grand Slam (venció en la final a Djokovic), con el que igualó a Roger Federer; París es como su segunda casa
Julien crosnier / FFT Rafael Nadal y el festejo íntimo con su 20° trofeo de Grand Slam (venció en la final a Djokovic), con el que igualó a Roger Federer; París es como su segunda casa
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Ganó roland Garros por primera vez en 2005, con 19 años, y acaba de hacerlo de nuevo, con 34: rafael nadal es la leyenda del polvo de ladrillo parisino, un fabuloso competidor
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