Sacrificios. Una buena dosis de optimismo ante el firme avance de la pandemia
El cambio de la conducta, la rápida adaptación a los protocolos de seguridad, el acelerado desarrollo de los tratamientos y cifras alentadoras proyectan el férreo control del virus
BERLÍN.– Allá por el 16 de marzo, cuando la Casa Blanca era todavía un lugar seguro donde los periodistas podían asistir sin miedo al contagio, el presidente Donald
Trump anunció que para frenar el coronavirus eran necesarias drásticas restricciones a nivel nacional, en escuelas, en lugares de trabajo, en la vida social.
Con el título “15 días para frenar los contagios”, esos lineamientos venían acompañados de una sombría proyección basada en el célebre modelo del Imperial College de Londres, un gráfico ilustrado con una zigzagueante línea azul que marcaba la cantidad de estadounidenses que podían morir si no se tomaban medidas.
En el gráfico, la línea trepaba empinadamente cuando la estimación de fallecimientos aumentaba, y luego descendía progresiva y lentamente hasta llegar finalmente al extremo inferior izquierdo del gráfico, donde el número de muertos era igual a cero.
Nuestra pesadilla terminaría a fines de octubre de 2020, o sea, en estos días. Si nadie hacía nada, en el camino habrían muerto 2,2 millones de norteamericanos. La doctora Deborah Birx, una de las expertas que asesora a Trump, describió ese gráfico como “la montaña azul de muertos”.
Es obvio que la pandemia no terminó. Hasta el momento, unos 215.000 estadounidenses murieron a causa del coronavirus y sus complicaciones, y las estimaciones más confiables sugieren que el número de fallecidos podría llegar a 400.000. Con un liderazgo más fuerte en el manejo de la pandemia, concuerdan los sanitaristas, el número de víctimas habría sido mucho menor.
Sin embargo, hay un logro colectivo que debe ser destacado. Los autores del informe del Imperial College enfatizaban que el peor escenario que ellos planteaban casi con certeza no se produciría, debido a la propia naturaleza humana.
“Es altamente probable que se produzcan cambios espontáneos significativos en la conducta de la gente, incluso aunque no haya una intervención del Estado con restricciones obligatorias”, señalaba el informe.
Acierto
Esa predicción demostró ser cierta, ya que millones de norteamericanos, aunque fuese a regañadientes, aceptaron que había que hacer sacrificios, como cerrar parte de la economía, mantener la distancia física y usar barbijo.
La lenta pero sostenida aceptación de lo que los epidemiólogos llaman “intervenciones no farmacéuticas” ha salvado infinidad de vidas. El próximo paso son las intervenciones farmacéuticas.
Algunas de esas intervenciones ya logran éxitos modestos, como la droga antiviral remdesivir y algunos esteroides, como la dexametasona. Pero ya estamos cerca de lo que el doctor William Schaffner, especialista en medicina preventiva, llama “la caballería”: las vacunas y los anticuerpos monoclonales, que con toda probabilidad serán mucho más efectivos.
Desde enero, cuando comencé a cubrir la pandemia, he sido una especie de profeta de la desgracia, informando sobre la catástrofe inminente que los expertos veían venir. No había ninguna cura milagrosa en el horizonte: el récord de tiempo mínimo para el desarrollo de una vacuna era de cuatro años.
Los acontecimientos se aceleraron y ahora soy cautamente optimista. Los expertos dicen, con honesta confianza, que la pandemia en Estados Unidos posiblemente terminará a mediados de 2021, mucho antes de lo que esperaban.
Igual falta bastante. Los expertos advierten que este otoño e invierno boreales pueden ser desoladores: las cenas en interiores, la escuela, los deportes de contacto, los viajes en avión y las fiestas de Fin de Año pueden multiplicar los contagios.
Y por más que ya se vislumbre a la caballería en el horizonte, lo cierto es que todavía no llegó. Ya lo advirtió Anthony Fauci, asesor de cabecera del gobierno de Trump: para evitar que las muertes lleguen a las 400.000, “todos tenemos que quedarnos guardados”.
Las pandemias no terminan repentinamente de un día para otro, sino que se desaceleran gradualmente. Según estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención
de Enfermedades, aproximadamente el 10% de la población de Estados Unidos ya se infectó. A medida que esa cifra aumente y las personas empiecen a recibir la vacuna cuando esté disponible, los contagios deberían disminuir.
Casos aislados
Cada sobreviviente de Covid y cada vacunado será un eslabón roto de la cadena de transmisión. Hubo algunos raros casos de reinfección, algo que sucede incluso con la varicela. Pero los científicos asumen que casi todas las personas que se recuperan de Covid no podrán contraer ni transmitir el virus, al menos durante muchos meses.
Mientras tanto, y a pesar de que la pandemia sigue su curso, el porcentaje de infectados que fallece a causa de la enfermedad viene cayendo. Y las razones son varias.
Para empezar, la edad promedio de los nuevos infectados es de casi 30 años menos que en marzo. Los estudiantes universitarios en sus campus tal vez sigan siendo inconscientes, no así la mayoría de los adultos mayores. Y los geriátricos perfeccionaron mucho sus medidas de prevención.
También hay intervenciones médicas simples y no invasivas, como la pulsioximetría, que permite medir la cantidad de oxígeno en sangre y así detectar la neumonía antes de que sea un riesgo de vida. Los esteroides, como la dexametasona, hicieron disminuir más de un 30% las muertes de pacientes hospitalizados. Acostar a los pacientes boca abajo y demorar lo más posible el uso del respirador también está ayudando.
Algunos funcionarios de salud temen que cuando llegue la vacuna, muchos teman aplicársela. De hecho, es lo que siente la mitad de los norteamericanos, según las encuestas. Sin embargo, lo más probable es que esas reticencias se disipen, salvo que surja algún problema mayúsculo entre los primeros millones de inoculados.
Ninguna vacuna es 100% segura. Pero la alternativa a ser vacunado es arriesgarse a casi un 1% de chances de morir de Covid, además del incuantificable pero igualmente amenazante peligro de sufrir secuelas cardíacas, deterioro pulmonar y hasta daño cerebral. Por no mencionar la perspectiva de no poder volver a trabajar, escolarizar a los chicos en el hogar durante años, y de no comer en un restaurante, subirse a un avión o sentarse nunca más en una sala de cine o de teatro sin el fantasma del contagio.
En septiembre, en una entrevista en vivo por Instagram, Fauci dijo que “para fines de 2021 o incluso antes, a mediados de 2021”, los norteamericanos podrían volver a presenciar una obra de teatro en vivo.
Para esa fecha, explicó, ya serían tantos los norteamericanos vacunados –o inmunes por haber sobrevivido a la infección– que sería seguro sentarse sin barbijo en una sala de teatro llena.
Hasta entonces, nuestra mejor alternativa es el barbijo, el distanciamiento y la prevención. Si nos cuidamos rigurosamente a nosotros mismos y a los demás, el virus se quedará sin nuevos huéspedes a quienes infectar, hasta que llegará el momento en que la epidemia finalmente se extinga, como un fuego al que le falta oxígeno.
Y cuando la pandemia termine, nos quedará todavía una misión: asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Debemos salir a buscar en la naturaleza los virus con más capacidad de infectarnos y enfermarnos, y gastar los miles de millones de dólares que hagan falta para desarrollar vacunas y anticuerpos para combatirlos.
Así, la próxima vez nos encontrará más preparados.